El futuro del PRI en Coahuila

Una de las mayores preocupaciones de la gente que vive pegada al presupuesto es saber con antelación cuál grupo o partido dominará el escenario político en el corto, mediano y largo plazo:

“¿Será que nos dirigimos a buen puerto o sería quizás mejor abandonar la nave antes de que la orquesta comience a tocar ‘Nearer, My God, to Thee?’”.

Aunque a cualquiera le gusta saber si su empresa tiene futuro o hace aguas por todos lados, en el mundillo de la política y el servicio público la preocupación por conocer de antemano cuál será la especie o tribu dominante es todavía mayor. ¿Por qué? Por la tragedia que supone terminar en un proyecto perdedor: ¡Tener que trabajar!

A algunos se les “encuera el chino” nomás de imaginar que tendrán que ‘chingarle’ por un salario godínez durante un sexenio, así que darían un riñón por saber anticipadamente a quién deben arrimarse, a quién hacer compadre, por quién apostar y jugarse todas las canicas... (eso sonó medio alburero, pero en fin...); lo mismo que saber cuándo “cerrar un ciclo” con la divisa con la que venía militando.

Se dice que por ello, las supuestas artes de adivinación, precognición y nigromancia son muy populares entre la clase política, lo mismo que los amarres, embrujos y ‘trabajitos’. Hágase nomás con esto una idea de la calidad de la gente que nos desgobierna.

Nada es eterno, ya lo ve usted. Ni siquiera el PRI duró para siempre. Y claro, sabemos que el Revolucionario no se crea ni se destruye, sólo se transforma en Morena. Pero los tiempos no se dan simultáneamente para todos. Cada quién tiene su propio llamado para dar las gracia y anunciar que “nuestras más firmes y personales convicciones nos obligan a sumarnos a la causa y proyecto transformador del insigne camarada Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, para quien pido un fuerte aplauso: ¡Y que se oiga! ¡Es un honor...!”

Hasta el más fiel militante tricolor (y quizás precisamente por ser priista) sabe que “¡Con el campeón... hasta que pierda!”.

Muy bien, pero... ¿Qué onda con Coahuila? ¿Qué con una Entidad regida aun con absoluto control por un partido que, fuera de los límites de esta comarca, está virtualmente extinto?

¿Qué es lo procedente?, se pregunta más de un priista coahuilteco. ¿Seremos capaces de resistir otro sexenio? ¿Nos quedamos quietecitos o corremos presas del pánico? ¿Nos la jugamos una elección más con el tricolor o sacamos de una vez nuestra credencial del Club Amigos (con derechos) de Mario Delgado?

La pregunta no es tan ociosa como que sólo responda a los individuales intereses de individuos pusilánimes.

Concierne en realidad a todo coahuilense saber de qué color se podría teñir una administración estatal como la nuestra, cuya continuidad unipartidista ya va para un siglo. A un régimen así ya le crecen instituciones dentro de las instituciones. No nos vendría mal prevenir un brusco viraje, si a estas alturas hasta cenar huevo con chorizo nos cae pesado.

Pero hagámoslo pues por esos zánganos gaznápiros presupuestívoros que están temerosos del futuro, presas de la incertidumbre. Tratemos de vaticinar: En las próximas elecciones... ¿Se refrendará el PRI en el Gobierno Estatal una vez más, o pasará Coahuila a acrecentar el imperio morenazi?

Sepamos (admitamos, reconozcamos, dejemos en claro) primero, que la sucesión en Coahuila no depende de la calidad de los contendientes, del desarrollo de las campañas y mucho menos de la voluntad popular (¿voluntad popular? ¡Qué es eso!, preguntamos los coahuilenses).

En realidad y como un modelo a escala del priato nacional, la sucesión depende de la conveniencia del mandatario saliente. Y pasa que hasta la última elección gubernamental pasada, la conveniencia del mandatario siempre estuvo en consonancia con los intereses del partido: Lo que es bueno para el góber, es bueno para el PRI (y viceversa).

Pero hoy no es necesariamente de esta manera. Miguel Riquelme puede hacer lo que todo priista consideraría leal, lógico y hasta “decente”: Designar un sucesor, promoverlo y allanarle el camino (prácticamente llevarlo en hombros) hasta el Palacio Rosa.

Y eso está bien... bien para el partido, bien para el sucesor y bien para los que se arrimen a su candidatura, pero... ¿y el góber...? Es decir: ¿Y el góber saliente?

Como bien sabemos y para nadie es misterio, un mandatario que deja el cargo lo que necesita es protección, un sucesor afín que le cuide las espaldas, que soterre sus errores y omisiones, y desactive cualquier posible acción de la Justicia en su contra.

Pero un nuevo gobernador, por muy leal que sea a las tradiciones de su partido, siendo opositor al Presidente, no está en la mejor posición de brindar protección a nadie. Y un partido en ruinas, sin proyecto ni contendiente con posibilidades reales de llegar a la Presidencia, tampoco le garantiza al ex gobernador techo o cobijo para su retiro, ni ninguna clase de crecimiento en la esfera nacional para que el futuro ex mandatario pueda continuar con su carrera.

¿No sería al menos tentadora la posibilidad de quedar bien con el mero mero gran tlatoani de esta Nación y tener un pie adentro de la que es hoy por hoy la mayor fuerza política del País?

Y no es que a Morena o al Presidente se les cuezan las habas por conquistar Coahuila, que bien poco representa en el tablero político nacional. Pero tampoco es despreciable la idea de obtenerlo a cambio de nada, no como resultado de una cruenta batalla electoral, sino de la negociación con un solo hombre. Total, hay muchas embajadas mexicanas por todo el mundo.

Creo yo que el señor Riquelme, al menos debe estárselo pensando, ¿no?