El momento de quiebre. No a la agresión
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Bastaron unos minutos para que la percepción sobre el actor Will Smith se desplegara en un sinnúmero de reacciones. “Representó una figura patriarcal que ya en estos tiempos un hombre no debe asumir”, fue una de las primeras expresiones lanzadas. “Con su reacción”, sostuvieron otros, “se retrata una época en la cual el humor ha dejado de tener cabida”.
“No debieron haberle otorgado el Premio al Mejor Actor”, “Debieron haberlo expulsado de la sala”, “Ninguna mujer debiera necesitar quién la defienda. La bofetada a Chris Rock únicamente reforzó entre la gente la imagen de que la mujer es débil”, “Discurso falso a la hora de recibir el Premio a Mejor Actor”.
Will Smith, quien no permitió a Chris Rock hiciera burla de la alopecia de su esposa, Jada Pinkett Smith, finalmente hubo de renunciar a la Academia en los días subsecuentes.
Nadie debiera sostener la verdad absoluta en el caso. ¿Quién puede lanzar una primera piedra en el tema? No es posible, de la noche a la mañana, dejar la reminiscencia de antiguos esquemas adoptados como especie y tratados de desterrar de unos cuantos años a esta época. Esquemas que incluyen la protección de la mujer. Por siglos, ese fue el papel del hombre, defender a la mujer, defender a los considerados más vulnerables, ancianos y niños.
Sin estar de acuerdo en el acto de violencia, ponemos únicamente aquí sobre la mesa el otro acto de violencia a la que fue sometida la esposa de Will Smith por parte del comediante que, luego se dio a conocer, se habría salido del guion autorizado por la Academia.
¿Por qué en la balanza, en el juicio sumario, no aparecieron por igual ambos actos de violencia? De acuerdo a lo dicho y presentado ante la opinión pública, el acto de Will recibió el mayor castigo comparándolos a los dos.
Sin embargo, Chris Rock cometió un acto de violencia igualmente. No porque en él estuviera inscrito el humor, no dejó de realizar ese acto de violencia. Rememoro en este contexto la expresión de un entrenador de básquetbol que cuando observó a un jugador haciendo bromas pesadas a expensas de otro contrario, le dio una reprimenda diciendo “agresión fingida o agresión permitida, sigue siendo agresión”.
Una agresión aparentemente fingida fue lo que hizo Chris Rock. Una agresión, a fin de cuentas, que no recibió la misma calificación que la bofetada que le imprimió Smith. Con esto, no se defiende la acción del protagonista de “King Richard, una Familia Ganadora”. Pero sí es necesario establecer parámetros que midan los rangos de violencia que deben ser desterrados.
Como ocurrió en la misma 94ª edición de los Premios Oscar la noche del domingo 27 de marzo, cuando la mordaz
presentadora Amy Shumer calificó, en una hiriente broma, a Kirsten Dunst, como una “ocupadora de asientos” a la que invitó con un “Cariño, ¿no quieres ir al baño?”.
Shumer declaró después que su
broma hacia la intérprete de María Antonieta y de Mary Jean en la película de “Spiderman”, dirigida por Sam Raimi, sí había estado pactada en la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas que otorga los Oscar.
Agresión ésta, permitida por la Academia; agresión de Chris Rock no debidamente declarada por la Academia.
Para esta institución ha llegado el momento de parar la agresión. Las
bromas pesadas, hirientes, lo son. La violencia no es la respuesta correcta a los actos de violencia. Poner sobre la pared es indigno.
Suficientes temas de conflicto hay en el mundo como para agregarlos en una gala donde, se supone, se festejan éxitos de representantes del séptimo arte.
Han sido momentos de quiebre
para Smith. Que lo sean también para la Academia.