El ocaso de la era de la imagen ante el arribo de la inteligencia artificial
COMPARTIR
Causaron furor mundial las imágenes del Papa Francisco rompiéndola en el mundo de la moda, enfundado en su chamarra peleonera de diseñador.
En realidad han sido un par de semanas muy divertidas las que nos han proporcionado las aplicaciones generadoras de imágenes por “inteligencia” artificial.
Primero vimos algunas recreaciones que estos programas hicieron sobre el arresto del expresidente Donald J. Trump, incluso antes de que tal detención se llevara a cabo.
En la realidad la aprehensión fue mucho menos pintoresca que las alocadas escenas reimaginadas por la “I.A.”, en las que el exmandatario anaranjado aparecía corriendo, en actitud histérica, tratando de evadir a los uniformados y evitar el arresto.
Y no faltó el crédulo que dio por buenas las jocosas y bellas imágenes, pese a que todavía faltaba un par de días para ejecutar la orden de detención.
Luego llegaron las fotos generadas del jerarca católico, dándole un inusitado giro a la sobriedad inherente a su rol como Vicario de Cristo y haciéndole vanguardista competencia a Lady Gaga.
Lo vimos en actitud “perdonavidas”, como el mejor modelo de Versace en un chaquetón color perla que ya quisiera Kanye West para dar de que hablar un fin de semana.
Pero el Papa Francisco, todo fashion, nunca infashion, era también producto de la popular herramienta Midjourney que, al igual que Dall-e y OpenAI, sirve para presentar de manera foto-realista los delirios más descabellados de sus usuarios.
Luego nos llegaron las disparatadas imágenes de ese otro amado líder espiritual, el Dalai Lama, besuqueando un niño y sacándole la lengua para que se la agarrara como chupirul (¡ewww!).
Por fortuna todo se trató nuevamente de una imagen generada por... intelige...
¡Un momento!
¿Qué dicen?
¿Que esas imágenes sí eran reales?
¡WTF, Su Divinidad! ¿Cuál es su maldito problema?
¿Dígame en cuál de sus catorce reencarnaciones es decente, aceptable y de buen gusto pedirle a un chiquillo que le dé un beso francés?
¡No la tzingue, don Tenzin Gyatso! Por más que diga que se trataba de un inocente juego, esa no se la va a perdonar nadie, sobre todo en el mundo occidental. ¡Pero gracias por los memes!
Una lástima para su causa, que es la de recaudar dinero para vivir sin trabajar como cualquier otro líder religioso.
Estamos en el umbral de una era muy peligrosa en términos de información. Aunque a las mal llamadas inteligencias artificiales aún les queda por aprender, son ya un factor a considerar a la hora de sopesar la veracidad de la información con la que somos constantemente bombardeados.
La relativa garantía que nos ofrecía la imagen como testimonio del acaecimiento de un determinado evento está a punto de expirar. Ello no es poca cosa si reflexionamos por un instante en el peso que tiene la imagen, tanto en el poder mediático como en los gobiernos y luchas políticas.
Aunque, por otro lado, quizás esto es lo mejor que nos pudo haber pasado, pues despojando a la imagen de esa credibilidad gratuita que le solíamos conferir a priori, estamos ahora obligados a verificar con varios filtros toda la información antes de dar como cierto cualquier embuste que nos haga tomar una pésima decisión, o antes de propagar un bulo que en el mejor de los casos sólo nos haga quedar como idiotas.
No es tan malo después de todo estar obligados a hacer un mínimo trabajo de comprobación con la misma naturalidad con que miramos a ambos lados antes de cruzar una calle.
Hace algún tiempo comenté mis propias inquietudes en este sentido, cuando conocimos la tecnología Deep Fake, capaz de simular el rostro de cualquier persona sobre una pieza de cine o video, a veces con resultados escalofriantemente realistas.
Pero lo cierto es que hasta el momento sólo se han suscitado situaciones meramente anecdóticas; no es como que una foto o video falsificados hayan desatado un conflicto internacional... todavía.
Aunque la primera responsabilidad la tenemos nosotros como consumidores de información, los medios noticiosos y de comunicación en general tienen que establecerse como la primera gran coladera de embustes, y en la medida en que no permitan que prosperen las bromas inocentes o malintencionadas, los bulos, las fake news, seguirán gozando del estatus de “medios acreditados”.
En el rigor de cada publicación va de por medio su prestigio.
Pero nosotros también hemos de establecer parámetros y un pequeño manual para afrontar el ocaso de la era de la imagen.
Además de tener varias fuentes informativas acreditadas, las cuales habremos de escoger con base en su confiabilidad y no en nuestro sesgo de afinidad, también habremos de preguntarnos quién podría beneficiarse en última instancia con una imagen manipulada.
Esto desde luego podría ser más sencillo para los nativos que para los migrantes digitales, pero estamos compelidos a adaptarnos o a experimentar una prematura obsolescencia informativa, lo que significa básicamente expirar como ciudadanos participativos y políticamente activos.