El País de la Niebla
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“La ruta de las abejas”, primer libro de la trilogía “El País de la Niebla” del escritor salvadoreño Jorge Galán, es una novela de fantasía épica ambientada en un mundo donde imperan la magia, las profecías y las batallas. El protagonista es Lobías Rumín, un adolescente que vive con su tío Domenico en Eldin Menor. Lobías es originario de la isla de Férula, pero tuvo que mudarse luego de que la peste terminara con sus padres. Es lechero y se siente ordinario, aunque en el fondo sabe que ese no es su sitio y que allá afuera hay algo más para él. Un día, Lobías se encuentra a unos viajeros, Lóriga y Nu. La pareja planeaba cruzar el Valle de la Niebla. La leyenda cuenta que un habitante del pueblo de Naan la dejó como recordatorio del tétrico pasado de aquel lugar. Desde entonces, la gente teme a lo que está más allá de la oscuridad. El motivo de la travesía era llegar al Árbol de Homa, el primer árbol del mundo que además poseía en su interior un libro con todas las respuestas.
La historia se desarrolla en el continente de Trunaibat, un reino fantástico conformado por pueblos y regiones. A diferencia de otros relatos fantásticos muy populares como “Las Crónicas de Narnia” de C. S. Lewis, “Luces del norte”, de Philip Pullman o “La historia interminable” de Michael Ende, el plano fantástico no se desplaza entre el mundo de la realidad y el mundo paralelo de fantasía. En la saga de Jorge Galán se plantea un universo aparte a la manera de la llamada fantasía medieval de J.R.R. Tolkien o de George R.R. Martín. “El País de la Niebla” tiene guiños importantes a estos dos últimos autores, como el tema del viaje, la presencia de criaturas mágicas como los dragones, las guerras de poder y las aldeas pobladas de pescadores, fabricantes de espadas, campesinos y personas comunes que conviven con magos malvados, brujas despiadadas y maldiciones milenarias.
Este distanciamiento de la época contemporánea permite jugar con la imaginación y los sueños. Tolkien decía, según recuerdo, que ambicionaba, con los libros sobre la Tierra Media, crear una tradición mítica dentro de su literatura. Para lograrlo escribió su trilogía monumental que, además de las largas narraciones, está acompañada de poemas. En la lectura de los dos primeros tomos de “El País de la Niebla” me pregunto a cuáles mitos regresó Jorge Galán para formar su universo. En la presentación de estas obras, en el marco de la FILC, el autor expresó que acudió a la fantasía para hablar de los niveles terribles de violencia que padece El Salvador (otra curiosidad de la saga es que, en apariencia, es ajena a la tradición latinoamericana, aunque solo es una máscara). La niebla es un elemento importante. El misterio y la incertidumbre habitan en ella. Lo nebuloso es lo que no está del todo claro. Da miedo porque implica andar a ciegas, pero en la vida, así como en la ficción, cruzar la niebla es necesario para avanzar (otra metáfora de la realidad).
La lectura de estos dos tomos (“La ruta de las abejas y “La caída de Porhos Embilea”) me recordó mis tiempos de lectora de literatura fantástica, desde los libros de Harry Potter que leí en la secundaria y los clásicos tolkianos hasta los cuentos de terror de Poe y M.R. James. Este género literario me llevó a muchos otros, particularmente al de la poesía. Lo fantástico y lo poético son más cercanos de lo que parecen. Ende decía que los seres de fantasía son “sueños, invenciones del reino de la poesía, personajes de una historia interminable”. Por otro lado, Ursula K. Le Guin, por ejemplo, escribió historias sobres seres de otros planetas para poder hablar de nosotros, los habitantes del planeta Tierra. En la literatura fantástica sucede algo similar: El universo alterno de magia y dragones se convierte en un espejo de nuestros propios demonios, miedos y virtudes. Es decir; un mundo contracara del nuestro.