El perdido Saltillo de arroyos y riachuelos de otros tiempos/2
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En las tardes lluviosas de Saltillo, las familias acostumbraban a ir al Puente 2 de Abril a mirar la venida impetuosa del agua que llegaba con toda la fuerza desde el sur de la ciudad
Decíamos que hay de puentes a puentes y que a veces el nombre o el modo de referirse a ellos denota la época y los porqués o las urgencias de su construcción. Lógicamente, en los primeros tiempos de las ciudades, la construcción de los puentes obedecía a la necesidad de los peatones de alcanzar sin riesgos la otra orilla y, muchas veces, evitar tener que esperar horas para cruzar más fácilmente y con mayor seguridad de un lado al otro un arroyo o un lecho de agua rodante, no necesariamente de gran anchura. Los caballos pasaban con todo y jinete y el ganado mayor también, siempre que la corriente no fuese tan fuerte como para arrastrarlos. El crecimiento trajo a la ciudad otros modos de movilidad y la necesidad de abrir caminos y carreteras para su comunicación.
Al lado poniente de la ciudad se construyeron dos amplias vialidades: de sur a norte la Calzada Emilio Carranza, y la Calzada Madero, antes llamada de los Héroes, que corre de oriente a poniente. También se agregó una segunda parte a la Alameda, ampliándose hacia el lado sur hasta la calle de Ramos Arizpe, bautizada en primera instancia con el nombre de Jardín Porfirio Díaz, pues estaba separada de la Alameda Zaragoza por una vialidad, continuación de la calle Victoria, que atravesaba los dos amplios jardines y conectaba con la Calzada de los Héroes y la salida hacia Parras. Sobre la calzada se encontraba, poco antes del Panteón de Santiago, el Puente 2 de Abril, construido poco antes de 1900 sobre el Arroyo del Pueblo para facilitar el acceso, tanto al nuevo Panteón de Santiago como a la salida rumbo a General Cepeda, Parras y Torreón. El puente, de mampostería, fue bautizado con tal nombre en memoria de la batalla obtenida por el general Porfirio Díaz en Puebla, contra los imperialistas, defensores del Imperio de Maximiliano.
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El intenso crecimiento de ese sector y la población cada vez más numerosa de sus colonias, hacían obligada la ampliación del Puente 2 de Abril en la Calzada, ya para entonces bautizada con el nombre de Francisco I. Madero. Finalmente, se llevó a cabo durante la administración del gobernador López Sánchez, entre 1948 y 1951, y con ella se transformó su estructura original. Sus tres arcos de medio punto, de mampostería, sobre los cuales se sostenía, se convirtieron en columnas y trabes. De cualquier modo, cumplió su cometido de dar más fluidez al tráfico de dicho sector.
Ya para entonces, el ferrocarril cruzaba todo el país y el gobierno construyó la nueva Estación del Ferrocarril en el extremo sur de la Calzada Emilio Carranza. Una hondonada en la Calzada Madero permitió hacer, saliendo del Puente 2 de Abril rumbo al poniente, un paso a desnivel para peatones y vehículos y dar lugar a un paso elevado para las vías del tren. De esa manera se logró el libre paso de trenes, vehículos y peatones por la transitada calzada.
Con la novedad del ferrocarril y el uso cada vez mayor de vehículos automotores, a la vuelta del tiempo surgió la necesidad de construir puentes a fin de no entorpecer el libre paso de unos y otros, y evitar los terribles accidentes que se sufrían al cruzar las vías del tren.
En las tardes lluviosas de Saltillo, las familias acostumbraban a ir al Puente 2 de Abril a mirar la venida impetuosa del agua que llegaba con toda la fuerza desde el sur de la ciudad, recogiendo todos los afluentes que se sumaban al Arroyo del Pueblo. Los niños de mediana edad podíamos asomarnos por entre los barandales del puente, mientras que los más chicos permanecían en brazos de los padres. Después de un buen rato, seguía la visita al Pan Mena para comprar el delicioso pan de pulque y el regreso a merendar a la casa paterna. Otras veces, la familia entera tomaba lugar en una mesa del Merendero Saltillo, de gran tradición saltillera, para cenar las exquisitas enchiladas rojas y al terminar dirigirse a los cuartos de atrás del establecimiento para mirar azorados cómo los panaderos sacaban de un gran horno de leña las charolas con las exquisitas empanadas de nuez y piloncillo y los deliciosos molletes, mientras mis padres compraban aquel pan tradicional que en la mañana nos servirían con un chocolate caliente, espumado con el molinillo.