El plan maestro de AMLO (1 de 2)
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En las postrimerías del año pasado tuve (lo dijimos en su momento) una auténtica epifanía: Se me reveló, casi ante mis verdes ojazos, el plan maestro de AMLO detrás de su obstinación por llevar a cabo la consulta para la revocación de mandato.
Habitualmente, además de las propias observaciones que pueda yo hacer sobre la información diaria, busco retroalimentación en los opinadores, columnistas y analistas que considero interpretan atinadamente la realidad política del País, como es natural.
Le aseguro, sin embargo, que esta vez las intenciones de AMLO se me desvelaron por sí solas, mientras hacía mi sesión diaria de meditación trascendental (que es el rato que aprovecho para lavar los trastes con unos rolones de los Foo Fighters de fondo).
Una aleatoria y muy afortunada conexión sináptica me obsequió esta serendipia que me hizo exclamar: “¡Ajajá! ¡Condenado viejo tragasopes, ya sé de qué vas con esta mamarrachada de la revocación; ya entendí cuál es tu apuro por implementarla y ahora veo claramente cuál es su finalidad última!”.
Pero vamos a iniciar por el comienzo, o a comenzar por el inicio, lo que le resulte más fácil:
Primero que nada, debemos ser conscientes de que el partido Morena no existe. Así es, señora, señor, señore: El partido en el poder no existe, es un mito fabuloso que nos hicieron creer, una broma que se salió de control y no obstante arrolló al PRI, al PAN hasta su casi aniquilación.
El partido existe, claro, en el papel; posee un registro, tiene sus representaciones locales, su bancada en el Congreso, en las legislaturas estatales y hasta un logotipo pinche color guinda, como uniforme deportivo de secundaria federal.
Pero no es real, no es un movimiento en torno a una cartera de principios ideológicos porque simple y sencillamente carece de ideología. Se vende como la izquierda mexicana, pero nada más lejos de una postura progresista que militar bajo la dirección de un líder mocho, reaccionario, conservador y neo-priista como resultó ser el Mr. Magoo tabasqueño.
La plataforma política del partido son los desvaríos de templete que el hoy Presidente largó durante casi dos décadas de campaña. Pero por más que digan estar promoviendo una cuarta transformación nacional, carecen de toda idea cohesiva.
Ya le digo, el partido no existe, es como Santa Claus que en realidad son nuestros papás; pues así Morena, que sólo es Tata Covidiota y nomás.
Recordemos cuando el PRD no entendió que AMLO se había convertido en todo su capital político. A su salida, López Obrador dejó a la opción amarilla en calidad de cascarón.
Imagine a un futbolista estrella que representa para su equipo toda la taquilla y todas las ventas y que, al no recibir el trato esperado o no llegar a un acuerdo con la directiva, se marcha a fundar otra escuadra y detrás de él se van todos los fanáticos, todos los patrocinadores, toda la prensa y la mitad de los jugadores.
El nuevo equipo tiene cubiertos todos los puestos (aparentemente): Hay una mesa directiva y junta de accionistas, sí, pero las preside el goleador y se hace lo que él determina; hay un entrenador, pero es el delantero quien dispone y manda; hay once jugadores en la cancha, pero todos juegan en función del lucimiento del número 10. Para colmo, este pibe de oro controla la venta y también la reventa, las apuestas, a los de la cerveza y hasta a los reporteros de la fuente. Algún mérito debe tener eso, pero estaremos de acuerdo en que eso no algo que podamos llamar un “equipo”.
Pues lo mismo Morena, partido para el cual AMLO funge como líder, espíritu, fin último, medio, ideología, estandarte, vocero y lo que guste.
Y no es que el Presidente sea un gran goleador (se la pasa lesionado, o quejándose de la cancha, de los árbitros neoliberales o de los reporteros que no lo quieren). Pero por alguna razón es el idolazo de la afición buena y sabia, que sencillamente le adora.
‘Pregúntole’ ahora yo a usted: ¿Qué pasará cuando a ‘Pejinho’ se le acabe el tiempo y tenga que abandonar, no la cancha sino la Presidencia de la República?:
¿Escogerá a su mejor sucesor (o sucesora) delegándole sus preciados proyectos y delicados compromisos? ¿Confiará en que su mera venia pontificia habrá de bastar para que el relevo sostenga la insaciable demanda de los amlovers, mantenga las riendas y la unión del no-partido, y en los ratos libres gobernar al País soportando el peso de los propios yerros?
¿Cree usted que AMLO se retirará cual Thanos (luego de hacer su desmadre) a atestiguar de lejos el desempeño de su delfín/Delfina, sin intervenir, entregado a una apacible vida bucólica?
Si su respuesta es afirmativa, olvida que estamos hablando de un ego más grande que la Pirámide del Sol. AMLO no se reelige sólo porque difícilmente gozaría del reconocimiento de la comunidad internacional y particularmente de los E.U., así que de momento se lo reserva como su plan B.
De momento, su alternativa más viable es tomar prestado un cuerpo inánime -digamos, el de Marcelo o el de la doctora- y una vez realizado el ritual de la transmigración de las almas, transferir su espíritu milenario al cuerpo-receptáculo, para seguir gobernando así durante cientos, quizás miles de años, hasta la venida de Cthulu.
Pero lo anterior lo saben hasta los niños de tercero de primaria, incluso los más avanzados del parvulario dicen: “Güelito AMLO va a continuar en el poder a través del pelmazo (o pelmaza) que destape”.
La elección será un mero trámite, primero porque la oposición es virtualmente inexistente; y segundo porque la masiva votación cautiva de AMLO sufragará por quien él señale.
De acuerdo, pero... ¿dónde entra en todo esto la dichosa revocación de mandato que con tanta vehemencia persigue nuestro Tsekub sin Chanoc?, se preguntará usted.
Si no lo ha podido deducir aun, sin falta lo expondremos aquí, el próximo jueves, a esta misma bati-hora, por este mismo bati-canal.