El poder de las palabras y su trascendencia
¿Cuál es el poder de las palabras? La respuesta a esta pregunta tuvo su propio eco en la numerosa asistencia a la Feria Internacional del Libro de Coahuila (FILC), celebrada en Ciudad Universitaria de la Universidad Autónoma de Coahuila, campus Arteaga, en los últimos días.
Cada uno se vio tocado por un libro, recibiendo el llamado a las puertas de su imaginación cuando desde la primera lectura encontraron un título que atrajo la atención: ya fuese poesía, historia, literatura, ciencia, cocina. La palabra seduce, como bien lo han expresado los especialistas de la lengua. La palabra posee un sentido, una connotación, una serie de referencias con las cuales y por las cuales nos sentimos atrapados.
Con unas más que con otras, y en circunstancias distintas. En una época de la juventud leímos un libro que iluminó, que caminó con nosotros un tramo importante de nuestra vida. En el viaje de ese existir, hubo algunos que nos acompañaron en momentos dolorosos y que volver a ellos nos trae también al recuerdo aquella época, con sus aromas y tristezas, envuelta en la bruma de la nostalgia.
Según Álex Grijelmo, en su libro “La Seducción de las Palabras”, “contamos sus letras y el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano”.
Y así lo observamos. Cada asistente a la Feria encontró en los libros su propia ilusión. Fueron en busca de palabras personales que les llevan a comprender su mundo interior y lo que a su alrededor ocurre y, de esta manera, fue evidente la multiplicación de formas de búsqueda: ya a través de los propios títulos; ya en las mesas de lectura, como en las presentaciones y espectáculos musicales.
La palabra y sus significados. A través de ella nos es posible estar en el mundo. Nada más complicado. Pues la palabra alegra, limita, esconde, ayuda, comprende, agita, favorece, denuncia. Con ella caminamos todos los días, y desde el saludo hasta la despedida está presente para recordarnos que ella es la que da civilización a nuestra civilización.
De ese tamaño es la importancia de su uso. Las palabras están para consolar, para mostrar la ruta, para obedecer o para encadenar. Son ellas las que determinan al tipo de hombre y al tipo de sociedad.
El mismo Álex Grijelmo, al hablar sobre los dictadores, explica: “El que dicta un texto habla en voz alta para que los demás obren en consecuencia, y no es otra la imagen que nos viene a la mente cuando oímos la palabra dictador, que asimilamos enseguida con alguien que vocea para dar instrucciones precisas que han de cumplirse a rajatabla”.
Está ahí, presente, el que “vocea” y obliga al cumplimiento de sus instrucciones. Y es ahí, como decíamos, el tipo de hombre y el tipo de sociedad que en el caso ejemplificado se cumple.
Pero la palabra tiene sus rellanos también. Y para referirse a ello, escuchemos la voz de la poeta Anne Carson: “Lo que se pierde cuando se desperdician las palabras”. Si en lo que se dice hay barullo, ruido, malentendidos, dispersión... cuánto es posible perder.
Otro gran autor, Joan Maragall, nos permite penetrar en la “santidad de la palabra: utilizar la mejor palabra en el momento mejor”.
A qué bellas imágenes nos lleva esta expresión y a cuánta verdad. El ser capaces de, una vez valorada y amada, sepamos emplearla en el momento adecuado.
Encuesta Vanguardia
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