El problema no es el mercado, es el darwinismo social

Opinión
/ 7 agosto 2022
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Para algunos, sobre todo para quienes se nutren y viven a su amparo, el libre mercado es un modelo económico que en el contexto de la competencia ofrece mejores oportunidades a todos para salir adelante. Para otros es un modelo caduco al que se le acabó el tiempo y que sólo genera pobreza a gran escala. Pero hay un tercer grupo, entre los que me encuentro, donde se piensa que el problema no es el mercado, sino el darwinismo social.

Como en otros momentos de la historia económica en México, una vez más nos encontramos en un momento de crispación donde no se ven muy claros los propósitos del actual Gobierno para igualar a los desiguales; la inflación al alza y sus respectivas consecuencias, donde no hay bolsillo que alcance para sacar adelante una economía doméstica, maltratada y diezmada, como era en tiempos del primer capitalismo, el feudalismo, con una economía que dependía de las instituciones hegemónicas y −como ahora pasa en nuestro país− de la presión y el control de una minoría que condiciona; tal como ha sido costumbre del gobierno en turno.

Como contraparte, la crítica y la desilusión a una administración que en campaña prometió que “por el bien de todos, primero los pobres”, pero que nunca consideró el amarre de manos que tenía, pues en las economías modernas −enmarcadas en el neoliberalismo− el Estado, por sistema, no puede tener injerencia en la economía porque la libre competencia condiciona el mercado. La pregunta obligada sería: bajo las condiciones actuales del mercado ¿quiénes pueden competir o a quiénes se les permite competir?

Y si la injerencia es mínima, su papel se reduce a ser un mediador de acuerdos y conflictos que no puede establecer condiciones, de ahí el enorme poderío de los actores económicos, bajo la idea de que en el interés personal se encuentra a la base de la riqueza de las naciones (cfr. Adam Smith, “Una Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”, 1776), pues en un mercado que tiene capacidad de autorregularse hay una “mano invisible” que soluciona cualquier problema.

¿Entiende ahora el papel de la Profeco? O, si usted quiere, el pobre papel regulador que juegan los estados ante empresarios voraces que se van por la libre enmarcados en una ley que nada tiene que ver con la Constitución y que se denomina ley de la oferta y de demanda. De ahí la importancia de hablar de una economía ética, de una economía que abandone el área del darwinismo social y se transforme en una economía con rostro humano.

Le recuerdo que en el principio no fue así. Si nos remontamos a quienes cimentaron el edificio de la economía, nos encontraremos en la base a puros filósofos morales. Por ejemplo, Adam Smith antes de ser considerado el padre de la economía moderna fue profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow, por eso en el centro de su argumentación se encuentra la idea de la simpatía entre los seres humanos (cfr. “La Teoría de los Sentimientos Morales”, 1759). Otros grandes economistas como David Hume, John Locke, David Ricardo y el mismo Stuart Mill elaboraron visiones morales con relación a la teoría económica. En algún momento, el otro sí fue importante.

Lo que ha ocurrido en los últimos tiempos, y que se aleja completamente de las ideas de Smith, es la consideración del “interés personal” que en ningún momento desliga del crecimiento social. Demos rápido un salto a la actualidad: Forbes en 2021 estimó que sólo 36 personas en México poseían 171 mil 490 millones de dólares que, bajo el axioma de más mercado y menos sociedad y más mercado y menos estado, marcan el rumbo de la supervivencia y la subsistencia de la población desde el área del “interés personal”. Como decía, ese no es el problema, todos tenemos intereses personales, el problema es la ambición desmedida.

En este momento en México, según el reporte de la CEPAL (2021), hay más de 57 millones de personas en pobreza, más el aumento de 2.5 millones de personas que reporta el Inegi en 2022, dan casi 60 millones de personas pauperizadas. Aunado a esa situación de precariedad, la inflación anual se colocó en 7.58 por ciento, según el Inegi en este año.

Por tanto, ¿quiénes suben la gasolina y −con esto en cascada− todos los precios de los que por estos días tantos padecemos y nos quejamos? Efectivamente, quienes han llevado al extremo el interés personal. Sume a eso la tibieza y lo timorato de un Gobierno que al más fiel estilo de los Gobiernos anteriores sigue a merced de los poderosos.

No es la añoranza por el Estado de Bienestar Social de Marshall, sino la invitación como mínimo de poner en práctica los principios básicos de una Economía Ética que ponga freno a la desigualdad galopante que ha sido productora de grandes injusticias en nuestro País.

Como dice mi maestro Jesús Conill Sancho en su libro “Horizontes de Economía Ética”: “...la economía está al servicio del bienestar dentro de un contexto de justicia social, porque de lo que en último término se trata es de la realización de los individuos en libertad. La ley, la justicia y la responsabilidad social preceden al mercado, por tanto, la economía sólo tiene sentido dentro de un contexto político, social
e institucional, con trasfondo moral” (2004: p.26). Sólo para que quede claro: la pobreza, la inseguridad y la violencia no surgieron por generación espontánea.
Así las cosas.

fjesusb@tec.mx

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