El ‘problema Trump’ va más allá de las formas

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No es una cuestión anecdótica sino un riesgo democrático y, por tanto, un riesgo muy serio: el acceso de déspotas al poder público pone en riesgo el andamiaje de la democracia y eso debe convocarnos a la reflexión seria
Lo he dejado antes por escrito en este espacio: una de mis frases favoritas, en torno al concepto “democracia”, describe a dicho modelo de convivencia social como un juego cuyo objetivo es “quitarle poder al rey”. Lo más relevante en dicha oración es el verbo, desde luego, pues advierte con tino sobre una de las características de los monarcas -o quienes actúan como tales, o pretenden serlo-: nunca renunciarán voluntariamente a ninguna porción de su poder y por ello se les debe arrebatar.
La frase no pierde vigencia y conviene tenerla siempre a mano, porque la democracia cuenta entre sus defectos el permitir a individuos con espíritu monárquico participar en la competencia por el poder público y, eventualmente, arribar a éste, con lo cual las instituciones públicas son puestas en riesgo.
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La posibilidad de atestiguar el arribo al poder de un déspota -por la vía democrática- es un peligro latente. En México tenemos larga experiencia en ello, a todos los niveles. Nuestros vecinos del norte, por razones distintas a las nuestras, han decidido instaurar -por segunda vez- a un representante del peor despotismo en el despacho principal de la Casa Blanca.
Pero lo de Donald Trump -o cualquier déspota bananero, como los individuos a los cuales padecemos en México en el papel de alcaldes, gobernadores, legisladores o presidentes- va mucho más allá de lo anecdótico y constituye un riesgo para el arreglo social al cual nos hemos suscrito en la mayor parte del planeta desde hace buen tiempo.
La razón es simple: el autoritarismo megalómano al estilo de Trump ha demostrado largamente ser destructivo antes de generar estabilidad o prosperidad para la mayor parte de la población.
La grandilocuencia con la cual acompañan siempre sus discursos -pobres en contenido, deshilachados y carentes de toda densidad conceptual- los hacen ver como individuos providenciales, como gerentes visionarios capaces de concebir soluciones simples y fáciles de ejecutar.
¿Existe un problema de inmigración descontrolada? Amenaza a tus vecinos con imponerles sanciones económicas -exhorbitantes aranceles, por ejemplo- y les obligarás a destinar los recursos necesarios para contener la ola de migrantes provenientes de países pobres.
¿Miles de ciudadanos de tu país están muriendo anualmente debido a su adicción a consumir drogas de todo tipo, entre ellas el fentanilo? Culpa a tus vecinos de permitir el trasiego de esas drogas y amenázales con sanciones -exhorbitantes aranceles, por ejemplo- si no toman medidas eficaces para contener la producción y tráfico de drogas por su territorio.
¿Hay una guerra en Europa derivada de la invasión de un país libre por parte de otro, en el cual gobierna un oligarca? Amenaza al presidente del país invadido -de preferencia frente a las cámaras- con aislarlo y excluirlo de las “negociaciones de paz” si no se somete a tus propuestas.
¡Y las medidas funcionan! Los hechos lo demuestran con toda claridad y no dejan lugar a dudas... en apariencia.
La espectacularidad del viraje obliga a la conclusión: “a’istá: era bien fácil. ¡Nada más hacía falta alguien con pantalones para poner las cosas en orden!”.
Nada se ha resuelto, sin embargo. Y, de hecho, las medidas adoptadas, así como las anunciadas para el futuro inmediato, acaso tengan el efecto contrario, es decir, agravarán el problema: el apetito por los narcóticos de los estadounidenses; la pobreza cuyo rigor empuja a miles de personas a migrar o el agravio por la invasión siguen allí... intocados.
Pero el déspota megalómano se ve bien. Aparece como un “resolutor eficaz”, como un hombre sabio... como un monarca deseable.
La pregunta, ante tal panorama, es si existe conciencia sobre el riesgo; si entendemos cómo los hechos de estos días van mucho más allá de lo anecdótico; si nos queda claro cuánto nos estamos jugando...
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx