El rey regresa a su templo
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Una breve anotación sobre el día en que conocí a José Agustín, un grande de las letras mexicanas
Por allá del 2005, yo era un chamaco de 18 años que leía de manera caótica libros de cuentos y novelas que encontraba en la biblioteca del Museo Coahuila y Texas.
Saltaba de un género a otro, autores de distintos países y generaciones, hasta que me topé con un libro de José Agustín. A partir de ese momento empecé a buscar toda su bibliografía.
Una tarde del 2006, la entonces directora del museo vio que llevaba en la mano “La panza del Tepozteco” y me dijo: a ti que te gusta José Agustín, no vayas a faltar a la presentación de su novela, va a venir a Monclova. En Monclova no pasaban grandes cosas y para mí fue todo un acontecimiento.
Fui con Madre y Hermana al evento; no llevaba ningún libro suyo porque todos los había sacado en préstamo. Recuerdo que era jueves y la ciudad parecía tranquila. Veía a la gente caminando y pensaba: pobres, no saben que José Agustín vino a Monclova y se lo van a perder.
La sala estaba llena y nos sentamos casi en la última fila. El autor habló durante más de una hora de su novela, Armablanca, pero también de sus tiempos de juventud, de la campaña alfabetizadora en Cuba, del Centro mexicano de escritores, de sus días en Lecumberri. Al final me acerqué a comprar el libro e hice fila para la firma. Tenía en la mente unas preguntas que quería realizar sobre varias de sus obras; las traía guardadas porque ver a tanta gente me puso de nervios y no me atreví a levantar la mano en la presentación.
Cuando estuve frente a él, los nervios me dejaron mudo. Le extendí el libro y él me extendió la mano para saludarme.
-Qué tal ¿cómo te llamas?
-Astor Ledezma.
-Astor... lo he escuchado también en apellido, pero me gusta más como nombre.
Mientras escribía la dedicatoria, ensayé varias maneras de plantearle por lo menos alguna de las preguntas que quería hacerle, pero no logré decir nada. Fue algo de lo que después me arrepentí, pero así reacciona uno cuando está frente al artista que admiras, pensaba para justificarme. Cuando me entregó el ejemplar, solo atiné a decir Gracias.
-A ti, mano.
Me di la vuelta y enseguida abrí el volumen para ver lo que había escrito: Para Astor Ledezma, de parte de su cuchillero amigo, José Agustín.
Me viene ese recuerdo porque hoy se cumplen dos meses de la muerte del autor y terminé de releer Armablanca, esa última novela presentada en Monclova . El vínculo creado con los escritores que leemos nos da una sensación de cercanía, por eso la noticia nos cayó de peso aquella mañana de enero. Escribo estas líneas como un agradecimiento por acompañar a tantos lectores, por tantos momentos que pasamos juntos a través de cada uno de sus libros