El riesgo global de líderes volubles como Trump y Musk

Opinión
/ 6 junio 2025

El caso Trump-Musk no debe verse como un simple drama entre titanes, sino como el síntoma de una era donde los mecanismos democráticos y de gobernanza están cediendo terreno ante el espectáculo y la personalización del poder

El mundo contemporáneo se encuentra peligrosamente expuesto a los impulsos de figuras que, más que líderes, actúan como emperadores digitales y políticos. La ruptura entre Donald Trump y Elon Musk es mucho más que un conflicto personal: es una advertencia sobre el enorme riesgo de entregar poder a individuos reactivos, temperamentales y guiados más por el ego que por el interés común.

Durante años, Trump y Musk compartieron un frente ideológico. Coincidían en su desprecio por las regulaciones, su retórica contra “el Estado profundo” y su dominio del discurso público a través de plataformas digitales. Pero la reciente pelea pública −marcada por insultos, amenazas y acusaciones sin pruebas− ha mostrado lo que ocurre cuando esa relación se fractura: se tambalean los mercados, se paralizan programas espaciales y se debilita la estabilidad institucional.

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Como reportamos en esta edición, Tesla perdió 150 mil millones de dólares en un sólo día, el equivalente al 8 por ciento del PIB mexicano. Esta caída no fue provocada por un fallo tecnológico o un escándalo empresarial, sino por una rabieta presidencial. Trump, enfurecido por las críticas de Musk, lanzó amenazas fiscales y políticas; mientras Musk, dueño de la red X, lo vinculaba públicamente con Jeffrey Epstein. No hubo pruebas, sólo insinuaciones y represalias. En ese teatro de poder personalista, millones de inversionistas perdieron dinero real, y la economía global sintió el temblor.

Más grave aún es la suspensión del desarrollo del módulo Dragon XL, una pieza clave del programa Artemis de la NASA, cuya meta es llevar nuevamente humanos a la Luna. ¿La razón? Un Musk molesto que usa su influencia para golpear donde más duele. La ciencia y la cooperación internacional quedan secuestradas por un berrinche.

Esta situación revela una verdad incómoda: cuando los intereses estratégicos del mundo dependen de personajes con agendas personales impredecibles, el riesgo no es sólo institucional, sino civilizatorio. Ni la exploración espacial, ni la transición energética, ni el desarrollo de tecnologías críticas pueden estar al arbitrio de decisiones viscerales.

Países rivales como China o Rusia observan con atención esta ruptura. La fragmentación entre liderazgo político y empresarial en Estados Unidos es una oportunidad para avanzar en la carrera tecnológica y espacial. Al mismo tiempo, Europa mira con desconfianza el poder sin contrapesos que ejercen empresarios como Musk, dueño de la infraestructura satelital que sustenta comunicaciones y defensa en el hemisferio occidental.

El caso Trump-Musk no debe verse como un simple drama entre titanes, sino como el síntoma de una era donde los mecanismos democráticos y de gobernanza están cediendo terreno ante el espectáculo y la personalización del poder. En ese contexto, el mundo entero corre el riesgo de que sus grandes decisiones −económicas, científicas, tecnológicas− estén determinadas no por la razón, sino por el capricho.

El liderazgo moderno debe recuperar la mesura, la previsibilidad y el compromiso con el bien común. De lo contrario, seguiremos viendo cómo el mundo tiembla cada vez que dos gigantes heridos en su vanidad deciden ajustar cuentas... y arrastran a todos con ellos.

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