‘El sarape de Saltillo. Enigma y huella’, de Franz Mayer
En 2003, el Museo Franz Mayer de la Ciudad de México montó en esta ciudad una exposición: “El sarape de Saltillo. Enigma y huella”, en la que mostró una selección de bellísimas piezas textiles de muy fina factura, y con ellas la belleza de los sarapes estilo Saltillo, finísimas prendas que removieron el concepto del sarape manejado hasta entonces por las generaciones y basado en el reconocido diseño de coloridas franjas horizontales difuminadas y en la parte media el llamado ojo o diamante, cuando en los más hermosos las franjas son verticales y los fondos blancos.
Los sarapes de vistosas franjas horizontales fabricados en Saltillo eran reconocidos en todo el país y fuera de él por su belleza, calidad y finura extraordinarias. La presencia de artistas tlaxcaltecas en los inicios de su fabricación les dio el sustento técnico para su elaboración y, seguramente, los pobladores de la región contribuyeron también en la aportación de los elementos prehispánicos, como los diamantes aserrados y el ojo central, llamado tenichco. También incorporó influencias españolas y, posteriormente, francesas, filipinas, hindúes y persas por las mercancías que se comerciaban en las ferias de Saltillo y de Guadalajara.
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Fabricado en lana y de tejido muy apretado, el sarape se usó como cobija o frazada para protegerse del frío. Los de abertura al frente se usaban como especie de tilma, señalada esta como el más probable de sus orígenes; capa o capote de monte para jinetes, rancheros, hacendados y vaqueros lo llevaban siempre en su montura. A los tejidos en algodón se les daba uso de colchas o sobrecamas y carpetas para cubrir el piano o la mesa del comedor. En algunos hogares los extendían en el respaldo de los sillones principales de la sala.
Parte esencial del vestuario charro, durante la Colonia, durante las luchas independentistas fue símbolo de alianza y unidad de los mexicanos y los distinguió de los peninsulares. No obstante que los dibujantes y litógrafos de la época registraron minuciosamente el amplio uso de la prenda en todo el país, una vez consumada la Independencia, fue cayendo en desuso.
El planteamiento museográfico de aquella exposición del Franz Mayer permitió recorrer la historia de dicha prenda artesanal y conocer la diversidad geográfica de su uso, extendido desde Nuevo México hasta Guatemala. Al mismo tiempo, el guion dejó vislumbrar lo que de tiempo atrás se temía: que la otrora tan preciada prenda está en vías de extinción.
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En los últimos años se han creado comisiones en defensa de su origen, entre otras, en 2007 una multidisciplinaria con objeto de obtener un certificado de origen para la fabricación del sarape como tradición saltillense, que nunca anunció el resultado de sus gestiones. Después se creó el Museo del Sarape y Trajes Mexicanos, donde pueden verse bellísimas piezas, y posteriormente la Escuela del Sarape en las instalaciones de lo que fue la fábrica La Favorita, y con el respaldo de la Secretaría de Educación estatal forma tejedores a la usanza tradicional para conservar la tradición y el oficio.
Sin embargo, no es sólo la escasez de pacientes manos artesanas. Las formas de vida moderna conjuran en contra de su permanencia. La invasión de las fibras sintéticas en el mercado textil, que facilitan la elaboración y el cuidado práctico de las prendas; la extinción de las haciendas ganaderas productoras de lana en grandes cantidades; la carencia de las tinturas vegetales con que se teñían las fibras, desplazadas por anilinas químicas y ácidos para fijar los colores. Hasta la introducción del ferrocarril, la construcción de carreteras y la fabricación industrial de automóviles conspiraron en su tiempo en contra del sarape al suprimir el uso de caballos, mulas y asnos como medios de transporte.
Nuestro sarape constituye un auténtico emblema de identidad mexicana. No dejemos que la indiferencia se convierta en la conjura mayor en contra de conservar y difundir una tradición propia que hoy sigue siendo un símbolo de lo mexicano.