El último lector

Opinión
/ 15 diciembre 2025
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”Toda historia tiene continuación aunque no se escriba ¿qué sigue en la tuya?”

Hay pugnas tácitas de la narrativa que pone en tensión la vida con la obra, pues enfrentan al escritor con el dilema de elegir su propio universo: contar con experiencia para conocer el mundo y conversarlo o aventurarse en sus entrañas mientras se arrastra el lápiz.

Despuntaba el siglo XX cuando Thomas Mann tomó partido en estas encrucijadas con la publicación de su novela Tonio Kröger en donde aborda esa circunstancia que pone al fabulador entre la espada y la pared de dedicar el tiempo para a vivir y acumular experiencias o recluirse para consagrarse a la vocación.

El corolario es que el ritual de escribir va más allá de encarar posiciones que, lejos de ser antitéticas, son piezas complementarias que embonan genuinamente para enriquecer el mundo de la literatura y llevar agua a su molino con testimonios sustanciales sobre el oficio de vivir.

Por eso las gestas que encuentran vida eterna mediante la trascendencia en el tiempo no obedecen a la riqueza acumulada o al tráfico de favores ni son exclusivas de los intelectuales de cenáculo, sino emergen de la capacidad de fabulación de su rapsoda.

Así encontramos una de ellas en Icamole, Nuevo León con Lucio y Remigio, padre e hijo, oriundos de esta localidad marginada y azotada por una prolongada sequía que ha exacerbado el pensamiento mágico de sus habitantes ante la desesperación de recibir el agua a cuentagotas.

Los días transcurren entre la zozobra hídrica y la pasividad propia de un lugar en lontananza del progreso citadino hasta que una tragedia rompe la monotonía de la escasez: desapareció una niña y los poblados vecinos ponen manos a la obra para su localización.

Conforme el canon de la Ley de Murphy, la chica aparece en el lugar menos indicado y probable: la propiedad del hijo del bibliotecario, Remigio, quien asume el riesgo de ocultar un crimen que no cometió, pero le fue sembrado en esa tierra de las carencias.

La pluma de David Toscana en “El Último Lector” presenta esta historia de vidas cruzadas, donde el hilo conductor es un infortunio que transita a través de los libros de la abandonada biblioteca del poblado.

Esas historias duermen la mona como profecías que sólo están al alcance del propietario, quien hace gala de su capacidad intuitiva, no como quien posee cualidades esotéricas sino a razón de ser el único lugareño que asumió el riesgo de abrir las páginas como quien mira una esfera de la adivinación.

La sabiduría acumulada por las horas de vuelo narrativo transforman al bibliotecario en un falso adivino que sabe que no hay dramas nuevos bajo el sol, por lo que el hallazgo del cuerpo será un secreto fraternal hasta que la literatura confirme en los hechos el crimen asumido.

Fue Jean Paul Sartre quien dijo que una hazaña no existe en el mundo de los hechos, ya que en tiempo real el ser humano no tiene más alternativa que vivir y pescar los instantes que luego construirán la memoria.

Así, el calificativo de ‘hazaña’ obedece a una condecoración otorgada por la capacidad narrativa del testigo de cargo que se atreva a contarla para lanzarla a la posteridad.

La de Lucio y Remigio es una variante doméstica de esas historias que componen la educación sentimental de muchas generaciones, todas hiladas con una trama que da sentido a los acontecimientos de una especie – la nuestra- que no claudica a su vocación oral y repetitiva, a sabiendas que difícilmente “habrá un último lector” que atestigüe tragedias de primera mano.

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Lector y economista por accidente

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