El verdadero desafío de prometer accesibilidad: Día Internacional sobre las Personas con Discapacidad
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¿Por qué seguimos diseñando entornos para un tipo de persona ideal que no existe? Esa persona ‘normal’ o ‘estándar’ que ve, oye, camina, comprende y procesa sin obstáculos es una ficción
Cada 3 de diciembre se conmemora el Día Internacional de las Personas con Discapacidad. Durante este día escuchamos palabras como inclusión, igualdad o participación en discursos, campañas e incluso en los compromisos y nuevas iniciativas de política pública. Sin embargo, más allá de las reflexiones y llamados, hay una verdad incómoda: la accesibilidad en México sigue siendo más una promesa que una realidad.
Durante los últimos años hemos escuchado que se busca avanzar en la igualdad y que nadie se quede atrás, pero basta con salir cualquier día a la calle para ver todos los obstáculos que persisten. Banquetas rotas, rampas muy inclinadas, documentos incomprensibles (sin formato de lectura fácil) o trámites burocráticos inaccesibles son algunos ejemplos que evidencian que la inclusión se practica de forma intermitente, como si tuviera un horario limitado a días específicos para ser recordada.
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La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad fijó estándares claros. En el caso mexicano, también hemos recibido observaciones que nos orientan para crear soluciones a los problemas específicos que tenemos: garantizar ajustes razonables, asegurar la participación, construir accesibilidad universal, consultar a las organizaciones representativas. Todo lo anterior no es algo nuevo o desconocido y tampoco es una solicitud imposible.
El problema radica en el hecho de que, como sociedad, sabemos las cosas que debemos hacer, pero nos falta voluntad y constancia. No es suficiente querer incluir a quienes tienen discapacidad un día al año, poner un post en redes sociales y querer visibilizar la discriminación únicamente durante esas 24 horas. La accesibilidad es más que rampas, implica cambiar presupuestos, prioridades y, sobre todo, la forma en la que entendemos a las demás personas.
Cuando se habla de discapacidad y accesibilidad se hace como si fuera un tema de “solo algunos”, cuando en realidad es uno de los rasgos más comunes de la vida. Cualquiera puede necesitar espacios favorables en algún momento, ya sea por una cirugía, un embarazo, un accidente o el envejecimiento; un día difícil puede recordarnos que la autonomía no es eterna. La accesibilidad es, en realidad, un bien común.
Por todo lo anterior, este año, más que celebrar avances aislados, vale la pena preguntarnos algo que la mayoría de las personas evita: ¿por qué seguimos diseñando entornos para un tipo de persona ideal que no existe? Esa persona “normal” o “estándar” que ve, oye, camina, comprende y procesa sin obstáculos es una ficción. Su modelo, durante mucho tiempo, ha guiado nuestras infraestructuras, servicios y leyes. Mientras sigamos organizando la vida pública alrededor de esta ficción, la desigualdad estará garantizada.
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La inclusión no se construye con discursos, lo hace con prácticas. Cuando un documento oficial se publica en formatos accesibles desde el inicio, en el momento en que las consultas públicas no excluyen a quienes deberían estar en el foco de atención, al tiempo que la tecnología se diseña pensando en todas las personas o cada vez que la educación se deja de segregar, a partir de ahí es que se está cumpliendo lo prometido.
Este año, más que un recordatorio, propongámonos el desafío de convertir la accesibilidad en una certeza cotidiana, no en una excepción celebrada una vez al año. Una sociedad accesible se convierte también en una más justa, humana, habitable y más honesta consigo misma para reconocer lo que está haciendo mal, pero también para solucionar y continuar avanzando.
La autora es auxiliar de investigación en el Centro de Educación para los Derechos Humanos de la Academia Interamericana de Derechos Humanos
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH