Emilia Pérez 2: La venganza de ‘la pinshi vulva’
Las actuaciones son paupérrimas porque los diálogos son atroces. No hay manera de recitar esos parlamentos con un mínimo de convicción en el idioma que sea
La cinta de marras inicia con la imagen de un trío de mariachis adornados con luces LED, totalmente gratuita e inconexa con lo que vendrá a continuación.
Pero esta estampa de apertura es el gran “disclaimer” del autor de este bodrio; es su advertencia de que lo que vamos a ver no es México, sino su fantasía de México, elaborada a partir de clichés y verdades a medias, adornadas con el oropel que se usa en las obras de teatro escolar.
Pero... ¿Le digo algo? Es un ejercicio perfectamente válido, legítimo e incuestionable.
De hecho el resultado es el esperado: Una farsa, en contra de lo cual tampoco tengo nada. Me gusta la farsa. El problema es que como farsa se queda corta: No llega a ser lo suficientemente divertida para que el espectador se suba a un tour de buen humor en el que deje de importar la gravedad de los problemas que se abordan en aras de disfrutar una experiencia audiovisual.
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Por otro lado, su valor como cine social, que sería lo que le abrió las puertas en todos los festivales y certámenes, es inexistente, pues versa muy pobre e incoherentemente sobre transexualidad, narcotráfico, ética, moral y corrupción.
Y luego tenemos el dolor... ¡Ay, “el dolor de la pinshi vulva” que marca el tono de toda la obra! Es decir: Un chiste tan mal contado que causa risa, no por el chiste en sí mismo sino por la impericia narrativa y falta de gracia de quien lo está contando.
Necesitamos entender que para el franchute realizador, México no es su público. Ni siquiera es un telón de fondo para que ocurran sus delirios en cadena. México es apenas un leitmotiv, un token para que los votantes de Cannes, Golden Globes, BAFTA, SAG y la Loca Academia de Ciencias y Artes, se lo tomen en cuenta.
“¡Ay, mira! ¡Qué arriesgado! El franchute hizo algo sobre problemas de gente morena, pero más disruptivo y con más visión artística de lo que sería capaz la propia gente morena. ¡Rápido! ¡Denle todos nuestros premios para que parezca que a nosotros también nos importa!”.
Ahora bien... ¿Es legítimo todo ese “encaboronamiento” e indignación que ha despertado la película? ¿Vale la pena haberla convertido desde enero en la gran villana del 2025?
¡Claro que sí! Para un país que viene padeciendo una década de polarización y un sexenio de ver cómo ésta se aviva de manera institucional, que por fin nos unamos bajo una causa común hasta se siente bonito, así sea para odiar y burlarnos de una película pendeja hecha por gente pendeja.
Sé que la apreciación entra en el terreno de la subjetividad, pero reto al que se anime a defender cualquiera de los elementos que integran este churro festivalero.
Su argumento es irrisorio (pero no lo bastante como para generar risas honestas), el guion está plagado de hoyos (como Saltillo después de las lluvias) aunque el tono telenovelero no basta para justificarlos. Las actuaciones son paupérrimas porque los diálogos son atroces. No hay manera de recitar esos parlamentos con un mínimo de convicción en el idioma que sea, por lo que el acento viene a ser lo de menos. Y los números musicales fallarían miserablemente si pretendieran ser graciosos en una parodia de televisión.
Pero en honor a la verdad, el cine siempre ha hecho esto de tomar los estereotipos de otras culturas y hacer auténticos “hombres de paja de la retórica fílmica” para que el discurso haga de ellos lo que al realizador o a los productores se les hinche la gana.
Acartonados Rusos, alemanes, asiáticos y latinoamericanos, todos de improbable léxico, gramática y dicción, han sido con frecuencia los villanos del mejor cine de acción hollywoodense y nadie ha puesto por ello el grito en el cielo. No pasa de que musitemos un “¡ay, qué jaladotas!”, o nos riamos de buena gana
¿Por qué en esos casos no nos irrita tanto esta fallida representación?
Pues porque son eso, churros de entretenimiento, cuyo discurso nadie se toma en serio, nadie con la preparatoria terminada al menos.
En cambio, una cinta de festivales que está siendo celebrada por la “crítica seria”, ovacionada por el público “culto” a nivel internacional y que está arrasando en el circuito de premiaciones de la temporada, ya nos preocupa porque quiere decir que la gente idiota alrededor del mundo está al mando y se está tomando esto en serio.
Por no mencionar que el tema de las desapariciones es una herida viva y muy dolorosa como para ser tratada con semejante falta de rigor y sensibilidad, en una ópera ligera fársica que no logra ser graciosa, pero tampoco se deja tomar en serio.
Y ojo. Yo creo en la libertad irrestricta. Para mí no hay tema tabú ni códigos que restrinjan al arte (ni siquiera al humor). Nada nos impide abordar una tragedia de tal o cual manera. Pero si un tema delicado está vigente y sales con tu gracejada, no esperes aclamación unánime.
El director está en su derecho de escupir su producto, pero México está en el suyo de no tragárselo y de repudiarlo, por más que la productora y la distribuidora busquen nuestra venia y aval de cara a la próxima entrega del Oscar.
¿Daña la película nuestra reputación, nuestra identidad, nuestra plusvalía mexicana? ¡Uf! Me gustaría decir que no, pero sí, un poco. Así que nos convendría ponernos las pilas y contraatacar en dos frentes simultáneos:
Uno, contestar con mucha, muchísima producción musical, artística, audiovisual, priorizando, desde luego, la que mejor nos presenta ante el mundo. No importa si no todas son obras de arte, el cine y la música comercial es lo que mejor penetra los mercados internacionales. Por eso hablábamos en la pasada entrega del Soft Power.
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Por desgracia, el presente régimen, tan humanista, tan social, no cree en la subvención del arte como parte de un gran proyecto nacional. De las primeras cosas que hizo AMLO llegando al poder fue recortar el presupuesto de cine... y de salud... y de ciencia... y de educación... etc.
Y otro frente, sería, no sé.... ¡Combatir al narco para dejar de ser percibidos como un país de narcos! Aunque en ese sentido, el gobierno todavía tiene menos ganas de hacer absolutamente nada al respecto.
Y ya para puntualizar, siéntase en libertad de ofenderse y descoserse en contra de la película (y peor si se lleva más de cuatro premios Oscar), pero tome en cuenta que para su arrogante director, siempre seremos un pueblo de salvajes incapaces de comprender lo que él trató de explicarnos con su genialidad.