En tiempos de la canica
COMPARTIR
TEMAS
Los niños piden que les cuenten cuentos. Yo a la gente le pido que me cuente historias. Cada hombre tiene una, y cada mujer varias. Nadie cuenta la suya, pero todos gustan de contar las de otros, de modo que al final queda completa la historiografía.
Este señor de Guadalajara es alto y es delgado. Se parece a don Quijote. Fue por muchos años gerente o director de un organismo de la iniciativa privada. Ahora, jubilado, va todos los días al restaurante que la Cámara de Comercio tiene en su edificio. Ahí converso con él.
TE PUEDE INTERESAR: El muerto
El señor alto y delgado que se parece a don Quijote me habla de los pasados tiempos jaliscienses. Le pido que me cuente alguna historia. Y él narra una que le contó su madre.
Había una muchacha que se llamaba Libradita. Libradita Barbosa. Huérfana de padre y madre, vivía con una tía suya, de nombre Clementina, en una recia casona sita en la esquina de las calles de López Cotilla y Maestranza. Era una hermosa muchacha Libradita. Tenía su rostro -y tenía su cuerpo- armonías clásicas. Era la perfecta belleza tapatía.
Entró la linda joven en honestas relaciones de noviazgo con un estudiante de Medicina llamado Eugenio Gómez. Aquel noviazgo era secreto, a la usanza de la época, y más porque la tía Clementina, celosa de sus deberes tutelares, ponía en torno de su sobrina un cerco de cuidados. Pero Omnia vincit amor, el amor todo lo vence -eso nos lo enseñó Virgilio en una de sus Geórgicas-, y Libradita y Eugenio se juraron eterno amor y diéronse palabra formal de matrimonio.
Concluyó él sus estudios y, ya con su título de médico, fue a ejercer su profesión en Colima. Ni un sólo día dejaba de escribirle a su amada. Enviaba las cartas al domicilio de una cierta señora, diestra en complicidades amorosas, que se encargaba discretamente de entregar las misivas a la novia. Pasado un año, Eugenio le escribió a la tía. En su carta la ponía en antecedentes de la relación que sostenía con su sobrina, y le pedía una cita para pedirle la mano de Libradita.
Cuando leyó esa carta la tía Clementina cayó al suelo privada de sentido.
Ahí la dejaremos por ahora. Mañana que vuelva en sí continuaremos el relato.