Escape viral
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“En mi juventud tuve el cuerpo de un atleta”. Eso le comentó, orgulloso, don Jactancio a su mujer. Respondió ella: “Yo tuve el de 10”... Aquellos recién casados hacían el amor todos los días. Tenían horario fijo para hacerlo: las 6 de la mañana, cuando ya casi era hora en que ambos debían arreglarse para ir a su trabajo. Sucedió que el muchacho pescó una fuerte gripe que lo postró en la cama, y el médico ordenó que se le aplicara una inyección con un antibiótico potente, tanto que sólo tres virus sobrevivieron a la medicación. Uno de ellos les dijo a sus compañeros: “Otra inyección como ésa y moriremos. Me esconderé en la oreja de nuestro portador. Así me salvaré”. Habló el segundo: “Tienes razón: muy grande es el peligro. Yo me ocultaré en su píloro, recóndito lugar”. Declaró el tercero: “Allá ustedes si quieren quedarse aquí. Yo me iré mañana en el rápido de las 6”... Don Poseidón, granjero acomodado, le manifestó con orgullo al pretendiente de su hija: “El hombre que se case con Glafira se llevará una joya”. El galancete se interesó: “A verla”... Una linda chica paseaba por el campo. Hacía un calor intenso, y la muchacha se alegró al ver un arroyuelo de aguas que a más de cristalinas se veían refrescantes. Así, se despojó por completo de sus ropas y entró en las claras y amenas linfas del regato. Cuando salió se dio cuenta de que un hombre la había estado observando tras los arbustos. Le dijo con indignación: “A las claras se ve que no es usted un caballero”. Respondió el individuo, cachazudo: “Y a las claras se ve que usted tampoco lo es”... Daisy Lou, originaria y vecina de Picadillo (se pronuncia Picadilo), pequeño pueblo situado en el panhandle de Texas, hizo un viaje a Nueva York. A su regreso al pueblito le contó a Betty Bell, su mejor amiga, lo que vio en la Gran Manzana. “¿Sabías –le dijo hablando como en secreto– que en Nueva York hay hombres que besan a otros hombres?”. “Gosh!”–exclamó con asombro Betty Bell–. ¿Cómo les dicen a esos hombres?”. Respondió Daisy Lou: “Les dicen gays. ¿Y sabías que en Nueva York hay mujeres que besan a otras mujeres?”. “Gee! –profirió Betty Bell, asombrada–. ¿Cómo les dicen a esas mujeres?” “Les dicen lesbians” –repuso Daisy Lou–. ¿Y sabías que en Nueva York hay hombres que besan a las mujeres en partes que no son los labios?”. “Golly! –se sorprendió Betty Bell–. ¿Cómo les dicen a esos hombres?”. Contestó Daisy Lou: “No sé las demás. Yo al mío le decía ‘papacito’”... Los antropófagos estaban cocinando al explorador en el gran perol de agua caliente. Uno de los caníbales le pidió al hombre: “Voltéese por favor. Ahí viene el cocinero con las verduras para el relleno”... Tres ratoncitos caseros estaban platicando. Se jactó uno: “Esas pastillas venenosas que nos ponen para exterminarnos yo me las como como si fueran dulces, y no me hacen nada”. Alardeó el segundo: “Esas trampas que nos ponen para que caigamos en ellas yo las hago funcionar con un salto y luego me como el queso del cebo”. Dijo el tercero: “Sigan ustedes presumiendo. Yo voy ahorita a follarme al gato”... Noche de bodas. Los recién casados ocuparon un bungalow en un hotel de playa, y ya sin ropa que les estorbara empezaron a disfrutar en el tálamo nupcial los ardorosos besos e íntimas caricias que preceden al acto del amor. Él se dispuso a consumar el matrimonio en la ortodoxa y tradicional postura llamada del misionero, o sea colocándose sobre ella. En eso se abrió la ventana de la habitación. Un sujeto asomó la cabeza y le preguntó a la desposada: “¿Significa esto, Dulciflor, que ya todo ha terminado entre nosotros?”... FIN.
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