Espiritualidad y ciudad: La celebración del Santo Cristo de la Capilla

Opinión
/ 7 agosto 2024

La historia de la humanidad siempre ha ido acompañada de diversas expresiones de espiritualidad que han buscado dejar huella en el lugar que se habita. Aun en los más antiguos vestigios del paso del ser humano se encuentran muestras de ello, como en las pinturas rupestres de la gruta de Trois Frères, Francia, donde se encuentra el personaje conocido como “el hechicero”.

Con el avance del conocimiento humano, las expresiones se han hecho más complejas, elaboradas y hasta monumentales. Un extraordinario ejemplo contemporáneo es la Casa de la Familia Abrahámica, en Emiratos Árabes Unidos, sitio que está integrado por edificaciones para el culto de musulmanes, judíos y cristianos.

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Independientemente del credo o denominación religiosa predominante, las ciudades guardan siempre espacios, momentos y actividades que buscan comunicar lo que se cree, dejando testimonios que trascienden generaciones y que alimentan la identidad de ciudades, regiones y naciones enteras. La Ciudad de Saltillo no es ajena a ello.

Por el contrario, nuestra ciudad cuenta con una importante cantidad de expresiones materiales e inmateriales de creencias y devociones que han hecho de ella su hogar. Así como existen destacadas obras arquitectónicas que se cuentan entre los tesoros patrimoniales de la ciudad, también existen celebraciones que mantienen viva y vibrante nuestra identidad.

Precisamente el día de ayer celebramos una de las más importantes, que es la dedicada al Santo Cristo de la Capilla. Esta celebración, que data de hace más de 400 años, ha acompañado la historia de nuestra ciudad, prácticamente desde sus orígenes hasta nuestros días.

La celebración tiene lugar en uno de los edificios religiosos más importantes del Noreste de México: La Catedral de Santiago. La tradición oral relata que la imagen del también conocido como Señor de la Capilla llegó a la ciudad traída por una mula, sin alguien a cargo de ella, que cargaba en su lomo una caja que la contenía. Otra versión indica que uno de los fundadores, Santos Rojo, fue quien trajo la imagen desde Veracruz en 1607.

Desde entonces, esta imagen ha acompañado la devoción de generaciones de familias saltillenses, en duros momentos por los que ha atravesado la ciudad, como la invasión estadounidense, sequías prolongadas, las epidemias de cólera y gripe española e incluso, más recientemente, la propia del COVID-19.

Pero la celebración no se limita a lo que sucede al interior de este emblemático templo religioso. Esta se extiende a su entorno urbano, llenando las calles aledañas de un gran número de puestos de venta de comida, de artículos alusivos, entre otros. Asimismo, se dan cita contingentes de danzantes que llenan el entorno de sonido y color.

El paso de fieles visitantes, que acuden a las misas propias de la celebración durante todo el novenario, aumenta de manera importante el número de personas. Se distribuyen en la Plaza de Armas, la Plaza de la Nueva Tlaxcala, en los callejones aledaños y, este año, en la obra de peatonalización del Centro de la ciudad, Paseo Capital.

La demanda de espacio para estas actividades ha obligado a que el diseño urbano del área donde suceden cuente con características que permitan su realización segura y cómoda, así como guardando el correspondiente respeto a la forma en que se expresa esta devoción popular.

La necesidad de la accesibilidad universal en el entorno urbano para la celebración es particularmente importante, ya que en ella se dan cita personas con distintas limitaciones para la movilidad peatonal. Personas adultas mayores, personas con discapacidad, personas con movilidad asistida, entre otras, deben tener garantizado su derecho al acceso efectivo a la vivencia de su devoción, sin obstáculos que les dejen relegadas.

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Esta celebración, como muchas otras que se llevan a cabo en nuestro país, dejan claro de manera notable el valor de la caminabilidad y cómo, a través de esta, se cumple con muchas finalidades adicionales a la propia de desplazarse. Una procesión, una peregrinación, no son sólo actos de movilidad, son manifestaciones de devoción que juegan un papel de gran importancia para la comunidad y el espacio público debe acogerles de manera natural.

Las ciudades deben ser sensibles a lo que estas celebraciones demandan. Más allá de atender lo necesario, se deben generar escenarios urbanos que inviten al más amplio disfrute de las mismas. Una identidad fortalecida con las distintas expresiones populares es una condición necesaria para un futuro posible.

jruiz@imaginemoscs.org

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