El diseño del entorno urbano, para lograr tener en el centro a las personas desde una consciente consideración de la diversidad de posibilidades de moverse, de necesidades de uso del espacio público así como de su disfrute, requiere de un ejercicio permanente de escucha y de observación.
Cada voz manifestará una narrativa única del lugar que habita. Podrá hablar de los retos que ahí enfrenta, de la manera en que se ha apropiado del entorno o en que se ha sentido disociada del mismo, de la sensación que le provoca el espacio que debería ser una extensión de su domicilio particular.
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Esta información −cuya complejidad y diversidad aumenta en la medida en que la población es más numerosa− aporta una óptica del escenario urbano que los conocimientos técnicos no pueden dibujar por prescindir en su objetividad de la valiosa subjetividad en la abstracción de la lectura del referido entorno.
Aquí es donde se hace compleja la labor de quienes se dedican al modelado de los espacios comunes en las ciudades. Dista demasiado de ser sencillo el atender con éxito la amplísima diversidad de realidades que convergen en los asentamientos humanos. Aquí es donde el diseño puede generar resultados involuntariamente hostiles.
¿Cómo lograr entonces cumplir el cometido que conlleva la gestión urbana? Ante la imposibilidad de abordarlo todo, es necesario identificar lo posible, lo realizable, sin perder de vista lo importante, lo ineludible, es decir, teniendo siempre presente en la ecuación la dignidad humana.
Para ello deberán ponderarse las prioridades de diseño urbano a partir de la noción de vulnerabilidad; en otras palabras, a mayor vulnerabilidad en la posibilidad de uso y disfrute del espacio público, mayor la prioridad en la atención de sus necesidades y de las condiciones óptimas para conseguirlo.
Sin embargo, esto no deja en desventaja a quienes presentan menor vulnerabilidad. Por el contrario, cuando un espacio es perfectamente accesible, utilizable y disfrutable para las personas más vulnerables, lo será en mayor medida para quienes los son en menor grado o simplemente no lo son.
Una banqueta suficientemente ancha para el paso cómodo y seguro de una persona en silla de ruedas será por supuesto más cómoda para quien se puede desplazar por su propio pie. Un cruce peatonal a nivel de calle seguro para una persona adulta mayor lo será más que para una persona joven con la agilidad y destreza propias de su edad.
Es así como ha ido creciendo a nivel global el esfuerzo desde el urbanismo para lograr comprender cómo evitar la hostilidad involuntaria en el diseño de las ciudades y privilegiar la inclusión universal. Derivado de ello ha surgido una gran diversidad de propuestas e iniciativas que aportan perspectivas que hacen más sensible, más humano, el trabajo de modelar el entorno.
Para ilustrar lo aquí compartido me permitiré mencionar algunas que considero particularmente interesantes. Una iniciativa que aborda el diseño desde la perspectiva de las edades es la llamada “Ciudades 8-80”. Esta organización canadiense sostiene que si nuestros espacios públicos son excelentes tanto para una persona de 8 años como para una de 80, entonces lo serán para personas de todas las edades.
Otra es “Jane’s Walk”, un movimiento con presencia en distintas partes del mundo, inspirado en la obra de Jane Jacobs, destacada urbanista que se dedicó a lograr ciudades más humanas, teniendo como una de sus premisas la caminabilidad, retomando con ello las personas el lugar central en las políticas de diseño urbano que se ha cedido a los vehículos de motor.
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Una más, que podemos ver varias veces a la semana por la noche en distintas partes de nuestras ciudades, es la que llevan a cabo los colectivos de ciclismo urbano, que promueven con cada recorrido la posibilidad real de movernos en bici así como la visibilización de personas ciclistas para quienes se trasladan en automóvil.
Además de lo anterior, logran sensibilizar a las personas participantes sobre la importancia del control de velocidades, de la necesidad de más infraestructura ciclista junto con el cuidado de la existente, así como de lo mucho que nos perdemos de una ciudad por viajar a velocidades que nos abstraen por completo de la posibilidad de percibir lo que ofrece nuestro hábitat urbano.
La hostilidad involuntaria en el diseño de las ciudades se vence con empatía, con una planeación amigable, consciente de las necesidades de quienes coincidimos en la ciudad, solución necesaria para procurarnos un futuro posible.
jruiz@imaginemoscs.org