- 04 octubre 2024
Fábricas de sueños
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Antes de que estallara el virus fui cierta mañana a una televisora de Monterrey y vi frente a su puerta una larga fila de muchachas y muchachos. Volví a pasar al medio día, y la fila se había hecho aún más larga. Por la tarde pasé otra vez, y la fila de jóvenes seguía ahí. Eran aspirantes a artistas: iban a presentar una prueba para ser admitidos en la escuela de actuación que esa empresa tiene en la Ciudad de México.
Si los sueños ocuparan un sitio en el mundo material, estoy seguro de que, apilados, los sueños de aquellas muchachas y muchachos habrían llegado hasta la Luna. Me alegré al verlos, porque la gente con sueños siempre alegra, pero me entristecí también, porque la mayoría de quienes formaban esa larga fila no llegarán nunca a la meta. Eran 450 soñadores –supe luego– los que estaban ahí. De ellos, en el mejor de los casos, será uno solo –o sólo una– quien verá sus ilusiones realizadas.
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Lo sé porque hace tiempo, antes de que estuviera Trump, estuve en la más grande fábrica de sueños que ha habido en este mundo: Hollywood. Mis andanzas de conferenciante me llevaron a Los Ángeles, y en una tarde libre visité ese sitio mágico bajo la guía sapiente de mi amigo Ángel, que conoce las entrañas del monstruo porque ha vivido ahí.
Mirar desde lo lejos las nueve letras blancas, míticas, con el nombre de Hollywood sobre el ondulante cerro, es mirar un imán que muchas vidas ha atraído y casi todas las ha dejado rotas. Asombra pensar que ese letrero ni siquiera tuvo al nacer ninguna relación con el cine: era sencillamente el nombre de un desarrollo inmobiliario. En 1923 un grupo de inversionistas, entre ellos el director del Times de Los Ángeles y Mack Sennett el cineasta, idearon hacer un fraccionamiento para la gente rica. Pensaron en un nombre: Hollywoodland, e hicieron poner en el cerro llamado Lee el que sería el anuncio más grande del planeta: 13 letras, cada una de 15 metros de alto por 10 de largo, hechas de lámina acanalada −de la que servía para techar graneros−, sostenidas por postes de teléfono. Las letras se iluminaban, como las de la marquesina de un cine, con 4 mil focos de 20 watts, que se encendían en tres movimientos sucesivos: HOLLY... WOOOD... LAND, y luego todos simultáneamente.
Eso no duró mucho. En 1929 vino la Gran Depresión, y aquel negocio inmobiliario se hundió en la bancarrota. El anuncio fue abandonado. Las letras se oxidaron y los focos fueron destruidos o robados por los vándalos. La gente empezó a pedir que las feas letras fueran retiradas, pues daban mal aspecto a la colina.
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A la sazón, sin embargo, la ciudad se había convertido ya en la llamada Meca del Cine. La Cámara de Comercio, entonces, compró el lote donde las letras estaban y restauró el letrero, dejándolo solamente en HOLLYWOOD. A partir de los años cincuenta las letras eran ya consideradas un ícono, y formaban parte inseparable de la fisonomía de la ciudad. En 1970 el letrero fue declarado monumento histórico. Gloria Swanson, la legendaria actriz, presidió la ceremonia respectiva.
Pero acabadas las lucidas celebraciones el letrero fue olvidado otra vez. Y sucedió que... (Continuará).
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