¡Feliz Necedad!
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Nuestros gobiernos, a todos los niveles, insisten en sumarse al tren navideño y destinar parte del presupuesto a materializar este delirio que raya en lo pesadillesco.
Alguna vez comenté que si a alguna civilización extraterrestre le da por visitarnos en pleno mes de diciembre, se le haría todavía mucho más difícil entender nuestro comportamiento.
Si de por sí, en cualquier otra época del año, es seguro que tendrían dificultades para conciliar todas nuestras contradicciones con su definición de “vida inteligente”, es probable que de visitarnos en las postrimerías de cualquier año nos retirasen para siempre dicha categoría y desestimaran definitivamente nuestra solicitud de ingreso a la Confederación Intergaláctica.
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Contrario a lo que llegué a suponer en algún momento de mi vida, que la Navidad terminaría diluyéndose en importancia y significado, hoy por hoy ocupa de hecho más espacio en nuestro calendario y, por consiguiente, consume una porción mayor de nuestras energías, pensamiento, preocupaciones y presupuesto.
De acuerdo con la pauta comercial, la temporada navideña comienza oficialmente al tiempo que se sirven las últimas piezas de pan de muerto. Y mire, si todo se redujera a la desesperada pertinacia de las marcas y almacenes por vendernos lo que sea, podría aceptarlo. Bastaría con evitar el supermercado durante dos meses aprendiendo a vivir en el ínter de la caza, pesca y recolección (dicen los peruanos que el cuy −una especie como de hámster− es especialmente rico a las brasas).
Por desgracia, nuestros gobiernos, a todos los niveles, insisten en sumarse al tren navideño y destinar parte del presupuesto a materializar este delirio que raya en lo pesadillesco. Desde el Gobierno de la República hasta el del municipio de Xuchiquetzapalumpangoamaloapan (el Alto), asumen como un deber y parte de la función pública el avivar el espíritu festivo decembrino, que bien poco de religioso tiene y mucho de consumista.
Algo totalmente ocioso, pues de cualquier manera −ya le digo− el capitalismo y el libre mercado no permitirían bajo ninguna circunstancia que olvidásemos que hay que meternos el aguinaldo en fiestas y regalitos, incluso para gente que no soportamos (otra gran contradicción).
Que las administraciones gubernamentales destinen un presupuesto a la ornamentación de los edificios y espacios públicos lo tenemos muy normalizado porque pareciera que así ha sido desde que el mundo es mundo. No obstante, algunos ciudadanos y colectivos, en diversos estados de la República, comenzaron a ampararse contra la colocación de adornos y nacimientos.
Y pensé que tales batallas legales prosperarían hasta sentar alguna jurisprudencia que pusiera fin de una vez y para siempre a la participación de la administración pública en una conmemoración −al menos en principio− religiosa; siendo que −en principio también− nos regimos por un Estado laico.
Pero mi optimismo me traicionó y aquellas pugnas civiles cayeron en el olvido. Hoy en día, lejos de ver las expresiones navideñas oficialistas disminuidas, parece que crecen año con año, con más presupuesto y producción cada vez.
Y ya le digo, esto no es privativo de ningún estado o municipio, si desde el mismo Gobierno Federal, que se dice de izquierda, lo mismo que el gobierno capitalino, organizan el encendido tradicional del “arbolito”; conciertos y hasta pistas de patinaje porque, ya usted sabe, la Navidad podrá ser del Tercer Mundo, pero tiene que parecerse a la que celebran los gringos: Ha de ser blanca (aunque la gran mayoría de los mexicanos no conozcan más nieve que la de La Michoacana) y necesariamente cursi, como película de Netflix, por no mencionar hueca.
Aún creo que la “Navidad Oficial” debe ser erradicada como una forma de populismo que no tiene ya cabida en el siglo 21. Por desgracia, una de las características del populismo es precisamente que a la gente le fascinan todas sus expresiones, incluyendo las relativas a estas fechas.
Y pueden parecer gestos inocentes, totalmente inocuos y tácitamente aceptados en un convenio de complicidad entre gobiernos y ciudadanos, pero pierde esta candidez conforme un gobierno se vuelve más siniestro, demagógico y autoritario. Lo digo por don Nicolás Maduro que, a falta de legitimidad y transparencia en el pasado proceso electoral, le recetó al pueblo venezolano así nomás, por decreto, una Navidad de tres meses, nomás porque así lo dictaron sus bolivarianos tompiates. Eso sí, el banquete que cada familia pueda llevar a su mesa en 90 días de celebraciones, no es problema ya del dictador (les recomiendo el cuy a las brasas).
Hace poco se canceló el ya tradicional desfile de la marca patrocinadora por excelencia de la Navidad, bajo el pretexto de que siendo la Coca-Cola uno de los productos satanizados por su alto contenido calórico y estando intrínseca e históricamente asociado al personaje de Santa Claus, era una contradicción celebrar el desfile, desde que la 4T ha combatido a los personajes infantiles de las marcas como no ha hecho con el narcotráfico y la delincuencia organizada.
En realidad el puro tráfico es la única excusa que necesitamos para decirle adiós a esta infame caravana que además se vuelve negocio de particulares que se paga con nuestros impuestos, sin que en ningún caso se nos pregunte.
Otra gran necedad es celebrar todo con cohetes y fuegos artificiales, ya sea a la virgencita o fiesta patronal, los campeonatos, la Independencia y, desde luego, el nacimiento de Baby Yisus.
Entiendo que para quienes viven en una realidad alternativa en la que Los Avengers mantienen a raya a la delincuencia, esto no implique mayor inconveniente. Pero para los masoquistas que vemos los noticieros y sabemos que el País está en llamas en diversos puntos de su geografía, estamos a un petardo de pescarnos del ventilador del techo.
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Y esto no es de ahora, sino efectivamente desde tiempos de la guerra contra el narco de Felipe “El Nochebuenas” Calderón. Pero como la situación difícilmente ha mejorado en lo general en el plano nacional y, de hecho, el sexenio transicionó con un recrudecimiento de la violencia, pues... Yo, como los perritos, mucho le agradecería que, si ya compró cohetes y cohetones, se los truene mejor en los calzones.
Y no me malinterprete, por favor. Ya ni siquiera me estoy oponiendo a la fiesta en sí, ni a que cada quien la celebre como mejor le plazca, le apetezca, pueda o le convenga.
Con que logremos desvincular la celebración de la administración pública, suspendamos la Caravana hasta que nuestras ciudades solventen sus problemas de movilidad y nos reservemos la pirotecnia para el Día del Juicio, con eso le quitaríamos a la Navidad y sus fiestas, mucho de su intrínseca necedad.