Fiel afición

Opinión
/ 14 diciembre 2021
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Candidito, joven inocente, casó con Pirulina, que sabía un rato largo acerca de las cosas de la vida. La noche de las bodas él se presentó al natural, tímido y corto, ante su flamante esposa. A ella no le importó lo tímido, pero lo otro sí. Le dijo a su nervioso maridito: “¡Ay, Candi! ¡Tu mamá me advirtió que tenías cosas de niño, pero no pensé que se refería a esto!”... Es poco grata la presencia de Capronio en esta columna, pues su conducta deja mucho que desear, por insolente. Una mañana su hijo le anunció, asustado: “¡Papi! ¡Un ovni aterrizó en nuestro jardín, y los alienígenas se llevaron a la abuela!”. El tal Capronio permaneció impertérrito. Le preguntó el niño: “Papá: los extraterrestres ¿son buenos o son malos?”. Replicó el majadero: “Si se llevaron a mi suegra son buenos, muy buenos”... Me alegró mucho el triunfo del Atlas. Me entristeció mucho la derrota del León. Sucede que tanto en Guadalajara como en la ciudad guanajuatense tengo afectos entrañables, así que acompañé en su júbilo a los atlistas y en su pena a los leoneses. Lo he dicho en varias ocasiones y lo repito ahora: el futbol soccer no está entre mis deportes favoritos. Acerca de ese juego lo ignoro todo y algunas cosas más. Pero vi el partido final porque en el fondo abrigaba una esperanza: que ganara el Atlas luego de 70 años de no alzar la copa. Su afición merecía esa victoria, pues difícilmente se hallará otra tan perseverante y abnegada como la de ese equipo. Bien conocido es el eterno grito de batalla de sus seguidores: “¡Con el Atlas, aunque gane!”. Alguna vez oí la anécdota de la muchacha tapatía que le dijo a su papá: “Tengo dos pretendientes, y los dos me proponen matrimonio”. Preguntó el padre: “¿A qué equipo le van en el futbol?”. Respondió la muchacha: “Uno le va al Atlas, y el otro al equipo tal”. “Cásate con el que le va al Atlas –dictaminó el señor–. Ésos siempre son fieles”. Para documentar aún más el gran amor que los atlistas sienten por su equipo narraré una experiencia personal. Hace algunos años fui a dar una conferencia en Guadalajara. Mi anfitrión me habló de un cierto amigo suyo que poseía una biblioteca espléndida. Manifesté mi deseo de conocerla, y el tal amigo nos invitó a desayunar al día siguiente en su casa para mostrarme sus libros. A hora muy temprana de ese día mi anfitrión me llamó por teléfono al hotel. El desayuno se suspendía por una razón muy atendible: nuestro invitante se hallaba en el hospital. Devotísimo fan del Atlas, la noche anterior asistió a un partido importante de su equipo. El juego iba empatado, pero en el último minuto el conjunto rival anotó un gol. Con el impacto que eso le produjo le sobrevino al señor un síncope cardíaco. Tal era el fervor que sentía por su equipo. De no haber sido por la oportuna atención que recibió, los Zorros habrían perdido a uno de sus más fervientes seguidores. Una afición como la de los Rojinegros era acreedora de una victoria así. Reciban el Atlas y sus hinchas la felicitación de alguien que no sabe nada de futbol, pero que de emociones sabe mucho. Y a los partidarios del León quédeles la satisfacción de que su equipo –gran equipo– luchó hasta el final, y que otros campeonatos lo esperan... Jactancio, sujeto presuntuoso y pagado de sí mismo, invitó a salir a la bella Susiflor. Le dijo: “Compartiremos gastos. Tú pagarás las copas, la cena y el cuarto del hotel. Lo demás va por mi cuenta”... El guardia forestal les informó a las guapas chicas: “Está prohibido nadar en este río”. Protestó una de ellas: “¿Por qué no nos lo dijo antes de que nos desnudáramos?”. Replicó el hombre: “Desnudarse no está prohibido”... FIN.

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