Fobias y miedos

Opinión
/ 23 noviembre 2023

Hay dos clases de fobias, digo yo: las que están inspiradas en el miedo y las que tienen su raíz en el odio. Cada quien lleva consigo un temor: a los perros, a las alturas, a los espacios cerrados o abiertos, al trabajo... Y raro será quien vaya por este mundo sin sentir aversión, inquina o malquerencia por alguien. Tendría que ser un San Francisco de Asís.

El catálogo de fobias es inmenso. Ocupa varias páginas en el obeso Diccionario de Psicología del doctor Hirnver Brannt. Las fobias más interesantes que registra ese sabio señor son la triscaidecafobia (por su nombre), que es la tirria al número 13: la ereutofobia (por su rareza), preocupación por sonrojarse, y la misofobia, horror a lo sucio. Ésta era la fobia de Howard Hughes, que a nadie saludaba de mano por miedo a recibir trillones de virus, microbios y bacterias que en unas cuantas horas −pensaba él− lo matarían. Menos aún besaba a una mujer o ponía en ella su pudenda parte. Murió muy limpio, pero muy solo, este gran idiota misofóbico.

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En México tuvimos dos grandes fobias nacionales: una contra los gachupines y otra contra los gringos. Digo “tuvimos” porque ya han desaparecido esas malevolencias. Antiguamente todos los comercios de españoles en la Ciudad de México cerraban sus puertas el 15 de septiembre, y cubrían los escaparates con gruesas cortinas de metal, pues la encendida turba lapidaba las tiendas de los peninsulares, y si a alguno veían en la calle lo perseguían y acosaban con toda suerte de malos tratos de palabra y obra.

Por lo que hace a los americanos la fobia contra ellos se deriva de las repetidas invasiones que de su parte hemos padecido. Rara cosa: los franceses también nos invadieron y, sin embargo, nadie les tiene antipatía. Dejo ese tema a la consideración de historiadores y sociólogos, que son gente muy seria.

Conservo un titular de El Diario, aquel entrañable periódico al que su competidor, El Heraldo del Norte, llamaba “el periódico de la calle de Múzquiz”, habida cuenta de que El Diario llamaba al Heraldo “el periódico de la calle de Aldama”. Ese titular, de tiempos de la Segunda Guerra, corresponde a una noticia acerca de cierto ebrio que, furioso por lo elevado de la cuenta que le presentaron en la cantina donde se había embriagado, quebró a patadas la taza del excusado del local. Decía el titular:

“Germanófilo rompe un excusado inglés”.

A propósito de esa simpatía por los alemanes, al terminar la Segunda Guerra el Escuadrón 201 vino a Saltillo a recibir el homenaje popular por su participación en el conflicto. La Plaza de Armas estaba llena de gente que aclamaba a los aviadores. De pronto un chamaquito que estaba a hombros de su padre gritó en medio del silencio que se había hecho para escuchar al orador oficial:

-¡Viva Alemania!

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El papá de aquel niño, un pobre empleado perteneciente a la burocracia local, fue despedido de su empleo ese mismo día, y vigilado después estrechamente como presunto agente de las potencias del Eje.

Ahora les ha dado a los gringos por meter las narices en la vida privada no sólo de sus compatriotas, sino de gente en todo el mundo, a través del espionaje en las comunicaciones electrónicas, a objeto de detectar posibles terroristas. Y el mayor terrorista de todos lo tienen ellos en su casa –Trump–, y pueden hacerlo otra vez Presidente. En fin, como dijo el señor cura García Siller en el sermón más corto que se ha pronunciado en la historia de la Iglesia: “Así anda el mundo y ni modo. Creo en Dios Padre...”...

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