Fragmentos de un diario

Opinión
/ 14 agosto 2022
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Mis cuadernos viejos contienen ideas. Guardan notas, atesoran pensamientos, contienen fragmentos de mentes ilustres. La mayoría de las páginas siguen vivas. Una de ellas, cita a Antoine Lavoisier, me recuerda a uno de mis maestros de primaria; a él le debo la invaluable frase del químico francés: “La materia no se crea ni se destruye: sólo se transforma”. Reparar décadas después en frases célebres invita a elaborar ideas nuevas, no en demérito del concepto original.

Lavoisier publicó su idea hace más de dos siglos, tiempos yermos de tecnología y de la apropiación maligna de la especie humana sobre la Tierra y sus habitantes: animales, insectos, agua, aire, plantas y otros seres humanos, con frecuencia, maltratados.

Dos siglos después es necesario repasar las nociones biológicas de Lavoisier. Los ecologistas no se cansan de advertir sobre los cambios irreversibles de la Tierra si no se actúa “ya”; “ya” es 2030. Los defensores y amantes de la Tierra no albergan dudas: los daños producidos por el hombre serán irreversibles si no se frenan nuestros latrocinios. Acompañadas por dosis “grandes” de escepticismo comparto tres reflexiones.

La materia de Lavoisier es universal. Incluye agua, cielo, mares, tierras. Los optimistas dirán que “no se ha destruido, se ha modificado”. Los escépticos dirán: “la modificación del entorno es irreversible. Hemos masacrado a la Naturaleza”.

“La materia no se crea...”, afirmaba Lavoisier. Ahora su concepto es inadecuado, no por sus observaciones, sino por la voracidad de nuestra especie. Los políticos dueños del mundo, chinos, estadounidenses, rusos, dirán, “Exprimir la Tierra y anegarla de plásticos e incontables desperdicios es necesario. De no ser así, ¿cómo crecer?, ¿cómo alimentar a nuestra población?”. Los escépticos piensan, “La materia original se ha modificado, de no frenarse la destrucción, pronto la Tierra entrará en rigor mortis. Los mares han perdido poblaciones marinas, los osos migran en busca de alimento, las flores florean cuando no corresponde, incontables especies de insectos han desaparecido, millares de plantas se han perdido, los glaciales se derriten y, etcétera...”.

La frase final, “sólo se transforma”, es veraz. La destrucción causada por nuestra especie era impensable en los tiempos de Lavoisier. Los dueños del mundo y algunas sectas religiosas fanáticas sostienen, “los cambios en el globo terráqueo son programados, la Naturaleza se comporta de acuerdo a su naturaleza. Tsunamis, deshielos, tormentas eléctricas y desaparición de glaciares constituyen fenómenos normales. El ser humano no es el responsable”. Quienes tienen hijos y/o nietos y conviven con la destrucción del entorno, aseguran, “de acuerdo a los conocedores de la Naturaleza los daños infringidos a la Tierra por el ser humano son los culpables de la enfermedad de nuestra casa, la Tierra”.

Lavoisier es historia. El presente es presente. Rescatar reflexiones viejas ilustra: la biología no se equivocó, es el ser humano el responsable de la situación actual. Los viejos habitantes de la Tierra, mamuts, flora silvestre y ríos cohabitaban adecuadamente. Lavoisier planteó sus ideas. El ser humano destruyó y se destruirá por diversas razones. La principal somos nosotros mismos. Shoshana Zuboff, psicóloga social, pone el dedo en la llaga: primero la Naturaleza se convirtió en mercancía. Ahora es el turno de la naturaleza humana, mercantilizada mediante la acumulación de datos sobre nuestras vidas.

Nuestra especie carece de límites. De poco sirve la experiencia acumulada. De nada sirven advertencias como la de Zuboff.

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