Francisco: el Papa que hizo de la fe una acción viva

Opinión
/ 26 febrero 2025

El pontífice ha emergido como un faro moral que trasciende el ámbito religioso... entendió desde el primer día que su misión no era administrar el statu quo, sino transformarlo

En un mundo donde los liderazgos se desmoronan y las instituciones pierden credibilidad, el Papa Francisco ha emergido como un faro moral que trasciende el ámbito religioso. Desde su elección en 2013, su pontificado ha sido una revolución silenciosa, pero implacable, desafiando estructuras centenarias y abriendo las puertas del Vaticano a quienes nunca imaginaron formar parte de la Iglesia.

En tiempos donde la política está fracturada y la desconfianza se ha vuelto la norma, Francisco se mantiene como una de las pocas figuras con autoridad moral indiscutible, no sólo para los católicos, sino para el mundo entero. El Papa de la periferia entendió desde el primer día que su misión no era administrar el statu quo, sino transformarlo. Su estilo directo y su manera de comunicar han roto con los códigos tradicionales del Vaticano.

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No es el Pontífice de los discursos fríos y calculados; es el de los gestos y las palabras que llegan sin intermediarios. Sus nombramientos han sido una declaración de intenciones: en febrero de 2025 designó a la monja Raffaella Petrini como gobernadora del Estado de la Ciudad del Vaticano, consolidando el papel de las mujeres en la estructura del poder eclesial, algo impensable en otras épocas. Ha cambiado la forma en que la Iglesia se muestra al mundo, desmontando el lenguaje hermético y acercándose a una humanidad que clama por referentes éticos. Ha utilizado las redes sociales como una habilidad inesperada, y con una sola frase puede sacudir la conversación global.

Pero su liderazgo va más allá de las formas. Ha transformado el fondo de la Iglesia con reformas que han generado resistencia interna, pero que han sido necesarias para sacarla del letargo. Su llamada a una “Iglesia en salida”, que no es un museo de dogmas, sino un hospital de campaña, ha redefinido la misión pastoral en el siglo 21. No quiere una fe encerrada en templos, sino una que se viva en las calles, en el diálogo con los excluidos, en la confrontación con las injusticias del mundo.

En julio de 2016, durante la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, Polonia, tuve la oportunidad de conocer al Papa Francisco en un contexto marcado por el miedo y la incertidumbre. Europa se encontró sacudida por una serie de atentados terroristas que habían sembrado el pánico en diversas ciudades. En medio de esta atmósfera de tensión, Cracovia se convirtió en un refugio de esperanza para millones de jóvenes que buscaban respuestas y consuelo.

Recuerdo vívidamente cómo, a pesar de las amenazas latentes, las calles de Cracovia se llenaron de colores y cantos. Jóvenes de todas las naciones compartíamos nuestras costumbres y tradiciones, demostrando que la fe podía superar las barreras que el mundo actual nos presenta. La diversidad cultural se convirtió en un símbolo de unidad y resistencia frente al terror.

El Papa Francisco, consciente del temor que nos rodeaba, pronunció palabras que aún resuenan en mi corazón: “El mundo está en guerra porque ha perdido la paz”. Sin embargo, nos instó a no dejarnos vencer por el miedo, recordándonos que “no es una guerra de religiones, sino de intereses”. Sus mensajes eran directos y desafiantes, llamándonos a ser protagonistas del cambio y a no conformarnos con una vida cómoda. Nos exhortó a “no ser jóvenes de sofá”, sino a ponernos los tenis y dejar una huella significativa en el mundo.

A pesar de la fragilidad humana que no perdona ni a los grandes líderes, Francisco ha mantenido una actitud resiliente. Su salud ha sido motivo de preocupación en los últimos meses. Sin embargo, su espíritu permanece indomable. Su renuncia anticipada, ya escrita y entregada en caso de una incapacidad irreversible, demuestra su lucidez y sentido de responsabilidad. No se aferra al poder porque entiende que la Iglesia es más grande que él.

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Su impacto ha sido tal que líderes como Claudia Sheinbaum han reconocido que Francisco “representa mucho para la humanidad, más allá de la religión católica”. Y es que el Papa ha trascendido su rol eclesial para convertirse en el último gran referente de liderazgo ético en Occidente. Mientras la política se polariza y el discurso público se degrada, él sigue siendo un símbolo de unidad y esperanza.

En la historia de la Iglesia ha habido Papas reformadores, diplomáticos y mártires. Pero Francisco es un Papa distinto: un líder que, en medio del caos global, ha demostrado que la autoridad no se impone, se construye con autenticidad. En tiempos donde las instituciones tambalean y los discursos vacíos abundan, su voz sigue siendo una de las pocas que aún resuenan con verdad. Más allá de su salud o de lo que depare el futuro, el legado de Francisco perdurará como un testimonio de valentía, compasión y fe inquebrantable.

“Les pido que recen por mí”.- Papa Francisco.

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