Francisco: el Papa que tocó los bordes del mundo
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La figura del papa Francisco ha dejado una huella imborrable. No por grandeza política, sino por la sencillez de quien supo caminar junto a los demás
En tiempos donde la fe parecía replegarse ante la velocidad del mundo moderno, un hombre surgió desde el sur del planeta para recordarle a la Iglesia su esencia más profunda. Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa latinoamericano, no sólo fue un cambio de geografía, sino un giro de espíritu.
Su elección, el 13 de marzo de 2013, fue una bocanada de aire fresco para una Iglesia golpeada por escándalos y desconectada de muchos de sus fieles. Francisco marcó su diferencia desde el inicio: rechazó la limusina papal, prefirió la cruz de hierro sobre el oro y saludó al mundo con un simple “Buenas tardes”. Su pontificado de 12 años estuvo lleno de gestos, pero también de profundas reformas. Francisco no fue sólo un líder espiritual, fue una figura que, con actos concretos y palabras cercanas, tocó los bordes del mundo. Desde su histórica encíclica Laudato Si’ (2015), donde alertó sobre la crisis ambiental y denunció la “cultura del descarte”, hasta sus viajes a zonas de conflicto como Irak (2021) o Sudán del Sur (2023). Fue un Papa que no temió incomodar al poder ni abrazar al marginado.
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Reformó las estructuras financieras del Vaticano con la creación de la Secretaría para la Economía, buscando transparencia en las cuentas, y reorganizó la Curia Romana con la constitución apostólica Praedicate Evangelium (2022). Enfrentó con valentía los escándalos de abusos sexuales, removiendo obispos, endureciendo sanciones y pidiendo perdón públicamente. Su acercamiento a la comunidad LGBT, con frases como “¿Quién soy yo para juzgar?”, mostró una apertura que provocó tanto esperanza como resistencia dentro de la Iglesia. Fue también el Papa de los gestos simbólicos: lavó los pies a migrantes musulmanes, bendijo un matrimonio en pleno vuelo y se reunió con el Gran Imán de Al-Azhar, rompiendo décadas de distancia con el islam. Canonizó a figuras cercanas al pueblo como Óscar Romero y, en plena pandemia, se presentó solo en una Plaza de San Pedro vacía, bajo la lluvia, orando por el mundo.
Con su muerte, a los 88 años, la Iglesia entra en una nueva etapa. El mundo, fracturado por guerras como la de Ucrania, tensiones económicas, crisis migratorias, y una creciente indiferencia religiosa en muchos países, vuelve su mirada al Vaticano. El Cónclave que se avecina será el primero totalmente digitalizado en cobertura, seguido por millones en tiempo real. La elección del nuevo Papa no sólo impactará a los católicos que suman más de mil 300 millones, sino al escenario geopolítico global.
Los retos son múltiples: fortalecer la fe en regiones donde disminuye, como Europa; atender a África y Asia, donde la Iglesia crece; y responder a una juventud que exige autenticidad y compromiso. Además, deberá continuar la lucha contra los abusos, fomentar la sinodalidad, una Iglesia más participativa y posicionarse frente a temas urgentes, como el cambio climático, la inteligencia artificial y la desigualdad.
Los nombres que resuenan en la Capilla Sixtina reflejan esas tensiones. Pietro Parolin, actual secretario de Estado, es una figura diplomática clave, con experiencia en China y Oriente Medio. Luis Antonio Tagle, de Filipinas, representa la voz del sur global, con carisma y cercanía a los pobres. Peter Turkson (Ghana) y Robert Sarah (Guinea) son opciones africanas: el primero, moderado, y el segundo, más conservador. Matteo Zuppi (Italia), cercano a movimientos sociales, es visto como el “candidato de la continuidad”. Wilton Gregory, primer cardenal afroamericano, sería una señal de apertura en tiempos de lucha por la justicia racial. Otros nombres como Christoph Schönborn (Austria) o Jean-Claude Hollerich (Luxemburgo) completan la lista.
En medio de esta incertidumbre, algo queda claro: la figura del papa Francisco ha dejado una huella imborrable. No por grandeza política, sino por la sencillez de quien supo caminar junto a los demás. Y ahora, mientras millones de personas siguen su funeral y los cardenales se preparan para elegir a su sucesor, es inevitable pensar en el poder de la fe para unir lo que tantas veces el poder humano separa.
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El funeral de Francisco, previsto para el 26 de abril en la Plaza de San Pedro, reunirá a líderes de todo el mundo, creyentes y no creyentes. Porque dentro de los tiempos complejos que vive el mundo, es esperanzador ver cómo un tema espiritual, un momento de fe, logra detener por un instante las diferencias y recordarnos que, al final, todos buscamos lo mismo: sentido, esperanza y un poco de luz.
El legado de Francisco será precisamente ese: recordarnos que la Iglesia no está solo en Roma, sino en cada gesto de amor hacia el otro. Que el Evangelio sigue siendo actual cuando se vive desde abajo. Y ahora, el mundo espera. Espera un nuevo Papa, pero también espera que lo que Francisco sembró no se pierda, sino que florezca. Porque la fe, cuando es auténtica, siempre une.