‘¡Gentrifícame ésta!’. La gentrificación no existe... son tus papás

Opinión
/ 10 julio 2025

Siete años de monserga hicieron de este momento la ocasión perfecta para sacar los peores rencores y resentimientos, después de todo están legitimados por el discurso lopezobradorista

Con seguridad el cinéfilo lector, la culta lectora, el lectore conocedore, han visto “Taxi Driver”, el clásico de culto de Martin Scorsesesese (nunca sé cuándo parar), o alguna otra película situada en el decadente New York de los años 70.

En efecto, por aquellos años, NY no atravesaba por su mejor época, su tasa delincuencial estaba por los cielos, las calles y edificios se encontraban en un deplorable estado y las finanzas públicas casi tocaban la quiebra total.

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Requirió múltiples esfuerzos levantar a la Urbe de Hierro, comenzando con el refinanciamiento de su deuda pública para conjurar el fantasma de la bancarrota; luego el alcalde Ed Koch (78-89) se aplicó en renovar la infraestructura urbana para atraer negocios y recuperar la confianza de inversionistas en diversos sectores.

Se gestó además por aquellos años una explosión cultural que volvió a los viejos barrios, como el SoHo y Lower East Side, en sitios muy atractivos para los artistas y galerías.

Aunado a todo lo anterior, la sociedad civil y diversas ONG se dieron a la tarea de rescatar algunos vecindarios, de restaurar espacios públicos e incluso de mantener a raya la criminalidad.

Fue así como la otrora vieja, sucia e insegura Nueva York de “El Vengador Anónimo” recobró su viejo encanto, pero con un toque muy vanguardista, lo que le valió reclamar su antiguo título como “Capital del Mundo”.

¿Y qué cree que pasó entonces? ¡Dígame usted qué es lo que pasa cuando un lugar es más bonito, más seguro y tiene mejores servicios!

¡Pues que se encareció! Naturalmente, es decir, se gentrificó.

Y se gentrificó al grado de que hoy resulta ridículo y absurdamente caro vivir ahí (si lo sabré yo que es lo único que me separa de cumplir mi sueño de irme a vivir allá y no regresar ni en las Navidades).

Cito el caso de NY para que le quede claro que la gentrificación no es una perversa actividad, ni un propósito malsano, un proyecto diabólico o la conspiración de nadie. No es como que un grupo de villanos corporativos confabule en su junta matinal y diga: “¡Vamos a hacer algunas gentrificaciones! ¡Hoy la colonia Condesa, mañana el mundo! ¡Muajajaja!”.

Pues no, la gentrificación es el resultado de algo tan legítimo como el deseo de mejorar la comunidad, de abatir la criminalidad, de tener un entorno más limpio, de atraer los negocios.

Es el deseo irreprochable de vivir mejor y la consecuencia de tener éxito en ello. ¡Eso mismo! Es la consecuencia de un fenómeno y no el fenómeno en sí.

Y si un espacio es ahora un mejor lugar para vivir... ¡Es obvio que más gente va a querer vivir ahí! ¿Dónde está la brujería en dicha ecuación?

Y si más gente quiere vivir ahí, la demanda aumenta en consecuencia, y si la demanda aumenta, los propietarios pueden y van a cobrar rentas más altas (de hecho tienen que hacerlo, pues su propiedad ahora vale más).

En consecuencia, la gente con mayor poder adquisitivo ocupará estos espacios, desplazando a personas que tenían muchos años (quizás toda su vida) viviendo ahí. ¿Es duro? Sin duda, pero ni siquiera me atrevo a decir que sea injusto. Creo que la ley de oferta y la demanda es como la vida salvaje: no es buena ni mala... Simplemente es.

¡ALTO! ¡Alto ahí! Ni soy libertario, ni partidario del laissez-faire. Creo, desde luego, que el Estado debe mediar en ciertas pugnas económicas y que la ley debe emparejar algunas desventajas para los que menos tienen. Pero SÓLO en cuestiones vitales, aquellas que tienen que ver con las necesidades básicas y el desarrollo del individuo: alimentación, salud, energéticos, educación y las comunicaciones. El Estado debe vigilar que los productos y servicios cumplan con las especificaciones de ley, sancionar las estafas... y poco más. Fuera de eso, que los mercados se agarren con todo y que gane el mejor.

El mercado inmobiliario es uno de esos que quedan a su suerte −por suerte o por desgracia−; están sujetos a la ley de oferta y demanda. Y no tiene nada de malo. Es el Estado quien debe procurar espacios suficientes para vivir con total cobertura de servicios, pero no puede garantizar que todos vamos a vivir en Coyoacán, entre el mercado y la Torre Mítikah.

La gente con menos poder adquisitivo será desplazada a barrios más populares. Es inevitable. Lo que no es inevitable, y de hecho es obligación del Estado, es que esos barrios populares cuenten con escuelas, áreas recreativas, servicios primarios, transporte y seguridad para que prospere el comercio. Eso, pero no puede exigírsele que abarate lo que se encareció por un factor inherente (como la ubicación) o los movimientos del mercado.

La marcha contra la gentrificación realizada el fin de semana en la antigua Tenochtitlán City, hoy CDMX, no sólo fue estúpida, sino vergonzosa. Y es que no sólo exhibió la total ignorancia de los manifestantes, sino que hizo aflorar algunos de nuestros peores complejos y fobias, por no mencionar la absurda violencia perpetrada contra inmuebles, casas y negocios.

La marcha “contra” la gentrificación que −ya le digo− no existe (al menos no como la conspiración que se imaginan estos descerebrados sin causa, pero con consignas pendejas), se tornó luego en marcha antigringos y luego pro Palestina (¿qué se mete esta gente?).

Fue la estupidez hecha reclamos: como la exigencia de que se larguen los gringos (como si realmente fueran los extranjeros el problema), que aprendan español y, de paso, a comer chile (porque las taquerías fueron gentrificadas también y ya nomás sirven salsa de la que no pica para complacer al comensal con dólares sobre el güerito de toda la vida).

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México está muy crispado porque lleva siete años siendo cilindreado desde el poder, poniéndonos unos contra otros en una eterna cantaleta victimista: el enemigo son los fifís, los empresarios, la clase media, los pudientes, los aspiracionistas y, claro, los gringos.

Siete años de monserga hicieron de este momento la ocasión perfecta para sacar los peores rencores y resentimientos, después de todo están legitimados por el discurso lopezobradorista (igual que el discurso de Trump legitima las peores actitudes xenófobas y racistas). Ambas naciones padecen los claros síntomas de envenenamiento por demagogia patriotera de parte de sus líderes carismáticos populistas.

La xenofobia antigringa de los mexicanos pasa ahora por acto reivindicador y justiciero. Un clima “antiyankee” muy conveniente hoy que EU está a punto de resquebrajar la maltratada piñata de la “superioridad” moral del movimiento transformador. Así que es muy oportuno para el poder, para el Gobierno, para el morenato, que la gente le tenga ganada la peor de las ojerizas a los güeros, pues son justo ellos quienes están poniendo el dedo en las llagas más purulentas del régimen que nos desgobierna. Ahí está la tragedia, en el narcosistema, no en la gentrificación.

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