Guatemala

Opinión
/ 21 septiembre 2025

El encuentro con académicos guatemaltecos abre la reflexión sobre la autodeterminación maya, la acción climática y los retos del Corredor Biocultural ‘Gran Selva Maya’

Llueve intensamente mientras escribo este texto. Así llueven reflexiones en mi mente luego de convivir con académicos guatemaltecos en pro de las causas mayas y escucharlos sobre las condiciones geopolíticas de su país. Escucho, sorprendido, pues mis interlocutores son actores sociales en el tema.

Al culminar mi conferencia el pasado 18 de septiembre en las instalaciones de la Fundación María y Antonio Goubaud, ubicadas en el deteriorado Centro Histórico, siguen brillando los guatemaltecos por su trato, por su fraternal y respetuoso manejo de su habla y modales. Sin embargo, los chapines –fusión de etnias y nacionalidades diversas– no apuestan verdaderamente a la autodeterminación de los mayas.

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En un bello recinto, tuve como audiencia a investigadores y periodistas, a quienes compartí el modelo de gestión de la asociación civil Mundo Sustentable en pueblos originarios de México, enfocado en la gobernanza desde centros holísticos liderados por universidades públicas. Además, abordé mi interés por la unificación de los mayas en la acción climática y comenté que el convenio que se firmó el 15 de agosto, en el que se presentó el Corredor Biocultural “Gran Selva Maya”, podía ser inspiración para tal unicidad.

Señalé que el XV Encuentro Lingüístico y Cultural Maya, que se desarrollará en Bacalar en agosto de 2026 con representantes de Belice, Guatemala y México, podía ser una plataforma perfecta para llegar a acuerdos concretos para la conservación y fortalecimiento del patrimonio natural y cultural maya. Las preguntas sobre mis puntos de vista respecto a las políticas públicas desde el sexenio de López Obrador fueron contundentes. Fui honesto en mis respuestas.

A los guatemaltecos les inquieta el tema del corredor biocultural “Gran Selva Maya” porque se firmó de último momento luego de que se les había comunicado que sería un convenio sobre seguridad regional liderado por la presidenta Sheinbaum (quien, por cierto, tiene una buena imagen ante ellos), y se avisó que estaría también como firmante el gobierno de Belice, país con el que hay una problemática bilateral permanente. Su preocupación es que detrás del multicitado corredor está la ampliación del Tren Maya en la región del Petén, que ha sido tan saqueada forestalmente y en donde pululan las actividades del narcotráfico.

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En medio de la plaza de armas de la Ciudad de Guatemala existe una gran fuente que ha ido modelándose según los movimientos telúricos que han acontecido en las últimas décadas. Sobre la plaza se pasean mujeres con indumentaria maya y otras con rasgos autóctonos caminando sobre tacones y con el cabello teñido de rubio, lo que les representa seguramente un estatus (aunque hay mujeres rubias que en otras partes del mundo se tiñen de negro el pelo por cuestión de estética). Un par de dirigentes mayas portan con arrogancia sus varas –versión guatemalteca de los bastones de mando, hoy tan de moda en la clase política mexicana–, pues en lo que fuera el Palacio Nacional –que mandó a construir el innombrable dictador Jorge Ubico Castañeda, quien gobernó de 1931 a 1944, en un estilo ecléctico recubierto de cemento verdoso– se celebra una reunión de representantes indígenas.

Sigue lloviendo, y no olvido a personas fascinantes, como los presentadores del coloquio en la Biblioteca Nacional sobre Mario Roberto Morales (1947-2021), notable literato guatemalteco, autor de “Demonios Salvajes” y “Los que se Fueron por la Libre”. Morales estuvo en la guerrilla por 25 años y estuvo un tiempo exilado en México. Mario Roberto pudo entrar en depresión porque no se logró nada en la causa en la que participó. Su mejor acercamiento fue leer la política e interpretar lo que iba a ocurrir; una historia de sujeción y simulaciones que se repite en todos los países de Latinoamérica. Hay guatemaltecos de una alta consciencia social.

Columna: Mundo sustentable

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