Hablemos de Saltillo: cosas de ayer y hoy

Opinión
/ 17 noviembre 2024

Parece importante no dejar que se pierdan esas cosas pequeñas de la vida cotidiana de los saltillenses de ayer. Los que mediamos el siglo 20, es decir, que nacimos a mediados del siglo pasado, hemos vivido tantos cambios vertiginosos en todos los ámbitos imaginables: la vida social y familiar, la educación, las costumbres, los quehaceres, los oficios, las modas, los estudios académicos, el transporte, las formas de comunicación y entretenimiento, las calles, las formas de transportarse y de viajar... En suma, ayer conocimos una ciudad y hoy habitamos otra.

Ayer comprábamos jamoncillos a dos por 5 centavos en la tienda de don Simón en la esquina y también al vendedor ambulante que improvisaba su puesto en la banqueta con la vitrina llena de dulces caseros de leche, coco, nuez, piloncillo, sobre las patas de tijera que cargaba al hombro. El tendero de la esquina nos daba “pilón” y el viejo de la interminable danza de los matachines nos daba un susto con su chicote y su horrible muñeca el 6 de agosto en el atrio de la Catedral, en la fiesta del Santo Cristo, que para nosotros culminaba con las enchiladas engullidas en alguno de los puestos y los ojos azorados mirando las luces de la pólvora.

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Ayer bajábamos sin peligro y como bólidos las empinadas calles de Saltillo en carritos de roles; jugábamos a Doña Blanca, los Listones, la Rueda de San Miguel, la Víbora de la Mar y la Roña, o nos divertíamos con los “yaquis”, los palitos chinos, los yoyos, los trompos y las canicas. Ayer veíamos mil veces las mismas caricaturas de Mickey Mouse en cintas de 35 mm en aparatos domésticos, y los domingos en la tarde oíamos en la radio el programa de “Cri-Cri, el Grillo cantor”. Poco después, teníamos radios de transistores y tocadiscos de consola.

Ayer se usaba el jabón Mariposa amarillo para lavar la ropa, cortado finamente con un cuchillo y hervido en agua; se hacían las salsas en el molcajete y el chocolate caliente de la mañana o el de la merienda en la tarde, se espumaba con el molinillo. Ayer, los soldados marchaban por mi calle cantando a voz en cuello: “A la virgen morena le pido, que me cuide y me deje luchar...”.

Ayer subíamos y bajábamos el muro del hemiciclo a Juárez en la plaza de San Francisco y nos llevaban a la Plaza de Armas a oír las serenatas de la Banda del Estado mientras disfrutábamos un algodón de azúcar color rosa salido de la magia de un palito que el dulcero movía y movía sobre un cazo de lámina galvanizada, y don Adrián Rodríguez repartía sus manifiestos seguido de una turba de chiquillos.

Ayer, el que se hacía llamar hombre-mosca, escaló la torre de Catedral, en el Salón de Actos de Obreros del Progreso vimos las películas “Marcelino Pan y Vino” y “De los Apeninos a los Andes” y disfrutamos del entrañable Cine Palacio con las innumerables cintas de los viernes populares y los domingos de estreno. Ayer gozamos la videocasetera de la casa y veíamos una y otra vez las películas proyectadas en nuestro aparato de televisión. Ayer comprábamos estampillas y depositábamos nuestras cartas en las oficinas de Correos, y giros y telegramas en la de Telégrafos.

Ayer usábamos suéteres de “banlon”, tecleábamos en máquinas de escribir Remington y oíamos y grabábamos música en casetera; íbamos a tomar refrescos al restaurante del Hotel San Luis, a La Guacamaya y al Café Arcasa. Asistíamos a todos los desfiles chuscos y los entierros del mal humor de los estudiantes, a los juegos de básquetbol en el gimnasio de la Acuña y los reñidos encuentros de americano entre los Daneses del Ateneo y los Buitres de la Narro en el Estadio Saltillo, frente a la Alameda.

Ayer nos movíamos en los camiones Cinsa y Obregón-Ateneo, y para ir a Monterrey abordábamos un Monterrey-Saltillo en la terminal de Padre Flores y Abbott, y para viajar a la Ciudad de México, una unidad de Autobuses Anáhuac en Presidente Cárdenas e Hidalgo, o viajábamos en tren, el Rápido Regiomontano. Ayer fueron los guateques, los bailes rancheros en la Acuña, los bailes del Casino y los de graduación en las terrazas del Ateneo. Hoy somos adultos mayores que en el pasado les compramos patinetas, Nintendo y Atari a nuestros hijos, y hoy les pedimos a nuestros nietos que nos enseñen a usar un smartphone.

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