Herrerías: En memoria de aquel tan buen amigo

Opinión
/ 1 diciembre 2024

Ernesto ‘El Chaparro’ Tijerina era nativo de Los Herreras, Nuevo León. Tuve la inmensa fortuna de ser su amigo durante muchos años

El Chaparro Tijerina contaba de una señora de su pueblo que se levantaba de la mesa y decía a las visitas:

-Con permiso de ustedes. Voy a mear, y pue’ que obre.

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Ernesto “El Chaparro” Tijerina era nativo de Los Herreras, Nuevo León. Tuve la inmensa fortuna de ser su amigo durante muchos años, y su amistad me enriqueció la vida. En eso consiste la amistad verdadera −¿acaso hay de otra?−, que enriquece por igual a quien la da y a quien la recibe.

A Ernesto le gustaba conversar. A mí también. A Ernesto le gustaba comer sabroso. A mí también. A Ernesto le gustaba el buen tequila. A mí más. Ernesto estaba en permanente actitud de adoración ante el eterno femenino. Comparto igual arrobamiento. Y ambos hablábamos de nuestros respectivos terruños quitándonos la palabra el uno al otro.

Sin mengua de su amor por Los Herreras, Ernesto quería bien a Saltillo. Aquí vino a pasar su luna de miel, marido joven con esposa más joven todavía. Recordaba El Chaparro cómo llegaron en camión a la terminal de los autobuses Monterrey-Saltillo, esquina de Padre Flores y Abbott. Le preguntó él a un chofer de sitio cuál era el mejor hotel de la ciudad, y el sujeto le respondió que era el Arizpe.

-Llévenos ahí.

Media hora después, y luego de muchas vueltas y revueltas por calles lejanas y apartadas, el chofer los depositó en el susodicho hotel. Cuando llegaron a la habitación la joven desposada se asomó por la ventana y vio un gran patio con autobuses de pasajeros.

-Mira, Ernesto −dijo−. Ahí está el autobús en que vinimos.

El cabrón chofer los había traído dando vueltas por toda la ciudad, para cobrarles más. El hotel se hallaba en la misma cuadra de la terminal de autobuses. Sus ventanas daban al estacionamiento de la línea. Recordaba El Chaparro:

-Y para colmo el motor del autobús estaba haciendo todavía: prrrrrrrrrr, prrrrrrrr, prrrrrrrr, como burlándose de mí.

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A pesar de esa ingratísima experiencia, Ernesto no cayó en injustas generalizaciones, y tenía de nosotros, los saltillenses, buen concepto. De su gente, la de Los Herreras, contaba anécdotas desaforadas. Cierta tía suya, de rancho, vio por primera vez una victrola funcionando y exclamó boquiabierta:

-¡Ah, chingao! ¡Una cómoda con celebro!

Algún día volveré a la tradicional cantina de Monterrey donde nos reuníamos en noches de bohemia en torno de Ernesto Tijerina. Ahí cantamos muchos vinos y bebimos muchas canciones. Escribo esto en memoria de aquel tan buen amigo, de aquel Chaparro tan grande.

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