Historia de un vestido (II)

Opinión
/ 5 septiembre 2022
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Vestido de lujo era el que la señora lucía en aquella fiesta de bodas, y que causó la admiración –y envidia– de todas sus amigas. Le preguntaron:

-¿Dónde lo compraste?

Respondió ella:

-Lo adquirí en Turquía.

Mis cuatro lectores, avispados como son, habrán advertido de inmediato que la señora no dijo: “Lo compré en Turquía”. Dijo: “Lo adquirí en Turquía”. Ahí está el meollo de la historia.

Sucedió que la dicha señora fue a ese país en un crucero, y desde luego visitó Estambul. El guía del tour la llevó con otras viajeras a una tienda elegante de ropa para dama. Seguramente el hombre tenía comisión sobre las compras que hicieran las turistas. Ahí la señora vio un vestido precioso, de telas finísimas, con adorno de pedrería y perlas, que costaba una fortuna. Lo sacó, sin embargo de la percha para mostrarlo a sus compañeras, lo estaban admirando cuando entró a la tienda, como Pedro por su casa, un muchachillo. Tendría 15 o 16 años de edad. Al pasar junto a la señora hizo algo verdaderamente inaudito: le agarró una nalga.

No fue aquello un simple roce, o un leve tocamiento, no: fue un apretón de poca madre, si me es permitida esa expresión, tanto que la señora no pudo menos que lanzar un fuerte grito.

Al escucharlo acudió el dueño de la tienda, y acudió también el guía. La señora, furiosa, le comentó a éste lo que había sucedido. Las otras señoras estaban igualmente indignadas. El propietario del establecimiento se angustió después de oír lo que el guía le tradujo. Y es que el libidinoso chamaco era su hijo. Lo que había hecho estaba severamente castigado por la ley, con pena de prisión. Las señoras exigían que viniera la policía a detener al inmoral muchacho que había incurrido en tamaña falta de respeto contra una extranjera. El dueño de la tienda se retorcía las manos desesperado. El guía hallaba qué hacer. Por fin el propietario del local, sudoroso, temblando casi, le dijo algo al guía, y éste le tradujo lo dicho a la señora. El dueño de la tienda le suplicaba que aceptara el vestido como un regalo a cambio de no proceder contra su hijo. Le pedía mil perdones; se ponía a sus pies.

La señora consideró la propuesta. Sus amigas le ayudaron a considerarla, y todas llegaron a la misma conclusión: un vestido así, tan elegante, tan hermoso, tan caro, tan lujoso, bien valía un agarrón de nalga. Total –eso no lo dijo la señora, pero lo pensó–, ése no era el primer agarrón, y muy posiblemente no sería el último. Por su parte las demás señoras pensaron –no lo dijeron– que era una pena que el cachondo adolescente no les hubiera agarrado la nalga a ellas.

Aceptó, pues, la ofendida dama la propuesta del tendero, que le mostró su profundo agradecimiento besándole la mano –previo permiso de la dama, consultada por el guía–, y la acompañó hasta la salida entre zalemas, caravanas y reverencias después de ponerle el vestido en una caja igualmente lujosa.

He aquí, pues, la historia de ese vestido que la señora no compró en Estambul, sino que lo adquirió.

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Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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