Huelgas de ayer

Opinión
/ 23 noviembre 2024

Lo recuerdo como si fuera mañana: el salón de actos de la Escuela Normal lleno de muchachas y muchachos -algunos casi niños, como yo- que aplaudíamos con entusiasmo. ¿A quiénes aplaudíamos? A nuestros profesores, que se iban a la huelga.

Estoy viendo a la maestra Ethel Sutton con el micrófono en la mano, explicándonos vehementemente que, aunque les preocupaba nuestra preparación, los maestros tenían que dejar el salón de clase porque el Gobierno no les pagaba sus salarios. Nos dijo cuántas quincenas tenían ya sin recibirlos; nos habló de las penurias que pasaban muchos de nuestros profesores: la vergüenza de pedir fiado en la tienda de la esquina y no pagar; las rentas atrasadas; la luz cortada; la necesidad de ver al doctor para curar al niño y no poder llamarlo por falta de dinero para cubrir sus honorarios...

TE PUEDE INTERESAR: Memoria de una tragedia

Tras describir en detalle aquella penosa situación la profesora Sutton, con encendido acento, manifestó que más valía morir de pie que vivir de rodillas y nos dio a conocer la decisión tomada por las delegaciones, de ir a la huelga. Entonces nosotros aplaudimos, vitoreamos, gritamos a voz en cuello, cosa nunca antes permitida en el salón de actos. Sabíamos que huelga de profesores significaba vacación de alumnos. De ahí nuestro entusiasmo.

Muy larga fue aquella huelga. Duró meses, si no recuerdo mal. Pasábamos por la Alameda y veíamos a nuestros maestros en la puerta de la escuela, sentados ante una mesa con papeles y lonches o pan de pulque, y la bandera rojinegra atrás de ellos. Yo estaba en primero de Secundaria. Fue ésa la primera visión que tuve de una huelga.

Después vi otras, de maestros. Una muy larga hubo, ya reportero yo, en tiempos de don Raúl Madero. Quizá fue el último conflicto grave entre el magisterio y el Gobierno de Coahuila. Aquella vez las pláticas entre los líderes sindicales y los funcionarios del Estado se prolongaban hasta altas horas de la madrugada. Los reporteros debíamos estar atentos a la solución, que podía presentarse de un momento a otro. Nos encargábamos unos a otros el conflicto, pues entonces reinaba gran camaradería entre los redactores:

-Ai te encargo.

Nos íbamos con la novia o los amigos y regresábamos después de un par de horas.

TE PUEDE INTERESAR: Sobrenaturalidades

-¿Qué pasó?

-Nada todavía.

Entonces nos metíamos a una cantinita que había por el lado de la calle de Ocampo, junto a la Tesorería, y ahí seguíamos esperando.

Evoco los nombres de aquellos líderes batalladores a quienes tanto debió el magisterio coahuilense. Cito a aquéllos con quienes tuve trato: los profesores Rómulo Hernández, Nicéforo Rodríguez, Severino Calderón, Ramón Ortiz Villalobos... Si omito a alguno de aquel tiempo no hago injusticia: mi mala memoria es quien la hace. En su nombre y representación ofrezco una disculpa.

TEMAS

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM