Inundaciones en Coahuila: cómo y dónde se inunda para entender quiénes importan

Opinión
/ 7 julio 2025

La prevención no genera votos, y las obras hídricas no son tan inaugurables como los bulevares o los puentes vehiculares. Por eso, cada año se repite la tragedia, como si fuera un castigo divino y no el resultado de décadas de planeación urbana excluyente

En días recientes vimos que las lluvias volvieron a colapsar las calles de Saltillo y Torreón. En cuestión de minutos, decenas de autos quedaron varados, negocios y hogares inundados, colonias enteras incomunicadas. Las autoridades atribuyeron el desastre a la intensidad atípica de la tormenta. Pero en realidad, no hay nada más típico que las inundaciones en temporada de lluvias en Coahuila.

En por lo menos los últimos diez años, se ha inundado Saltillo, Ramos Arizpe, Acuña, Jiménez, San Juan de Sabinas, Hidalgo, Piedras Negras y Torreón. Los resultados: familias que perdieron su hogar y pertenencias, miles de personas damnificadas, colonias con daños considerables de infraestructura, vialidades intransitables, daños al erario por miles de millones de pesos. No son accidentes. Hay un patrón histórico de omisión y negligencia. Son el producto de una infraestructura pluvial rezagada, drenajes saturados y decisiones políticas de planeación urbana que han privilegiado obras visibles, pero no funcionales para todos.

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El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en su obra “Daños Colaterales, Desigualdades Sociales en la Era Global”, advierte que los desastres naturales no afectan por igual a todos los sectores sociales. Señala que los riesgos son neutrales y de efectos azarosos, sin embargo, los daños son siempre mayores para los marginados. “Existe una afinidad selectiva entre la desigualdad social y la probabilidad de transformarse en víctima de las catástrofes”.

Bauman en su análisis ejemplifica que en 2005 la población de Nueva Orleans sabía que impactaría el huracán Katrina, no obstante, no toda la población tenía donde ir a refugiarse, recursos para un hotel, tomar un vuelo o salir de la ciudad. No cualquier ciudadano podía obedecer el exhorto gubernamental de abandonar su propiedad para ponerse a salvo. “Es cierto que el huracán en sí no es selectivo ni clasista y que puede golpear a ricos y pobres con fría y ciega ecuanimidad; sin embargo, la catástrofe que todos reconocieron como natural no fue igualmente “natural” para la totalidad de las víctimas. Si el huracán no fue en sí mismo un producto humano, es obvio que sus consecuencias para los seres humanos, sí lo fueron... los afectados fueron en su mayoría los pobres. Los negros pobres”.

Dice Bauman que lo natural no es el desastre, sino su distribución desigual: mientras unos cuentan con casas seguras, pólizas de seguro y vialidades funcionales, otros viven a la orilla de arroyos mal canalizados, con techos de lámina, sin drenaje pluvial y sin autoridad que los escuche. En Coahuila, las lluvias no sólo inundan, sino que evidencian la desigualdad estructural, la precariedad urbana e institucional y el abandono de miles de ciudadanos considerados, en términos baumanianos, como residuos humanos del modelo de desarrollo.

En toda la entidad la escena se repite: zonas residenciales protegidas y calles limpias contrastan con colonias populares que se inundan sin que nadie mueva un dedo. El problema no es nuevo, ni impredecible. Lo saben los vecinos, lo han exigido los colectivos, lo han documentado los medios. Pero la prevención no genera votos, y las obras hídricas no son tan inaugurables como los bulevares o los puentes vehiculares. Por eso, cada año se repite la tragedia, como si fuera un castigo divino y no el resultado de décadas de planeación urbana excluyente, especulación inmobiliaria y omisión política.

En Coahuila no faltan recursos −el presupuesto estatal en infraestructura es considerable, o por lo menos lo fue hasta el endeudamiento del Moreirato−, lo que falta es voluntad para invertir donde algunos creen que electoralmente no conviene, para asumir que una ciudad no se mide por sus construcciones emblemáticas, sino por su capacidad de proteger a sus habitantes más vulnerables. Es necesario admitir que la desigualdad también se expresa en centímetros de agua acumulada.

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Cada inundación en este estado no sólo revela la fuerza de la naturaleza, sino la debilidad de nuestro modelo urbano y social, así como la irresponsabilidad o ineptitud de gobiernos anteriores. Y lo más alarmante es que en años recientes se ha vuelto costumbre: se normaliza la tragedia, se minimiza el sufrimiento, se culpabiliza al clima. Como si las decisiones humanas −o la ausencia de ellas− no tuvieran nada que ver.

Bauman lo escribió con claridad: los daños colaterales son la forma en que una sociedad moderna se desentiende de aquellos que no considera útiles, rentables ni visibles. En Coahuila, basta mirar cómo y dónde se inunda una ciudad para entender quiénes importan y quiénes, para el poder, sobran.

X: @JuanDavilaMx

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Licenciado en Derecho por la Universidad Interamericana para el Desarrollo, con Posgrados en Derecho, Comunicación y Campañas Políticas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Cursó diplomados en Derecho Parlamentario, Técnica Legislativa, Derechos Humanos, Políticas Públicas, Análisis Político y Campañas Electorales en la UNAM.

Fue Estudiante Investigador Invitado en el Departamento de Ciencia Política y de Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Es doctorante en Ciencias Sociales e Intervención Interdisciplinaria por la Universidad Autónoma de Coahuila y catedrático de la Facultad de Jurisprudencia.

Profesionalmente se ha desempeñado en el servicio público federal desde el Poder Legislativo en las cámaras del Congreso de la Unión y en el Poder Ejecutivo desde la Secretaría del Trabajo y Previsión Social y en la Secretaría de Gobernación. Es fundador de Morena y participó en el movimiento YoSoy132. Ha escrito ensayos, artículos de opinión y análisis político para distintas revistas y diarios.

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