Justicia en campaña: el reto de elegir con la cabeza y el corazón

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Por primera vez en la historia de México, estamos viendo algo que parecía impensable: campañas electorales para elegir a quienes impartirán justicia desde el Poder Judicial. Este 30 de marzo arrancaron oficialmente las campañas para que las y los ciudadanos elijan, a través del voto, a jueces, magistrados y ministros. Sí, como si se tratara de una elección presidencial o legislativa, pero con un giro inédito: las reglas del juego, los perfiles de los candidatos y el reto mismo del proceso, son distintos. Profundamente distintos.
Este nuevo modelo pone en el centro una pregunta que no es menor: ¿cómo se hace campaña sin comprometer la imparcialidad judicial? ¿Cómo se convence sin caer en el espectáculo? ¿Cómo se defiende una carrera en la justicia sin prometer lo que la ley no permite?
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El Instituto Nacional Electoral (INE) desarrolló lineamientos estrictos. Quienes compiten no pueden hacer promesas de campaña, ni comprometer resoluciones judiciales futuras. No pueden recibir financiamiento privado, ni recurrir a estrategias políticas tradicionales. La campaña tiene que centrarse en la trayectoria, la preparación, la ética y el compromiso con la legalidad. No es una competencia de marketing ni de marketing: es una prueba de fondo.
Y en ese contexto, los retos para los aspirantes no son pocos. Muchos de ellos vienen del mundo judicial, acostumbrados al silencio, a la discreción de los expedientes, al lenguaje técnico de los tribunales. Hoy se enfrenta a un escenario público que les exige claridad, pedagogía, empatía. La campaña no solo es hacia el electorado, es hacia la confianza de un país que, durante años, ha visto en el sistema de justicia una estructura lejana, incomprensible o, peor aún, corrupta.
Este proceso representa, para los candidatos, la oportunidad de humanizar la justicia. De salir del escritorio, de las bibliotecas jurídicas, y escuchar a la gente. No para prometer lo que no pueden cumplir, sino para explicar qué tipo de jueces quieren ser, qué tipo de resoluciones defenderán, y sobre todo, qué valores los guían. No se trata de caer bien. Se trata de inspirar confianza.
Las redes sociales se han vuelto el terreno más fértil y más peligroso de esta elección. Ahí se juegan las campañas: en la narrativa, en la capacidad de comunicar sin gritar, de argumentar sin ofender, de conectar sin perder el rigor. Y si bien se ha dicho que el proceso será frío o técnico, en realidad lo que está en juego es profundo: ¿qué perfil queremos en las salas de justicia del país? ¿A quién le vamos a confiar las decisiones sobre libertades, sobre derechos, sobre justicia?
En medio de este escenario, surgen candidaturas que entienden el momento histórico. En Torreón, por ejemplo, el abogado Gerardo López García inició su campaña como “La campaña de la gente”. Más que un eslogan, es una postura.
Gerardo representa una generación de juristas formada con trabajo, sin apellidos rimbombantes ni vínculos con las élites, pero con una carrera construida en la Fiscalía General de la República, en litigios reales y con causas humanas detrás. Su voz es cercana, pero firme. Habla con la claridad de quien sabe lo que está en juego y con la serenidad de quien ha dedicado su vida al derecho.
Gerardo no promete sentencias ni favores. Promete trabajo, legalidad y respeto. Y eso, en estos tiempos, ya es mucho.
Este proceso no será perfecto. Seguramente habrá resistencias, críticas y tropiezos. Pero también es un momento que puede marcar un antes y un después en la relación entre la ciudadanía y la justicia. Porque cuando el pueblo elige a sus jueces, también está eligiendo el tipo de país en el que quiere vivir.
La elección judicial es más que una papeleta. Es una oportunidad para reconciliarnos con la ley. Para entender que la justicia no debe ser un privilegio ni un misterio. Y para reconocer que, detrás de una toga, también hay seres humanos dispuestos a construir una nueva relación entre el poder y la gente.
Queda en nuestras manos como electores hacer valer esta oportunidad. Pero también queda en manos de los candidatos la responsabilidad de no olvidar que esta no es una carrera política, sino una carrera por la confianza.
Y esa, mi querido lector, no se gana con votos. Se gana con principios.