La clase política de México y su arte de asquearnos
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Esta semana que concluye tuvo diversos episodios que, una vez más, nos recuerdan el porqué la clase política de este país está podrida. Nos recuerda que nada les importa más que el poder, que su propio interés y el de sus allegados. Que están donde están únicamente para servirse de la gente. Que no existe ningún proyecto de nación, salvo el proyecto personal.
Marko Cortés, el dirigente nacional del PAN, ejemplificó como nadie lo que representa la clase política mexicana: el cinismo, la desfachatez y la ilegalidad sin ninguna consecuencia.
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Confesó en Twitter (ahora X) el acuerdo político que existió entre el PRI y el PAN en la elección para gobernador de Coahuila. No es que no supiéramos que existen esos tipos de acuerdos, lo oprobioso es que ya se publican sin el menor empacho ni la menor consecuencia no sólo legal, sino también por parte de la gente.
Seamos claros, lo que reveló ya lo conocíamos. Las alianzas no tienen ningún interés que no sea el partidista, el cupular, el de favorecer a unos cuantos.
Porque en México todo se trata de un botín. Se reparten a su antojo porque lo único que les importa es su interés personal. Llegan al servicio público para beneficiarse de una u otra forma: enriquecerse, tener poder, beneficiarse del tráfico de influencias, acomodar a otros que a su vez ayudarán a quien los puso.
Aquello de que las alianzas son porque lo que importa es el pueblo, la gente, los coahuilenses o los mexicanos, o el proyecto del país, no es más que un discurso desgastado y mentiroso. Son palabras que no las cree ni un cura en una confesión. Lo único que les interesa es servirse del poder.
El pueblo importa menos que nada.
El PAN negocia la ratificación de un magistrado, pero reniega cuando el Presidente coloca una magistrada de la Suprema Corte. Cuando les conviene reniegan que no hay independencia en el Poder Judicial, y cuando están en turno hacen lo que todos: colocar a quien les da la gana. “Defienden” instituciones autónomas como el INAI, pero prostituyen cuando pueden el ICAI. Señalan el uso político de una universidad, pero exigen les repartan rectorías de otras universidades.
Sólo les importa acomodar a amigos, perpetuarse en el poder, negociar lo ilegal. Lo que importa es repartirse posiciones, colocar a sus leales que en algún momento regresarán el favor.
No existe ninguna búsqueda legítima de servir al pueblo, sino más bien de servirse a sus anchas.
Comprueba también que no hay, no existe verdadera representatividad del pueblo. Las decisiones se toman en la cúpula, en la mesa, entre unos cuantos; y los demás, llámese dirigentes estatales, diputados o diputadas, regidores o regidoras, todos y todas son unas viles marionetas.
AL TIRO
Lo que se ventiló en la semana no es exclusivo de estos partidos. Todos hacen lo mismo. Todos negocian cargos, contratos, posiciones. Nadie se salva, sólo que esta vez llegó a un grado de cinismo y afrenta.
Pero como si eso no fuera suficiente para asquearse de la clase política, en la semana hubo más ingredientes para hacerlo: la que fuera directora de la agencia de noticias mexicana Notimex, Sanjuana Martínez, reveló supuestos moches que fueron a caer a la campaña de Claudia Sheinbaum.
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Y como si no fuera suficiente lo que sucedió con Marko Cortés, aquí en Coahuila presenciamos el arte de la simulación, de la mentira y los discursos convenencieros. Hace meses, Ricardo Mejía Berdeja vilipendiaba a Mario Delgado y Morena por haber puesto de candidato a gobernador a Armando Guadiana. Ahora, meses después, regresa al nido y lo reciben como la madre que perdona las groserías del hijo.
Hace meses, Lenin Pérez señalaba al PRI del culpable de los males de Coahuila, y hasta su spot de campaña refería que no hay PRI que durara 100 años, ni coahuilense que lo aguantara. Hoy todo es sonrisas al lado del tricolor.
Después vemos a un gobernador en funciones (Samuel García) ‘destapando’ al candidato de Movimiento Ciudadano a la presidencia con botana y cerveza en mano, como si se tratara de un reality show.
Sin duda fue una semana para vomitar a la clase política de este país.
Como si no tuviéramos suficiente.