La corrupción es el punto
COMPARTIR
Las tramas corruptelas de Trump han alcanzado cotas de novedad y escala nunca vistas en la historia estadounidense
Por Janine R. Wedel, Project Syndicate.
WASHINGTON- La corrupción puede ser simplemente un estilo de vida para el presidente estadounidense, Donald Trump, pero es el tema que define su presidencia. Desde otorgar indultos y políticas a cambio de donaciones en efectivo o favores hasta animar a gobiernos extranjeros y actores no estatales a invertir en el negocio de criptomonedas de su familia, las tramas de corrupción de Trump han alcanzado cotas de novedad y escala nunca vistas en la historia estadounidense.
La importancia de esta corrupción no puede apreciarse sin reconocer el papel que desempeña en el esfuerzo de Trump por desmantelar “el sistema”. Esa misión se está llevando a cabo mediante métodos que recuerdan no solo al Kremlin cleptocrático del presidente ruso, Vladimir Putin, sino también a las estructuras de poder comunistas de la era soviética. Trump reina mediante un poder caprichoso y personalizado, y una indiferencia hacia la ley. Como escribí durante el primer gobierno de Trump, el presidente y sus compinches no ven problema alguno en utilizar el poder del estado para promover intereses empresariales privados. El nepotismo flagrante, la corruptela mezquina y las estrategias de lobby e influencia a cambio de dinero están sobre la mesa.
La segunda administración de Trump hace que lo que vimos en la primera parezca una nimiedad. El presidente y sus designados están reestructurando el gobierno para que la corrupción sea fácil, lucrativa e impune, y para destruir el gobierno imparcial y responsable. El enriquecimiento personal y los objetivos antisistema van de la mano.
La moneda meme de Trump es un buen ejemplo, ya que le permite a cualquier persona del mundo pagarle por debajo de la mesa a cambio de favores personales. La familia Trump ya ha generado hasta mil millones de dólares con sus empresas de criptomonedas, exhibiendo el tipo de rapacidad que vimos en los oligarcas-cleptócratas que “se apoderaron” (prikhvatizatsiya) de los recursos estatales rusos tras el colapso de la Unión Soviética.
Esto no es casualidad. Trump encarna la fusión, y a veces el matrimonio comprometido, de dos mundos previamente distintos: Occidente y el antiguo bloque soviético. La corrupción sistémica que nos ha traído a este presidente se ha venido propagando globalmente durante décadas, a través del entramado de estos mundos. La agenda desreguladora y de externalización que arrasó Occidente en los años 1980, iniciada por el presidente estadounidense Ronald Reagan y la primera ministra británica Margaret Thatcher, encontró nuevos y vastos escenarios en los antiguos estados soviéticos y del bloque del Este en los años 1990.
La privatización al estilo estadounidense se adelantó a sí misma en Rusia, con la venta de activos estatales en ausencia de la infraestructura legal y regulatoria necesaria (gracias en parte a la ayuda y los asesores occidentales). Así, los activos públicos que antes pertenecían a todos acabaron en manos de unos pocos. Esta nueva clase de oligarcas creó entonces una nueva clase de occidentales: “facilitadores” profesionales de alto nivel y altos ingresos, cuyo trabajo consistía en deslocalizar, blanquear y ocultar la avalancha sin precedentes de dinero sucio que inundaba el sistema financiero mundial procedente de los países excomunistas, y en pulir la imagen de los oligarcas.
Estas ganancias ilícitas -ocultas en locaciones offshore como el Reino Unido, Suiza, Austria, Malta, Chipre y Estados Unidos- sustentaron y siguen sustentando las operaciones de influencia del Kremlin en Occidente. Los operativos del Kremlin (algunos ya desenmascarados y de regreso en Moscú) han contribuido durante mucho tiempo a desmantelar el Partido Republicano desde dentro. Los medios de comunicación de derecha también han sido objetivos de infiltración. Si bien Occidente solía ser la fuente de ideas y valores que podían afianzarse en otros lugares, basta con escuchar a las personas influyentes estadounidenses para ver que la corriente se ha invertido.
Consideremos cómo el “Departamento de Eficiencia Gubernamental” (DOGE), creado por Trump como parte de su esfuerzo por desmantelar el sistema, emulaba la práctica comunista. Bajo el sistema soviético, era común que las organizaciones del partido que ejercían un poder informal anularan las agencias y funciones oficiales del gobierno. A pesar de no haber sido ni confirmado ni investigado por el Congreso, Elon Musk pudo llevar a cabo una purga sin precedentes del gobierno federal. La ilegalidad de su conducta poco importó; como en el comunismo, el líder del partido es la única fuente de control.
Por supuesto, este modelo de poder informal y extralegal -mediante la rendición de cuentas directa al líder- tiene un precedente estadounidense menos conocido: el escándalo Irán-Contra de la década de 1980. En ese caso, la Casa Blanca de Reagan eludió al gobierno federal y al Congreso cuando autorizó a un puñado de agentes de confianza a vender armas a Irán para financiar a los rebeldes de la Contra en Nicaragua -financiación que había sido expresamente prohibida por el Congreso.
Pero existe una diferencia esencial entre el esquema Irán-Contra y el DOGE. Cuando se descubrió el primero, el Congreso y ambos partidos políticos lo denunciaron, y al menos algunos de los responsables tuvieron que rendir cuentas. Hoy, ni el Congreso dirigido por los republicanos ni la Corte Suprema intentaron detener al DOGE. Bajo este modelo, las normas sobre conflicto de intereses parecen anticuadas. Como me dijo una vez un veterano conocedor de Washington: “No hay conflicto de intereses, porque nosotros definimos los intereses”.
Al utilizar su cargo como una gallina de los huevos de oro, Trump no ha ocultado sus propios intereses. Y puede salirse con la suya gracias a una práctica soviética de eficacia comprobada: nombrar a subordinados incompetentes e inexpertos que le deben todo a su jefe. La inexperiencia casi ridícula de su gabinete convierte a sus miembros en plastilina política. Con un equipo obediente y plenamente implicado en su comportamiento corrupto e ilegal (algo que no siempre tuvo durante su primera presidencia), Trump ha ido desmantelando sistemáticamente los organismos gubernamentales que, de otro modo, vigilarían la corrupción y las operaciones de influencia extranjera e implementarían normas para frenarlas.
Es por eso que la fiscal general Pam Bondi ha disuelto la Iniciativa para la Recuperación de Activos de la Cleptocracia y la Fuerza de Tarea KleptoCapture, creada en 2022 para hacer cumplir las sanciones occidentales contra Rusia y los oligarcas aliados de Putin; redirigió los procesamientos bajo la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero y la Ley de Prevención de la Extorsión Extranjera; disolvió la Fuerza de Tarea de Influencia Extranjera del FBI; redujo la aplicación de la Ley de Registro de Agentes Extranjeros; y desmanteló la unidad de cumplimiento de criptomonedas.
El interés de la familia Trump por las criptomonedas es revelador; es un caso sorprendente en el que convergen las misiones de multiplicar la riqueza personal y destruir el sistema. Los usos prácticos de la tecnología parecen consistir casi exclusivamente en eludir las normas contra el blanqueo de capitales y la corrupción. Las transacciones son anónimas, e incluso los reguladores a menudo desconocen quién está detrás de muchas plataformas de intercambio de criptomonedas, dónde se encuentran y quiénes son sus clientes. Nadie sabe quién está impulsando las enormes alzas en las valoraciones de la moneda $TRUMP.
La corrupción de Trump puede contribuir al derrumbe del sistema, especialmente dados los crecientes riesgos que las criptomonedas representan para la estabilidad financiera. Y ese es el punto. En su primer mandato, Trump ayudó a desestabilizar a Estados Unidos y al sistema internacional; hoy, busca activamente destruir las instituciones democráticas y el orden mundial basado en reglas. Los líderes soviéticos se habrían maravillado de sus métodos. Copyright: Project Syndicate, 2025.
Janine R. Wedel, autora de Shadow Elite (Basic Books, 2009) y Unaccountable: How the Establishment Corrupted Our Finances, Freedom, and Politics and Created an Outsider Class (Pegasus Books, 2014), es antropóloga social en la Escuela Schar de Política y Gobierno de la Universidad George Mason.