La Cuaresma en aquel catolicismo de antes
El señor obispo llegó al pueblo y fue objeto de una cálida recepción. Se formó una valla de vecinos que lo aplaudían y le gritaban vivas. Dos borrachitos salieron de la cantina al oír el alboroto. “Es el señor obispo –le dijo uno al otro–. Ahora que pase por aquí hay que decirle algo bonito”. El borrachín se preparó, y cuando el dignatario pasó frente a ellos gritó con toda la fuerza de sus pulmones: “¡Señor obispo! ¡Que chingue a su madre el diablo!”... En otros tiempos la Cuaresma era realmente opaca, como escribió López Velarde en su bellísimo poema, “Suave Patria”, en el cual declaró su deseo de raptarla “sobre un garañón y con matraca”. La matraca era la pistola, llamada así en lengua popular. Ahora ya no se observa la misma religiosidad. Algunos dirán que eso es para bien, otros que para mal; pero lo cierto es que los tiempos han cambiado. Es una pena, digo yo desde el rincón de mi nostalgia. Sin Viernes de Pasión no puede haber Sábado de Gloria, ni gozoso Domingo de Resurrección. Aquel catolicismo de antes, que el poeta jerezano calificaba “de Pedro el Ermitaño”, tenía para toda tristeza una alegría, y un bálsamo para cualquier dolor. Los ciclos de la liturgia marcaban con ritmo inalterable los gozos y dolores de que la vida está hecha, y el color de los ornamentos sacerdotales señalaban los diferentes ánimos del hombre. Ahora todos los días nos parecen iguales. Las cuaresmas ya no son opacas, o son tan opacas como el resto de las estaciones. Y yo siento, para usar otra frase del bardo de Jerez, una íntima tristeza reaccionaria... Don Algón, salaz ejecutivo, consiguió por fin que Rosibel, linda muchacha, aceptara ir con él a un discreto motelito de corta estancia o pago por evento, el Kamawa. Dicho establecimiento ofrecía a su numerosa clientela lo siguiente: jacuzzi en cada habitación, espejos en el techo, vapor, futón erótico, hamaca, columpio Kama Sutra; películas triple X, juguetes sexuales para él y para ella y lubricantes aromáticos. Don Algón iba dispuesto a disfrutar todas esas amenities, pero a la hora de la verdad se percató de que no tenía ya los mismos arrestos de sus mejores años, y por más esfuerzos que hizo no consiguió elevarse a la altura de las circunstancias. Tras disculparse con su compañera se vistió y fue muy mohíno al baño. Ahí advirtió, para colmo, que se estaba mojando al hacer lo que hacía. “Oye –le habló muy serio a la alusiva parte–. Ya me arruinaste la noche, no me arruines también el pantalón”... Otro cuentecillo parecido al anterior. La joven alumna le dijo con mucha pena al anciano profesor: “Perdone usted, maestro: trae todo mojado el pantalón por la parte de adelante”. El viejito se miró la entrepierna y exclamó luego desolado: “¡Caramba! ¡Otra vez me desabroché el chaleco y me saqué la corbata!”... Don Cornulio llegó al consultorio del doctor Ken Hosanna, célebre facultativo. “Doctor —le relató angustiado—. Hace una semana sorprendí a mi esposa en la alcoba con un desconocido. Antes de que pudiera yo decirle algo, ella me ordenó que fuera a la cocina y me tomara un café. Al día siguiente la volví a sorprender refocilándose con el mismo ruin sujeto, y otra vez me mandó a la cocina a tomarme un café. Todos los días la encuentro con ese hombre en la recámara, y siempre me manda a la cocina a tomarme una taza de café. ¿Qué debo hacer?”. Replicó el galeno: “Se equivocó usted de oficina, señor mío. Yo soy médico, según lo manifiesta con claridad el letrero de la puerta. Lo que usted necesita es un abogado”. “No, doctor —replicó don Cornulio—. Un abogado no podría decirme si no me hará daño tomar tanto café”... FIN.
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