La democracia no está de moda, ahora prefieren las autocracias

Opinión
/ 19 febrero 2025

Las democracias electorales están marcadas por la polarización, los insultos y las amenazas, tal es la nueva forma de ganar elecciones

La democracia electoral o participativa es una de las muchas categorías o conceptos que se gestaron en el mundo mediterráneo, occidental, europeo, judeo-cristiano que, hoy por hoy, se cree universal, no obstante que viven con cabal salud otras muchas formas de organizar la vida social, comunitaria, ajenas y aun opuestas a la fórmula democrática que, por lo que estamos atestiguando, se encuentra, junto con el Estado nacional, en una profunda crisis.

En sus inicios, la Grecia clásica definió la democracia como el poder del pueblo, entendiendo por pueblo únicamente a la élite culta integrada por los patricios. Con el paso de los siglos, el concepto de democracia fue precisándose y modulándose hasta que, en el siglo 19, el presidente Lincoln precisó el concepto, definiendo la democracia como el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, entendiendo por pueblo a la población masculina, mayor de edad, propietaria, blanca, dejando fuera a la población femenina, a quienes no poseían un patrimonio propio y a las comunidades indígenas. Los afroamericanos lograron el derecho a participar, una vez terminada la Guerra Civil, en la que justamente se luchó por este y otros derechos que quedaron consagrados en la Décimoquinta Enmienda de la Constitución.

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Ya en el siglo 20, Norberto Bobbio definió la democracia como la forma de gobierno en la que el poder no se encuentra en las manos de un individuo o de unos cuantos; sino en las de todos, de la mayor parte de los individuos que componen una sociedad. Con todo, la democracia como tal, se contrapone a las formas autocráticas de gobierno, como la monarquía y la oligarquía.

Posteriormente Giovanni Sartori realizó un ejercicio de clasificación de diferentes formas de democracia, en ocasiones propuso conceptos como éste: “Democracia es el procedimiento y/o el mecanismo que a) genera una poliarquía abierta, cuya competición sucede en el mercado electoral; b) atribuye poder al pueblo, y c) impone específicamente la capacidad de respuesta (responsiveness) de los elegidos frente a los electores”.

Todos ellos comparten la convicción de que la democracia va acompañada de libertad y pluralidad, y no se limita al ejercicio electoral. Existe también acuerdo generalizado, de que la democracia no es infalible, puede degenerar en demagogia, como señaló Aristóteles siglos atrás, o como señaló en su momento Winston Churchill, la menos peor de las opciones.

Hoy en día la democracia no pasa por su mejor momento, aunque es importante evitar las generalizaciones, de hecho, podemos decir que hay de democracias a democracias y de autoritarismos a autoritarismos. Hay pequeñas excepciones en los cinco continentes y pare usted de contar. Chile y Uruguay son ejemplares en América. Alemania y Francia se defienden, aunque a la defensiva. Japón y Corea del Sur se mantienen, aunque no exentas de riesgos. Nueva Zelanda y Australia salen avante, bajo el amago permanente de conductas y prácticas de sus primos ingleses y estadounidenses. Sudáfrica fue ejemplo, Nigeria un poco menos. Hoy en día no alcanzo a ver ninguna democracia africana que se destaque.

La regla hoy es la antidemocracia. En el mejor de los casos, sobreviven sociedades con una democracia electoral, con enfrentamientos y polarización, desconocimiento y denuesto del adversario. Tales casos son el patrón generalizado para la mayoría de los países en América, Europa, Asia y África, sin que importe que se trate de sociedades ricas o pobres. La libertad de expresión pareciera irrestricta, pero tras bambalinas todos bailan al son de los algoritmos en las redes sociales, libres o controlados, que se alimentan de la confrontación, y la animan.

En el peor de los casos, se imponen diversas formas de dictadura. Importan poco los esfuerzos y sacrificios de la oposición venezolana, el sacrificio personal de Navalny en Rusia, la lucha heredada de Rosa María Payá en Cuba o los intentos de resistir a la locura represiva de Ortega y su mujer en Nicaragua. En esta era de redes sociales, estos luchadores obtienen por un momento la simpatía del mundo, pero acaban ignorados. Son noticia pasajera, nada más.

Parece que el triunfo electoral de Donald Trump vino a fortalecer a las dictaduras. Ya negoció con Maduro y con Putin; Cuba o Nicaragua no son tema. Las democracias electorales están marcadas por la polarización, los insultos y las amenazas, tal es la nueva forma de ganar elecciones. Anteriormente se vendía esperanza, hoy es el odio, la intolerancia y el rencor.

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No puedo dejar de mencionar a los “buenos” que esperanzaron a amplios sectores durante la última ola democrática, pero luego sucumbieron en la ineptitud o la corrupción. Hicieron mal el mal y ya no inspiran a nadie. El PAN en México y el Partido Demócrata en Estados Unidos están más perdidos que un niño solitario en el Bosque de Chapultepec.

Creo que sólo existen dos sopas: a) esperar a que pasen de moda los autócratas, apostando a que las instituciones sobrevivientes hagan el control de daños, pero no será fácil, los autócratas son chivos en cristalería, y b) reconocer que el populismo, de derecha o de izquierda, que gana elecciones es nocivo y sólo una cuña del mismo palo podrá vencerlo.

Vienen tiempos de resistencia, urgen nuevos liderazgos. ¿Será posible que las nuevas generaciones estén a la altura de esos retos?

@chuyramirezr

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