La institucionalización de la ideología del poder y del dinero
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Es la idea de un gobierno empresarial en el que todos son clientes y quienes no tienen nada que dar, qué ofrecer o qué comprar, simple y llanamente, no cuentan
Daniel Bell abordó en 1960 “El Fin de las Ideologías”, donde profundizó en el tema del agotamiento de las ideas políticas –del liberalismo y el socialismo–, dándole paso al pensamiento económico del capital, del libre mercado, de la oferta y la demanda, de la prosperidad y la especulación. Posteriormente, Giovanni Sartori abordó el tema. Sin embargo, bajo los condicionamientos actuales, nos queda claro que estamos en un nuevo paradigma.
A la tradición republicana le interesaba dejar claro que todos los seres humanos eran libres e iguales. Un ejemplo es la Declaración de Filadelfia (1776) y la Declaración del Hombre y del Ciudadano (1793). Al conservadurismo norteamericano le interesó todo el tiempo promover los valores tradicionales (libertades individuales, nacionalismo, la intervención mínima del estado y la descentralización del poder). Finalmente, al neoconservadurismo le ha interesado en todo momento garantizar el poder de las élites, la política intervencionista y proteccionista, el sentimiento nacionalista, el militarismo, el clasismo, la xenofobia, los intereses, la mínima intervención del Estado en temas económicos y la autocracia.
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Llegó el tiempo de las autocracias donde –para este tipo de gobiernos– lo menos importante es el otro y sus demandas, sus problemas y sus derechos. Para quienes gobiernan el mundo hoy –y sobre todo para las derechas ultraconservadoras–, lo menos importante es justo eso, garantizar el orden mundial, si no mostrar músculo por el simple hecho de mostrarlo.
Aquí es donde nos encontramos en un impasse, donde emerge una nueva forma de pensar, un nuevo paradigma que amenaza al mundo, la ideología del ego, del poder y del dinero. Pareciera que el comportamiento de los grandes líderes mundiales actuales no encaja en ninguna ideología, lo que está ocurriendo es que se está gestando una nueva ideología. Trump, Putin, Xi Jinping y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, representan esta nueva ideología.
A esta visión de gobierno no le interesa la pobreza mundial, el hambre, las migraciones, los problemas sanitarios, la igualdad de género, la disponibilidad de agua, la carencia de energías limpias, el crecimiento económico (bueno sí, solo el de ellos), el empleo, las desigualdades, las medidas para combatir el cambio climático, la conservación de los océanos, los ecosistemas terrestres, la promoción de sociedades pacíficas e inclusivas, el acceso a la justicia; la creación de instituciones eficaces, responsables e inclusivas en todos los niveles y revitalizar la alianza mundial para el desarrollo sostenible. No, sólo importan el poder y el dinero. Los otros –los seres humanos– están en segundo y, si se puede, hasta en último plano.
Es la anarquía malentendida, el desprecio a los acuerdos y protocolos establecidos. Al equilibrio y orden que garantizan las leyes. Hablamos de creación de leyes a placer, de un nuevo orden basado en el egoísmo y en el saqueo sistemático del grupo al que pertenezco. Es el mundo al revés que pone a prueba a las ideologías tradicionales, donde los megalómanos, aprovechando los vacíos que dejaron quienes prometieron a los pueblos mejores condiciones de vida, fallaron, se corrompieron y propiciaron el desaliento.
Es el caso de los Estados Unidos, si no cómo explica que los jóvenes, cuestionadores por naturaleza, y los latinos inclinaran la balanza electoral a favor de Donald Trump. Hoy, con toda certeza, se darán de topes contra la pared, donde solamente el tiempo podrá hacer que la firma de decretos diaria vaya a meter al mundo en una situación de no retorno.
Es la llegada de una nueva forma de entender el poder a partir de la amenaza, de la exigencia, del desprecio por los acuerdos comerciales, por el derecho internacional. Es la idea de un gobierno empresarial en el que todos son clientes y quienes no tienen nada que dar, qué ofrecer o qué comprar, simple y llanamente, no cuentan. Se institucionaliza la exclusión, el desprecio por la dignidad del otro, por sus derechos y la libertad de expresión. La injuria y la calumnia se convierten en la respuesta a la cancelación de la democracia.
Es lo que técnicamente se llama libertarismo de derecha, donde la verdad es una opinión y la anarquía de las redes (Elon Musk) es el ADN de los nuevos gobiernos. Aquí no cuentan ya las instituciones, cuentan las audiencias, porque el Estado se convirtió en la principal amenaza a la libertad. El libertarismo tiene sus raíces en las ideas de los derechos individuales –mal entendidos– y en la economía del laissez faire (dejar hacer, dejar pasar). Hay un desacato al Congreso y lo que cuentan son los usuarios de las redes, estamos en los tiempos de la infocracia. La democratización de la información se convirtió en el más grande engaño. Lo que importa es la opinión pública... las redes sociales.
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¿Y sabe cuál es el problema que los Estados? No pueden hacer nada al respecto. Musk, Zuckerberg y otros magnates de las tecnologías de información, se convirtieron en agentes legitimadores de estos gobiernos, que utilizan el lenguaje engañoso y excluyente, las fake news y la desinformación, como herramientas democráticas. Justo aquí es donde estamos parados.
Las condiciones diezmadas de la democracia en la mayoría de los Estados, el desánimo generalizado por las promesas incumplidas de quienes lideran las naciones, los vacíos de poder que existen en la sociedad, la falta de líderes que marquen pauta en las regiones, la nueva configuración mundial y el poder del dinero nos han ido metiendo en esta dinámica en la que al menos nos quedan poco menos de cuatro años para saber si las luchas por los derechos y las reivindicaciones sociales tuvieron o no sentido. Así las cosas.