La diferencia entre crecimiento y desarrollo: daños de la confusión
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En estos tiempos “globales” es común asociar la idea de crecimiento con la de desarrollo, sin embargo, se pueden establecer profundas diferencias entre ambas. Crecer significa incrementar el tamaño; desarrollar, por otro lado, significa expandir, es la diferencia entre lo cuantitativo y lo cualitativo. Es evidente que no marchan unidos, más aún, pueden oponerse radicalmente. El crecimiento tiene que ver con la infraestructura, el desarrollo con los seres humanos.
El crecimiento de ciertas magnitudes en el sistema global es cada vez más rápido, es la fuerza que impulsa a la economía a traspasar los límites físicos de la tierra, su dinámica es de multiplicación a gran escala. El desarrollo, como bien lo recomienda Amartya Sen, tiene que ver con la educación, la salud, la vivienda digna, el empleo y los salarios.
De la Edad Media a la Revolución Industrial hubo un crecimiento muy significativo en todos los órdenes, particularmente en lo que se refiere a la población y a la economía. De la Revolución Industrial a la fecha, se ha multiplicado este crecimiento al cien por ciento. Y si continuamos por esa línea, el crecimiento no tiene límites, no tiene fronteras y existe la idea equivocada de que crecimiento es igual a desarrollo.
Por eso las grandes trasnacionales que van por aquí y por allá haciendo creer a los gobiernos que el desarrollo ha llegado. Nuestro país es un buen ejemplo de esto, a pesar de los tratados internacionales que ha firmado y el arribo de numerosas transnacionales, el saldo de pobres es un poco más de la mitad en relación con el grueso de la población, ejemplo claro de que el crecimiento y el desarrollo son cosas distintas.
Evidentemente, esta loca carrera por vender, por posesionarse de los mercados, por expandirlos por todas partes, en fin, por globalizar el mercado nos complicó el entorno, complicó la casa. La voracidad y la rapiña de unos cuantos ha ido en menoscabo de las grandes mayorías, baste citar el famoso 20 por ciento de ricos que son parte de la alegre estadística de Forbes y el 80 por ciento que son parte de los números OMC –ahora el 90/10– y otras agencias que hacen lectura de la pobreza en el mundo y el abismo entre pobres y ricos cada vez es más profundo.
Nuestra casa –el planeta–, por supuesto cada día se complica más en sus bosques, en sus recursos, en sus fuentes naturales y ese ha sido el problema de un mercado sin regulaciones comerciales, de una economía voraz que está por encima de los mismos estados, y nos alarmamos con el trastorno de la ecología; con la contaminación en las grandes ciudades, con el sobrecalentamiento global, con que llueve más que antes, con que los polos se ensanchan, con los grandes tsunamis, entre otras cosas.
Una naturaleza que da signos de agotamiento por la saturación de procesos de explotación y deterioro; hasta el punto de que nuestra relación clásica con ella se ha invertido, siendo la naturaleza la que se encuentra hoy amenazada en cuanto a sus grandes equilibrios. Es la economía desmedida en manos de unos cuantos la que ha trastornado el planeta que nos sustenta, la naturaleza y la comunidad, porque al final de todo es la comunidad la que vive al ras de la tierra. Al respecto, MacIntyre dice que la discusión pública de cuestiones éticas se ha convertido en una especie de Babel, debido, en gran medida, al hecho de que hemos perdido toda noción del modo en que la comunidad genera obligaciones en nosotros.
Una de las cosas que puede contribuir a recuperar esa noción perdida de comunidad es el reconocimiento de que, en la hora actual, nuestros compromisos profesionales han asumido muchos de los roles que solían cumplir nuestros compromisos comunitarios. Los grandes viajes y los intercambios comerciales en el pasado ofrecieron abundantes oportunidades y hoy esto sigue en marcha, pero el problema no es ese, sino la desigualdad tan grande que se ha producido.
Es cierto, hay muchas evidencias de que el mercado ha traído muchas bondades a la sociedad actual, sin embargo, la falta de un discurso humano en lo económico ha desfavorecido a una buena parte de hermanos y hermanas nuestros en muchos lugares del planeta, valdría la pena recordar aquello de que “nadie tiene derecho a lo superfluo mientras otros carezcan de lo indispensable” (Ortega y Gasset).
El problema central reside en cómo hacer uso de las ventajas de la ciencia y la tecnología y cómo hacer que esto tenga un rostro más humano. La ciencia y la tecnología y su uso no sólo indebido, sino arbitrario y sin límites, requiere de consensos, requiere de discursos de respeto a los mínimos ya ni diría de convivencia, sino en muchos casos y en muchas regiones, de supervivencia.
La ciencia y la tecnología que le permiten al hombre de alguna manera el dominio de la naturaleza y la adaptabilidad al medio, tienen necesidad ya de una disciplina generalizada que sirva de catalizador y de equilibrio para el cuidado de nosotros mismos y de nuestro entorno, se trata de construir una historia clínica suficientemente rica para de ahí partir a lo global.
Se trata de normar, de regular, de revisar los daños que hoy ya son irreversibles y que requieren de una reflexión profunda y consensos urgentes donde el compromiso con los seres humanos y su futuro inmediato sea lo fundamental. En el marco del desarrollo sostenible, no se trata de que el pastel sea más grande, se trata de que esté bien repartido –esa es la diferencia entre crecimiento y desarrollo. Ante las campanas echadas al vuelo porque se piensa que la historia de la región será antes de Tesla y después de Tesla, sería oportuno hacer una reflexión en este sentido. Así las cosas.
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