La espera

Opinión
/ 13 diciembre 2025

Fantasías, fantasías todas. Aquellos noviazgos no eran ciertos; existían sólo en las visiones que le inspiraba su mansa locura

Entremos sin que nos vea. Nadie más que ella podría vernos, pues vive sola. Su única compañía es la de sí misma. Digo mal: también la acompañan sombras que ella mira pero nosotros no.

Entremos en la alcoba. Tiene ahí un pequeño tocador con espejo, mueble que la moda llama “coqueta”. La coqueta lleva un festón de tela estampada con motivos de flores. Ahora ya no se usa ese mueble. Tampoco se usa la palabra “motivos”. Antes se oía mucho:

–Compré un jarrito de barro y lo decoré con motivos de frutas.

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La coqueta es mueble de muchachas, pero ella no es muchacha ya. ¿Cuántos años tiene? Anda en los 50, pero actúa como si tuviera 20. Ha perdido la razón. “Está loquita”, dice la gente, por aquello de la caridad.

Se llama Elvira, Elvirita Arocha. De joven vio cómo sus amigas se iban casando una tras otra. Ella iba a sus bodas, primero con alegría, porque pensaba que ese matrimonio era anuncio del suyo; después con una cierta tristeza; luego con amargura. Por último ya no fue.

–Te extrañé el día de mi boda, Elvirita.

–Estaba enferma. Y perdóname, que tengo prisa.

En Saltillo, en aquellos años, nadie tenía prisa.

Pasó el tiempo, y Elvirita Arocha se agostó. Salía a barrer la acera en la mañana, pero se metía apresuradamente y cerraba la puerta cuando veía a una de sus amigas venir orgullosa con el niño recién nacido que llevaba en un carrito hecho de mimbre.

–Qué rara se ha vuelto Elvirita.

–De veras. ¿Por qué será?

Un día la gente vio con asombro a Elvirita sentada en una silla de Viena frente a la ventana de la sala, que había abierto de par en par. Llevaba puesto su mejor vestido; se había pintado la cara con polvos de arroz; se había puesto arrebol en las mejillas con papel de China rojo que mojó en su saliva.

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–Elvirita ¿qué hace usted ahí sentada?

Y ella, sonriendo mansamente:

–Estoy esperando a mi novio.

El novio de Elvirita no existía.

–¿Quién es su novio, Elvirita?

–Es el joven José García Rodríguez, estudiante del Ateneo Fuente. Después de clases viene a verme.

O si no:

–Es el licenciado Carlos Pereyra. Está escribiendo un libro, y me lo va a dedicar.

Fantasías, fantasías todas. Aquellos noviazgos no eran ciertos; existían sólo en las visiones que le inspiraba su mansa locura. Pero ella esperaba, esperaba siempre al novio que no llegaba nunca. Abría la ventana a las 8:00 de la noche, y ahí se estaba, en la silla de Viena, con su mejor vestido, pintadita la cara y en ella esa vaga sonrisa, una mano sobre la otra en el regazo, hasta que el reloj de la Catedral sonaba las 10. Entonces cerraba la ventana y apagaba la luz. Y lo mismo el siguiente día, y el siguiente, y el otro...

Así los mexicanos, digo yo: siempre tenemos la ventana abierta a esa eterna novia que se llama la esperanza. Esperemos que el próximo año sea mejor que éste que se va.

Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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