La estrategia de Trump nos encamina a otra guerra mundial

Opinión
/ 17 diciembre 2025

La renovación de la doctrina Monroe por parte de Trump llega en un momento igualmente precario de la política mundial

Por Greg Grandin, The New York Times.

Uno se pregunta qué pasa por la cabeza de los arquitectos de la política exterior del presidente Donald Trump. Parece como si todos se hubieran tomado su tiempo para estudiar los libros clásicos de historia sobre las causas de las guerras mundiales —La guerra que acabó con la paz, de Margaret MacMillan, o La crisis de los veinte años, de EH Carr— y luego se hubieran dicho: ahí es exactamente donde queremos llevar al mundo.

Trump, tanto en su primer mandato como ahora durante los once primeros meses del segundo, ha dejado claro que el consenso bipartidista posterior a la Guerra Fría —a través del cual Estados Unidos supervisaba un orden mundial económicamente integrado regido por leyes comunes que regulaban las relaciones de propiedad, el comercio y los conflictos— ha dejado de ser útil. En su lugar, la Casa Blanca ofrece una visión del mundo dividido en esferas de influencia competitivas y guarnecidas.

Este mes, la Casa Blanca publicó su informe sobre la Estrategia de Seguridad Nacional, que pretendía codificar esta transición. El informe toca todos los elementos asociados al nacionalismo agraviado de “Estados Unidos primero”: denuncia el globalismo, el libre comercio y la ayuda exterior, rechaza la construcción nacional y pide a los miembros de la OTAN que destinen una mayor parte de su PIB a gastos de defensa. Estados Unidos, advierte el informe, ya no “asumirá para siempre cargas globales” que no tengan relación directa con su “interés nacional”.

El núcleo del informe es la promesa de “reafirmar y hacer cumplir la doctrina Monroe para restaurar la preeminencia estadounidense”. En el pasado, los militaristas invocaban esta postura en gran medida por costumbre, recitando un eslogan trillado. En este caso, sin embargo, desempeña un papel más importante en la definición de lo que podría ser un futuro orden mundial basado en la primacía de Estados Unidos.

Para los no iniciados, la doctrina Monroe no es ni un tratado ni una ley. Comenzó como una simple declaración, emitida por el presidente James Monroe en 1823, en la que reconocía la independencia de las repúblicas hispanoamericanas y advertía a Europa que el hemisferio occidental estaba fuera del alcance de “futuras colonizaciones”.

El presidente James K. Polk, en 1845, fue uno de los primeros en plasmar la declaración por escrito, invocando la “doctrina de Monroe” en su impulso para arrebatar California a México antes que los británicos. Polk volvería a citar a Monroe cuando anexó Texas. Los presidentes posteriores utilizaron la doctrina como una orden policial abierta, autorizando ocupaciones militares en serie y golpes de estado respaldados por EE. UU. A finales del siglo XIX, los latinoamericanos tenían una nueva palabra para describir el intervencionismo estadounidense: monroísmo.

Que el gobierno de Trump recurra a este viejo adagio diplomático para definir su filosofía de política exterior tiene sentido. A medida que el orden mundial se divide en esferas de influencia en competencia, cada potencia regional necesita tener bajo control sus zonas del interior: Moscú en las antiguas repúblicas soviéticas, entre otros lugares; Pekín en el mar del Sur de China y más allá.

Y Estados Unidos en Latinoamérica. “Si estás enfocado en Estados Unidos y en ‘Estados Unidos primero’, empieza por tu propio hemisferio”, dijo recientemente el secretario de Estado Marco Rubio. Y el gobierno de Trump lo ha hecho, presidiendo en los últimos meses un frenesí de actividad, no solo ejecutando a personas en lanchas rápidas, supuestamente dedicadas al contrabando de drogas, sino también inmiscuyéndose en la política interna de Brasil, Argentina y Honduras, lanzando amenazas dispersas contra Colombia y México, amenazando a Cuba y Nicaragua, aumentando su influencia sobre el Canal de Panamá e incautando un petrolero frente a las costas de Venezuela. El Pentágono también está llevando a cabo un refuerzo militar en el Caribe que casi no tiene precedentes en su escala y concentración de potencia de ataque, aparentemente con el objetivo de efectuar un cambio de régimen en Venezuela.

Los nacionalistas de “Estados Unidos primero” han sido durante mucho tiempo los defensores más acérrimos de la doctrina Monroe. Tras la Primera Guerra Mundial, los nacionalistas la utilizaron para oponerse a la Liga de Naciones propuesta por Woodrow Wilson. Henry Cabot Lodge, el poderoso presidente republicano de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, advirtió que si uno se unía a la liga, “la doctrina Monroe desaparecería” y, con ella, la soberanía nacional. Lodge, que se identificaba como partidario de “Estados Unidos primero”, dijo que se negaba a jurar lealtad a la bandera “mestiza” de la liga.

Los senadores presentaron una resolución que aseguraba que nada en el mandato de la liga impediría a Estados Unidos utilizar la fuerza militar en Latinoamérica y que la doctrina Monroe permanecería “totalmente fuera de la jurisdicción de dicha sociedad de naciones”.

Cediendo a las presiones, Wilson intentó neutralizar la oposición insertando una cláusula en la carta de la liga que reafirmaba la “validez” de “la doctrina Monroe”. En vano. El Senado siguió votando en contra de la adhesión.

Para ese momento, Estados Unidos perdió su derecho de propiedad sobre la frase. Después de que el ejército imperial japonés invadiera Manchuria en 1931, Tokio declaró su propia doctrina Monroe. El Reino Unido invocó una “doctrina Monroe británica” para justificar la continuidad de su imperio. Y Adolf Hitler respondió a la exigencia de Franklin Roosevelt de que respetara la soberanía de los vecinos de Alemania señalando al presidente estadounidense la propia doctrina Monroe de su nación: “Nosotros los alemanes mantenemos exactamente la misma doctrina para Europa, o al menos para la región y el interés del gran Reich alemán”. Mientras el mundo marchaba hacia una segunda guerra global, muchos de sus beligerantes lo hicieron citando la doctrina Monroe.

La renovación de la doctrina Monroe por parte de Trump llega en un momento igualmente precario de la política mundial. Su estrategia de seguridad nacional identifica a América Latina no como parte de una comunidad común de naciones del Nuevo Mundo, como lo hizo Monroe en su declaración de 1823, sino como un teatro de rivalidad global, un lugar de donde extraer recursos, asegurar las cadenas de productos básicos, establecer baluartes de seguridad nacional, luchar contra las drogas, limitar la influencia china y acabar con la migración.

“Estados Unidos”, insiste el informe de la Estrategia de Seguridad Nacional, “debe ser preeminente en el hemisferio occidental como condición de nuestra seguridad y prosperidad”, capaz de actuar “donde y cuando” lo necesitemos para asegurar los intereses estadounidenses. El “Corolario” de Trump a la doctrina Monroe simplemente significa que Latinoamérica va a quedar cerrada, y los latinoamericanos excluidos.

Washington no tiene intención de retirarse de su posición de primacía global. En lugar del ya desaparecido orden internacional liberal, la Casa Blanca está globalizando implícitamente la doctrina Monroe, reclamando para Estados Unidos el derecho a responder unilateralmente a las amenazas percibidas no solo dentro de su hemisferio sino en cualquier lugar de la Tierra (China excluida).

Esta afirmación no es nueva: fue la pieza central de la guerra global contra el terrorismo. Pero insistir en ella sin rendir cuentas, sin jurisdicción externa, libre de vinculaciones y obligaciones multilaterales, significa que Estados Unidos pretende lidiar con el resto del mundo como lo hace con América Latina, apoderarse, sancionar y matar con impunidad.

En 1919, el diplomático boliviano Ismael Montes se lamentaba de que el tratado con el cual se ponía fin formalmente a la Primera Guerra Mundial, al validar una versión belicosa de la doctrina Monroe, hacía inevitable los conflictos futuros. “La paz aún no está firmada”, dijo Montes, “y ya se ven las semillas de una nueva guerra”.

Hoy, el gobierno de Trump está sembrando las mismas semillas. Su ideal de un mundo organizado en torno a un equilibrio de poder en múltiples frentes —con Estados Unidos presionando contra China, presionando contra Rusia, sembrando la división en Europa, amenazando a Latinoamérica, con todos los países, en todas partes, buscando una ventaja— significa que muy probablemente habrá más confrontación y estaremos al filo de la guerra. “Debemos estar preparados”, como dijo recientemente el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, “para la escala de guerra que soportaron nuestros padres y bisabuelos”. c. 2025 The New York Times Company.

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The New York Times es un periódico publicado en la ciudad de Nueva York y cuyo editor es Arthur Gregg Sulzberger, que se distribuye en los Estados Unidos y muchos otros países. Desde su primer Premio Pulitzer, en 1851, hasta 2018, el periódico lo ha ganado 125 veces.​

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