La felicidad a los 50
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Ni clásicos ni viejos, eso sí, maduros
Vamos llevados por la seguridad. Evitamos las prisas en el transito cotidiano. Nada de pasar tiempo extra al sol. En casa nos esperan con el alimento caliente. Serenos y sin ataduras permanentes.
Conocemos con anterioridad los lugares cómodos de comida. También los de mejor sazón y hasta los caros, los de moda, con precios inflados por encima de cualquiera de las realidades del México creciente.
La cumbre de la edad nos lleva al arrepentimiento. Desandar los pasos incorrectos o las enderezar las pifias en las relaciones interpersonales.
Ni clásicos ni viejos, eso sí, maduros. Ya cansan las largas caminatas. Nos deshacemos de los zapatos incomodos. En el cajón funeral ni las figuras de star wars o los discos compactos de Metallica los incluirán.
Hablar como multimillonarios, presumir las vacaciones en los paraísos fiscales o los nuevos amigos con quienes podemos hacer negocios al amparo del poder.
Honrar a la palabra. Disfrutar los espectáculos de los reencuentros de nuestros consagrados.
Beber los jueves en alguna cantina habilitada con servicio de acompañantes y cortes finos de carne asada. Suspirar por los escotes o por las modelos con nombres desconocidos. Bromear por la abundancia. Todas esas farsas van de la mano de quienes ya nos rebasaron por la derecha.
La estafeta de los 50 convertidos en los nuevos 40 solo nos recuerda algo. La decisión de hacer el ridículo no es nueva. Las desveladas y la inconveniencia etílica duran más días. Y eso, es pérdida de tiempo.