No se había hablado tanto del actual presidente (con minúscula) de México en los Estados Unidos como en las últimas semanas. La “guerra del fentanilo”, desatada inicialmente por un grupo de congresistas republicanos, a quienes se han sumado algunos demócratas, ha convertido al Hijo Pródigo de Macuspana en un tema recurrente de conversación allende el Bravo.
Los principales medios estadounidenses han dedicado amplios espacios en las últimas semanas a reseñar las posiciones de los congresistas -las cuales incluyen la propuesta de declarar “grupos terroristas” a los cárteles mexicanos y autorizar al ejército del vecino país a combatirlos extra territorialmente- y a criticar la política de “abrazos, no balazos” de México.
La andanada venida del norte ha sido aprovechada en Palacio Nacional replicando sin pudor ni recato el comportamiento de nuestros vecinos del norte: todo mundo usa el grave problema de salud pública representado por el consumo de fentanilo para llevar agua a su molino.
Porque, como ya henos señalado en este espacio, a los políticos estadounidenses no les interesa en realidad atajar el fenómeno merced al cual decenas de miles de compatriotas suyos pierden la vida cada año. Les interesa ganar la siguiente elección y para ello usarán todas las herramientas a su disposición... entre ellas agarrar a México de piñata.
Pero de este lado de la frontera se encuentra un individuo cortado exactamente por la misma tijera; un político sin escrúpulos a quien le importan todavía menos las muertes estadounidenses y tiene aún menos escrúpulos a la hora de retorcer la verdad y construir versiones convenientes de aquella.
Por ello, aunque se festine la “vapuleada” a la cual está siendo sometido López Obrador por los medios estadounidenses, en realidad el asunto le ha venido “como anillo al dedo”, para decirlo con sus propias palabras. ¿Cómo así? Pues muy simple: si un enemigo le resulta cómodo y rentable en este momento a nuestro Perseo de Pantano es justamente Estados Unidos.
La posición es inmejorable para él: allá gobierna Joe Biden, un político profesional a quien todavía le quedan saldos de la ética política según la cual existen límites a los cuales puedes aproximarte pero jamás traspasar. Y sus enemigos son los fanáticos más descocados del gemelo hipertrofiado de AMLO, el neoyorkino Donald Trump.
Así, los adversario de Biden atizan la hoguera allá y lanzan invectivas hacia el gobierno de López Obrador... y éste se dedica a “macanearlas” envolviéndose en la bandera nacionalista y jurando todos los días defender el honor de la patria hasta su último aliento.
Los republicanos están logrando su cometido -meter en aprietos a Biden en la víspera de arrancar la sucesión presidencial del 24- y López Obrador... ¡también! Entre más belicoso se vuelve el discurso de los políticos estadounidenses contra nuestro Rey Julien del Manglar, más provecho saca él de la situación.
Pero eso también tiene un límite. La beligerancia circular de este episodio no puede escalar de forma indefinida sin provocar la ruptura del hilo en alguno de los lados... por regla general el más delgado.
Porque al final de cuentas estamos hablando -no olvidarlo- de una competencia política, no de transformar la realidad padecida por miles de familias a ambos lados del Bravo. Y los demócratas no han tirado la toalla ni se han bajado del ring... ellos también están jugando. Y como todos, juegan a ganar, no a perder
Así, cualquier día de estos nos sorprenden con la novedad de haber concretado un acuerdo bipartidista a partir del cual se consolide una sola opinión en Estados Unidos: México y su presidente (con minúscula) es culpable de todo.
Esperemos no llegar a eso, porque no sería nada barato salir de esa trampa.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
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