La libertad de darle de comer porquería a la infancia (Japón observa)

La estructura comercial de este país es tan nociva que es más barato y rápido comprar un refresco o un ‘jugo’ y unas galletas ultraprocesadas... que comprar una fruta y un agua fresca
Un acto ingenuo pareciera ser darle “pan” a un niño de apenas meses. Sí, un bocado que lleva más de veinte ingredientes, por lo que el nombre correcto no es pan, sino producto procesado. Pequeña gran diferencia advertida por pocos. Y es que un pan verdadero tendría, cuando mucho, cinco ingredientes: trigo (o el cereal que elija), sal, grasa (manteca de puerco, mantequilla o aceite puro), agua o leche y levadura, tal vez.
Pero ahora, que de nuevo una iniciativa gubernamental busca proteger a la infancia con la prohibición de que ingresen productos chatarra a las escuelas, madres y padres de familia se quejan, sobre todo los empresarios que generan estos productos ultraprocesados, ya que perderán apenas menos del 1 por ciento de sus ingresos. Y eso que conservan más del 99 por ciento de ganancias aportadas por los hábitos de sus consumidores heredados por generaciones; hábitos que, por cierto, generan personas diabéticas, con sobrepeso y múltiples afecciones.
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Son 258 mil 689 escuelas públicas del Sistema Educativo Nacional las que, desde finales de marzo pasado, observan −o debieran observar− esta prohibición. Adicionalmente, se les dio una lista de alimentos que sí se pueden vender a la infancia. Sin embargo, algunos analistas piensan que esta iniciativa se caerá, como en el pasado, ya que la niñez y sus mismos padres están habituados a comer boñiga. Entonces, ¿quiénes son algunos funcionarios de gobierno para prohibir que se sigan desnutriendo niñas y niños?
Curioso cómo en los discursos comunes de la clase política y empresarial se destaca, por ejemplo, alcanzar la funcionalidad tecnológica, y no se observa que esto es producto de un sistema interconectado. En muchas ocasiones, Oriente es la referencia, especialmente Japón, nación que entre otras múltiples aportaciones, inventó el primer robot autómata en el siglo 18, el tren bala en 1964, el primer microscopio digital, el equipo de electrocardiograma portátil, la anestesia general, el teléfono celular con cámara para hacer videollamadas, los automóviles híbridos, la luz LED azul y las aceras táctiles para invidentes, entre otros inventos.
Pues Japón tiene entre sus políticas educativas el proporcionar alimentos frescos a sus niños, cocinados en las escuelas. No hay productos procesados. El arroz se sirve en grandes cantidades, hay carne una vez a la semana, las verduras van hervidas y hay sopas y ensaladas que se sirven diariamente, los postres sólo se dan una o dos veces a la semana y, adivinen qué, ese postre es una fruta o una gelatina.
Y es esa infancia, cuidada en su alimentación, la que se constituye en la ciudadanía que realiza aportaciones tecnológicas; veamos sólo este resultado, que al parecer es el que interesa. Sin embargo, hay otros beneficios en la ecuación, además de la salud física, como una mayor regulación emocional, ya que somos un laboratorio químico viviente que emplea los recursos con los que le alimentamos.
Claro, esta aproximación no involucra otros factores como ingresos y entorno, pero sirve para este caso. ¿Qué implica en México un cambio para proteger a la infancia? Mover todo un sistema estructural que ya se había afianzado, invertir más recursos para proporcionar desayunos y alimentos saludables a la niñez, y considerar esta nutrición como la base de una población fuerte.
Y es que, en muchos casos, la pobreza alimentaria en los hogares es tal, que no alcanza para adquirir alimentos saludables. La estructura comercial de este país es tan nociva que es más barato y rápido comprar un refresco o un “jugo” y unas galletas ultraprocesadas, con cantidades ingentes de azúcares, que comprar una fruta y un agua fresca. Porque las galletas de ese tipo y los “jugos” se encuentran casi en cada esquina, en ello se ha esforzado bien este país: tapizar con estas opciones. Pero encontrar frutas y comidas frescas es difícil, caro y, sobre todo, no es una opción socializada.
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Además, este cambio implica un mayor soporte al campo, en donde se cultivan los alimentos que un país requiere, y todo un reacomodo de los elementos que sostienen a un país. Ojalá y no se repitan los resultados del ciclo escolar 2023-2024, cuando nueve de cada 10 escuelas vendió comida chatarra (papas, frituras, galletas, dulces, refrescos y jugos embotellados diariamente), espacios educativos en los que el 95 por ciento comercializaba bebidas azucaradas y el 77 por ciento reportó la venta externa de productos chatarra, afuera, en las banquetas o alrededor de las escuelas.
El vocablo porquería proviene del latín porcus que significa puerco, cochino o marrano, y se aplica para las cosas que no sirven. Se relaciona con la raíz indoeuropea porko-s, de donde surge el inglés pork.