La moda ahora es ser un completo cretino
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Recientemente acabo de escuchar una canción, no me pregunte por qué; simplemente no lo sé. Es como las groserías en casa de los suegros, salen de repente. ¡Maldito y puto youTube! La canción en cuestión es esa “maravilla” titulada “Potra Salvaje”, una oda al cretinismo en su estado más puro, ya le explicaré más adelante el porqué opino esto.
Cuando escuchaba esa canción me vino a la mente una tradición que tenemos un grupo de amigos. Regalarnos libros. Siempre es un placer cuando un amigo te trae un libro, ese regalo envenenado que te dice: “Aquí tienes, destrózate las neuronas intentando parecer culto mientras te hundes en este ladrillo que pesa más que tus sueños de juventud”. Así un día me llegó un querido amigo pseudocrítico literario con un tomo bajo el brazo que parecía más un arma letal que un simple epistolario. ¡Y cómo no iba a serlo! ¡Si hasta a distancia se podía oler la naftalina de tanto ego almacenado entre esas páginas!
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El libro en cuestión, un compendio de cartas entre un escritor y su colega, prometía ser un desfile de anécdotas jugosas y reflexiones profundas. Pero, oh sorpresa, ¡resulta que nuestro escritor favorito era un campeón olímpico de la indiferencia! Ni una mísera vez, ni un “¿cómo te va?” de esos que uno lanza por compromiso cuando realmente no quiere saber la respuesta. No, señor. Este genio de la pluma estaba demasiado ocupado contándole a su amigo lo increíblemente brillante que era, lo que en su mundo viene a ser una especie de caricia a su propio ego, porque ya sabemos que el espejo no siempre dice lo que uno quiere oír.
Así que, entre lamentos por la falta de reconocimiento y solicitudes veladas de favores que bien podrían haber sido peticiones de rescate, si no fuera porque nunca llegó a mostrar interés alguno en el bienestar de su amigo, este buen señor se dedicó a repartir dosis de su grandiosidad como quien reparte panfletos en la calle: a quien le importe, bien, y al que no, que lo use para encender la chimenea.
Nos preguntamos entonces, mi amigo y yo, si este escritor era plenamente consciente de su condición de cretino consumado o si, en su infinita sabiduría, simplemente había decidido que preocuparse por los demás es cosa de mortales. Porque, admitámoslo, los oftalmólogos podrán cegarnos con sus lucecitas, y los registradores de la propiedad con sus trámites eternos, pero ningún gremio tiene el monopolio del egocentrismo. Es más, estoy casi seguro de que nuestro autor, atrapado en su nube de superioridad, ni siquiera se da cuenta de que es un cretino. ¡Claro que no! Porque ser un cretino hoy en día no sólo es socialmente aceptable, ¡es casi un mérito!
Por eso retomando el tema de la canción antes mencionada, es el ejemplo perfecto de cretinismo puro. Aquí no hay falsos pudores ni humildades mal fingidas. Es un auténtico canto de sirena a la era del “yo, mí, me, conmigo”. El estribillo no dice “te quiero con la fuerza de los mares”, sino “me quiero con la fuerza de mi propio reflejo en el teléfono”. Porque, seamos sinceros, en los tiempos de los selfies y los filtros de belleza, ya no importa a quién amamos o despreciamos. Lo que importa es cómo nos vemos mientras lo hacemos.
Así que en este tiempo donde celebramos el ego desmesurado, el narcisismo elevado a arte, y el cretinismo como un estilo de vida. ¿Para qué molestarse en preguntar cómo le va al otro, cuando podemos seguir hablando de lo grandiosos que somos nosotros?
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Vivimos en un mundo que nos anima a ponernos a nosotros mismos en el centro de todo, como si el resto del universo fuera sólo un fondo borroso para nuestro gran primer plano. Pero quizás, sólo quizás, sea hora de recordar que las relaciones humanas, esas que en teoría tanto valoramos, no se sostienen sólo sobre un pedestal de autoadmiración.
Preguntar a un amigo cómo está, interesarnos por sus problemas o simplemente hacer un esfuerzo por salir de nuestra propia burbuja, no es sólo una cuestión de cortesía. Es el pegamento que mantiene unidas nuestras conexiones más profundas, y en un mundo cada vez más desconectado, puede que eso sea lo único que realmente nos salve de nosotros mismos. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿qué opina?
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