‘La Muerte de Stalin’; el truculento escenario de la pérdida de un mandatario en funciones

Opinión
/ 25 abril 2023
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Es el momento ideal para revisitar una película de 2017 que, sin tratarse de un producto masivo, se convirtió rápidamente en una obra de culto por la calidad de su argumento y guion, su reparto y, sobre todo, su ambiguo tono de comedia oscura.

“La Muerte de Stalin”, del realizador escocés Armando Iannucci, estaba hasta hace no mucho en el catálogo de Netflix, aunque actualmente se encuentra a la renta sin mayor problema en Prime y en YouTube.

Es una farsa que en honor a su título revuelve alrededor de la muerte del líder revolucionario, dictador genocida, secretario general del Comité Central del Partido Comunista y presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética, don Pepe Stalin.

Existen dos versiones históricas sobre las horas previas al deceso del Stalin: Una dice que pasó la noche anterior en una animada fiesta con su círculo más cercano de colaboradores hasta bien entrada la madrugada. Pero otra asegura que la reunión fue más bien hostil, pues se la pasó discutiendo sus cosas de dictador y gritándole a todo mundo; o sea que me lo mandaron a dormir bien enmuinado.

“Haya sido como haya sido”, el caso es que al día siguiente Stalin no se levantó a hacer “La Mañanovska” y cuando por fin se animaron a irrumpir en su cuarto, encontraron al camarada líder en el piso abatido por un ataque cerebrovascular, apenas vivo, pero imposibilitado para hablar o moverse.

Este es desde luego el detonante de la macabra comedia que nos ocupa: Los miembros del gabinetazo o politburó uno a uno van llegando y se hacen cargo personalmente de los cuidados del agonizante Stalin, pues su hermetismo es tal que ni siquiera llaman al cuerpo médico con tal de no dar motivos de alerta a la población.

Son obviamente horas muy tensas las previas al fallecimiento y las posteriores, antes de comunicarle al pueblo y al mundo entero que el jefe de la nación ya es parte de la despensa de los gusanos. Primero porque el Estado debe mostrarse fuerte y sólido en todo momento, estable, y en consecuencia la salud de su comandante supremo también debe reportarse como inquebrantable, con una mente lúcida para tomar siempre las mejores decisiones y evitar así que la gente comience a cuestionarlas; por no mencionar el contexto de la Guerra Fría con EU.

Enredos aparte, la película se vuelve más interesante cuando comienzan las intrigas y las traiciones entre los ministros, ya que, como es natural, al no existir un sucesor señalado antes por el ahora fiambre, la unidad del partido se resquebraja en diversas facciones que luchan por hacerse con el poder.

La película que casi entera transcurre en tono de farsa y nos mantiene con una honesta sonrisa, hacia el final se va tornando más y más sombría hasta la última escena que resulta escalofriante, la cual viene a resignificar todo lo que vimos con anterioridad.

Actúan: Michael Palin, de los Monty Python; Jeffrey Tambor (de “Arrested Development”); Olga Kurylenko, y ese prodigio de culto llamado Steve Buscemi en una increíble caracterización como Nikita Kruschov. Ya le digo, la puede rentar por unos pocos pesos.

La muerte de cualquier gobernante en funciones supone un problema mayúsculo y es una verdadera catástrofe político-administrativa, aun para las naciones democráticas que tienen claros protocolos establecidos para un relevo de emergencia.

Sin embargo, para los regímenes de un marcado culto a la personalidad, cimentados no en instituciones sólidas y leyes, sino en la figura de un caudillo y su caprichosa voluntad; para los regímenes de un presidencialismo rancio y acartonado de siglo 20, el reto es todavía más complicado.

Dado que en estos gobiernos sus líderes se yerguen por encima de sus instituciones, por encima de sus leyes, por encima de cualquier clase de pacto o contrato social, en ausencia de éstos, su cohorte no sabe en qué recargar el poder del que ahora deben hacerse cargo.

No tienen nada más que el retrato de su amado camarada y su “testamento político” y hay que convencer al pueblo de que la voluntad del difunto supremo sigue gobernando ahora a través de sus vasallos.

Pero habrá que decidir entonces cuál de sus súbditos es el más leal a los principios del movimiento, a los ideales del partido y, sobre todo, a la figura del líder supremo, porque ese deberá ser el elegido para continuar con su legado y ser el portador de su luz emancipadora. ¡Casual! Algo a lo Nicolás Maduro.

¡N’ombre! Si usted piensa que nuestra clase política es pérfida, taimada, intrigante, ambiciosa, arrastrada y traicionera es porque no hemos perdido un Presidente en funciones desde Álvaro Obregón.

Pero es que el vacío de poder que deja el deceso de un jefe de estado equivale a dejar al gabinete jugando el juego de las sillitas locas, pero a punta de pistola, lo que sería hasta cierto punto divertido de atestiguar, si no fuera porque en el ínter se pueden cargar lo que nos queda de país.

Ahora que se nos anunció que el presidente López Obrador cayó enfermo de COVID (¡por tercera vez, hágame el r.ch.f!), comienzan a circular los comentarios mal intencionados y los infundios a los que hay que tratar con pinzas porque, como ya hemos advertido, es nocivo y hasta peligroso creer y difundir fake news.

No obstante, hay algunas señales a considerar, como el hecho de que esta vez el mandatario no habló directamente con el pueblo de México para comunicarle sobre su contagio, como sí hizo la última vez, en cambio, sólo dejó un impersonal comentario en una de sus redes sociales, bastante ajeno a su estilo habitual.

En ese mismo comunicado asegura que su corazón “está al 100”... Ok, señor Presidente, pero nadie había mencionado su corazón hasta ese momento, aunque gracias como quiera por aclararnos lo que nadie preguntó, eh.

En fin, que chistes crueles aparte, es bien poco deseable que nos quedemos sin el conductor de las mañaneras (independientemente de sus méritos o deméritos como gobernante o como estadista).

A nadie le conviene, salvo quizás al buitre que eventualmente se adjudicaría la continuidad del proyecto lopezobradorista (¡falso! Si ni proyecto hay). El más perjudicado en ese escenario sería siempre México y los mexicanos.

Y es por eso precisamente que le quise recomendar el filme que nos ocupó a inicio de esta colaboración, no porque ya le esté dando los óleos santos al Cabecita Primero de Macuspana, sino para alertarnos sobre el truculento escenario que una pérdida así nos depararía. Así como reflexionar sobre el enorme error de vivir en un régimen basado en el culto a la personalidad; de elegir candidatos carismáticos en vez de votar por proyectos ideológicos bien presentados; y de estar esperando siempre, siempre, permanentemente, al siguiente caudillo que ha de venir a rescatarnos.

No basta con que muera Stalin, también tenemos que matar nuestro amor por los dictadores.

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