La Navidad no tiene derechos reservados

Opinión
/ 22 diciembre 2024

En ella se encuentra la necesidad de sentirnos familia, de comulgar con quienes nos rodean, donde se olvida la cotidianidad

Una celebración químicamente pura de la Navidad nadie la festeja. Por ello, cada quien la celebra como puede, quiere o la interpreta. En ese sentido, la Navidad tiene muchos significados e interpretaciones. Hay quienes se van por el lado religioso –que es justo el origen de la fiesta–, hay otros que simple y sencillamente se suben al carrito que el mercado nos ha dicho que es la Navidad, porque desde hace mucho tiempo fue secuestrada por la sociedad de consumo, donde Papá Noel –o Santa Claus– tiene mano.

Por supuesto, esta última interpretación en el mundo es la más socorrida. Aguinaldos, pinos, regalos, el nacimiento, las esferas, los adornos sofisticados y los constantes comerciales que avivan la insaciabilidad del consumista, así como las películas ad hoc, el pavo, los tamales, el bacalao, los romeritos, los santas, los duendes, los elfos, los renos y la idea del Polo Norte son las formas periféricas que nos ligan con el nacimiento de Jesús.

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Celebrar el nacimiento de Jesús en un establo en Belén, junto a sus padres, José y María, rodeado de animales domésticos; fuera de lo desagradable del lugar, no implica mayor problema. Hasta nos resulta piadoso, artístico y, por supuesto, en los tiempos del libre mercado, un magro negocio. De ahí que la Navidad se convirtió en la fiesta más lucrativa del calendario gregoriano.

Independientemente de los asegunes que tengamos por la hermenéutica bíblica, la descontextualización, los anacronismos e incluso el dogma –Jesús Dios y Hombre verdadero que surgen de los concilios de Nicea y Constantinopla–, la Navidad se convierte en la fiesta necesaria de la convivencia, de la fraternidad, de la luz, de los regalos, del compartir. Porque quiéranlo o no, la Navidad no tiene derechos reservados, es la fiesta de la fraternidad universal, donde el libre mercado se convierte en el megáfono principal, donde sea y como sea, en el trasfondo se encuentra el motivo principal de nuestras celebraciones, el nacimiento de Jesús.

Con todo y eso en el trasfondo, se encuentra la necesidad de sentirnos familia, de comulgar con quienes nos rodean, donde se olvida la cotidianidad, eso de todos los días, donde el tedio y lo cíclico de nuestros trabajos, las tensiones laborales y familiares nos consumen. Sin duda, la Navidad, sepámoslo o no, nos remite al retorno necesario de sentirnos humanos, como Jesús, que en este misterio se vuelve como nosotros.

De ahí la importancia del compartir. Insisto, lo hagamos conscientes o no, hay una urgencia y una necesidad de sentarnos juntos, todos en una misma mesa. Esa es la esencia de la humanidad. Lo cierto es que nadie posee los derechos reservados de la Navidad, por eso cualquiera la puede celebrar. Y aunque el compromiso, la solidaridad y el sentido de justicia andan un poquitín lejanos, es el principio de lo que mañana será el entender que la humanidad, a la que se somete Jesús, es simple y llanamente la determinación que asume y que, al tiempo, a los seres humanos nos ligará a lo divino.

Que estas celebraciones que viviremos durante esta semana nos recuerden la necesidad que como humanidad –en el entendido de que celebramos la fiesta de Dios, quien se hizo humano y nació en Belén– tenemos de reconocernos como hijos en el Hijo, para que entonces podamos decir ¡Feliz Navidad”. Que finalmente lo que decimos es: Feliz Nacimiento de Jesús en tu persona. Por tanto, para celebrar la Navidad sólo se requiere ser humano, porque lo que se celebra aquí es a la humanidad. Que así sea.

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