Saltillo: El pino aquel de la vieja casona de Castelar
Mi padre sembró un cedro rojo que creció desproporcionadamente y al cual, año con año, a la víspera de la Navidad, se le colocaban luces
La vieja casona de Castelar, frente al penal del estado, en mi natal Saltillo, fue mandada a derrumbar corriendo el año de 1961 para dar pie a la construcción de un moderno chalet, como se decía en esos tiempos, que albergaría primero a los Gómez Rodríguez y, posteriormente, a la construcción del segundo piso, a mis abuelos paternos, don Jesús y doña Lupe, sabia mujer.
Al frente había un pequeño jardín en el que mi padre sembró un cedro rojo que creció desproporcionadamente y al cual, año con año, a la víspera de la Navidad, se le colocaban unas luces en forma de vela de colores: amarillo, rojo, azul y verde. Para ese proceso había que sacar la caja de focos de arriba del clóset, limpiar y probar cada uno de ellos, ya que, al ser conectados en serie, esta no funcionaba si alguno estaba fundido. Después de tal faena, mi padre, por aquello del último sábado de noviembre, se atravesaba al penal para pedir una escalera enorme, misma a la que trepaba para ir rodeando el pino de luces y esperar por la tarde-noche el encendido, en una ceremonia emotiva que compartía con mis hermanas Luzma y Cecy.
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Fue triste la otra acción, la de la tala del árbol por orden de la Comisión Federal de Electricidad, labor que inició mi padre, ya enfermo, con un serrucho. Pero al ser una obra que requería mayor esfuerzo, pidió apoyo a su amigo el Lic. Quijano, director del penal, para que entre dos internos (en ese tiempo presos) terminaran la operación y se viniera abajo nuestra ilusión, de que por ese pino llegaba el Niño Dios con los regalos que previamente habíamos escogido en el aparador de la ferretería Sieber. Sólo la explicación paciente de Chita, nuestra madre, logró animarnos de que ese año sí habría regalos de Navidad.
Producto de la época en la que el nacimiento de un niño en la pequeña Belén vino a transformar el mundo entero y a dotarnos de un lenguaje común a los católicos, bautistas, metodistas y demás cristianos que festejamos ese milagro divino, que nos impulsa a renovarnos año con año en la fe, la esperanza y la alegría por la vida y sus pormenores.
Nacer en Cristo y con él cada 24 de diciembre implica ser, de nueva cuenta, solidarios, bondadosos, justos, decentes, no en un sentido utópico, sino real y efectivo.
El papa Francisco dota al mensaje navideño de una nueva esperanza: “Dios desea tanto abrazar nuestra existencia que, infinito, por nosotros se hace finito; grande, se hace pequeño. He aquí la maravilla de la Navidad: la inaudita ternura de Dios que salva el mundo encarnándose”, dijo hace un año.
Definitivamente no se trata de un proceso de transformación inmediata, sino de una reflexión en lo interior del ser humano, a efecto de autoevaluarse y saber sobre sus errores, dudas, pecados y faltas, para recibir en la Navidad una luz que ilumine sus pensamientos, intenciones y actos.
Es también el tiempo del abrazo familiar, la institución que fue creada precisamente para disfrutar en grupo, bajo el sentimiento de la fraternidad, la experiencia de una vida en común durante la infancia, adolescencia y juventud, haciendo frente a la realidad y su “lado moridor”, bajo la bendición y protección de la fe en Dios y en nuestro propio esfuerzo para salir adelante.
La enseñanza de Francisco I continua: “Como los pastores, que dejaron sus rebaños, deja el recinto de tus melancolías y abraza la ternura del Dios Niño. Y hazlo sin máscaras, sin corazas, encomiéndale a Él tus afanes y Él te sostendrá. Él, que se hizo carne, no espera de ti tus resultados exitosos, sino tu corazón abierto y confiado”.
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Hoy, de madrugada, me revivió el recuerdo del pino aquel de Castelar, y mi duda renace: si es que, con su tala, hoy de sangre, terror, lágrimas y guerras, hemos cansado al Niño Dios de tal manera que haya dejado pendiente su bendición hasta que el hombre no cese de ser el lobo de sus semejantes.
A mi familia, mis amigos, colegas y lectores, les hago llegar un cordial saludo de Navidad, les felicito y deseo que esa luz, de la que habla el verdadero libro, llegue a sus hogares e ilumine sus corazones y que les sea plena. ¡Feliz Navidad!