La paz como estrategia económica

Opinión
/ 26 diciembre 2025

El crecimiento puede impulsar la innovación y la prosperidad, pero también puede alimentar la degradación ambiental, la división social y la inestabilidad geopolítica

Por Mariana Mazzucato y Rainer Kattel, Project Syndicate, 2025.

LONDRES- En su discurso en la conferencia del Partido Laborista en septiembre, el primer ministro británico, Keir Starmer, redobló su apuesta por el “crecimiento” como la misión central de su gobierno. Al mismo tiempo, trazó una clara línea moral entre el Partido Laborista y Reform UK, invocando los valores británicos y democráticos para presentar al partido populista como inaceptable. Pero el contraste entre estos dos temas revela un problema más profundo que bien podría definir el mandato de Starmer: el crecimiento, en sí mismo, no tiene valor moral.

Después de todo, muchas economías occidentales han crecido al tiempo que se han vuelto más desiguales, más financiarizadas, más intensivas en carbono y más frágiles políticamente. El crecimiento puede impulsar la innovación y la prosperidad, pero también puede alimentar la degradación ambiental, la división social y la inestabilidad geopolítica. No es un objetivo de misión, sino una métrica, y las métricas separadas del propósito pueden ser peligrosas.

Por eso es importante que las misiones estén claramente definidas. Son ellas las que marcan la dirección a seguir, alineando la actividad económica en torno a objetivos claros y colectivos. Una misión llevó a la humanidad a la Luna, impulsando la inversión en el sector aeroespacial, la nutrición, la electrónica y los materiales, lo que a su vez nos proporcionó teléfonos con cámara, mantas isotérmicas, leche maternizada y productos de software que ahora damos por sentados. Si se diseña para abordar la crisis climática actual, una misión puede impulsar la acción en la agricultura, la energía, el transporte, las industrias digitales y todos los demás sectores relevantes. Dado que el crecimiento es una función de la inversión, las misiones pueden darle sentido al determinar qué cultivamos, cómo y para quién.

Sin embargo, el gobierno de Starmer, envuelto en un debate interminable sobre el margen fiscal y los agujeros presupuestarios, parece haber dejado en segundo plano el pensamiento orientado a las misiones. Ha perdido de vista lo que se necesita para catalizar el crecimiento y, por lo tanto, ampliar los presupuestos a largo plazo.

Una cuestión que Starmer ha destacado acertadamente es la inestabilidad mundial, expresando su preocupación por la invasión de Ucrania por parte de Rusia y los horrores que siguen produciéndose en Gaza. Sin embargo, se trata de temas de política exterior que no guardan ninguna relación con su agenda económica nacional. Es una oportunidad perdida. ¿Y si el Partido Laborista hiciera de la paz una misión?

A diferencia del crecimiento, la paz no es moralmente neutral. Implica compromisos vinculados a los valores: la diplomacia por encima de la agresión, la solidaridad por encima del aislamiento y la democracia por encima del autoritarismo. Pero también requiere compromisos materiales, como inversiones en defensa, ayuda humanitaria, instituciones democráticas y la infraestructura que sustenta la cohesión social. Entendida en estos términos, la paz no es solo una aspiración, sino un motor potencial de transformación económica.

Consideremos cómo sería una misión de paz en la práctica. Históricamente, las guerras han impulsado innovaciones extraordinarias, desde el radar hasta Internet. Una misión de paz tendría el mismo nivel de ambición, pero estaría orientada a prevenir conflictos en lugar de a prepararse para ellos. Movilizaría inversiones en infraestructura y programas para abordar las causas profundas de la inestabilidad: la inseguridad alimentaria, la escasez de agua y los desplazamientos climáticos.

Estamos hablando de necesidades urgentes. Nuestra investigación reciente revela que, si no se hace algo para proteger los suministros y los ciclos hídricos, más del 55 % de los sistemas alimentarios estarán en peligro. Y, por supuesto, esos riesgos pueden aumentar las tensiones geopolíticas y el riesgo de más guerras. Del mismo modo, el cambio climático es un “multiplicador de amenazas” que ya está alimentando los conflictos y socavando la paz. Los cambios en los patrones de precipitaciones, el rendimiento de los cultivos y los flujos migratorios agravarán aún más las tensiones por los recursos en los próximos años.

Por lo tanto, una misión destinada a garantizar la seguridad alimentaria global reduciría la probabilidad de guerras por los recursos, al garantizar una nutrición adecuada y una resiliencia agrícola. Para ello sería necesario financiar la innovación en variedades de cultivos resistentes al clima, sistemas de riego resistentes a la sequía y prácticas sostenibles de uso de la tierra que preserven la calidad del suelo y estabilicen el ciclo hidrológico. En este sentido, el fondo climático de Brasil, actualmente uno de los más grandes del mundo, ya ha demostrado cómo se pueden destinar fondos públicos a la agricultura sostenible y a la restauración de la tierra. Estas son precisamente las intervenciones que favorecen la estabilidad a largo plazo y previenen los desplazamientos y los conflictos que se derivan del colapso ambiental.

La paz, tomada en serio, también vincularía la formulación de políticas nacionales e internacionales. Requeriría hacer frente a la violencia no solo en el extranjero, sino también en el Reino Unido, que está experimentando un aumento de los delitos con armas blancas, de la violencia de género y de la culpabilización de los inmigrantes y los solicitantes de asilo. Significaría abordar las condiciones -pobreza, exclusión social, desigualdad- que permiten que los conflictos se agraven. La estabilidad social se consideraría un producto de la inversión, no algo que se pueda lograr mediante el castigo.

Una misión de paz también resonaría con la propia historia de Starmer como abogado de derechos humanos que construyó su carrera sobre la creencia de que la justicia es un bien público. Y ofrecería una narrativa unificadora para un partido que necesita unir su centro pragmático y su base activista bajo una bandera moral compartida.

Irónicamente, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reconoce el poder de esta narrativa mejor que Starmer (aunque en la práctica la contradiga). Trump ha perseguido sin descanso el Premio Nobel de la Paz, afirmando en repetidas ocasiones que “merece” recibirlo por poner fin a las guerras. Ante la imposibilidad de conseguirlo, el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, inventó obsequiosamente un nuevo Premio de la Paz de la FIFA para otorgárselo a Trump, convirtiendo así la paz en un teatro político.

Trump entiende que la paz es muy atractiva a la vista, pero podría ser aún más poderosa como principio organizador de la economía. Los críticos pueden descartar esta idea por considerarla demasiado abstracta, demasiado blanda, demasiado utópica. Pero no hay nada de blando en prevenir la guerra, proteger a las comunidades o reconstruir sociedades fracturadas. La paz no es fácil. Requiere grandes inversiones y puede ser políticamente difícil, especialmente en una época en la que los conflictos son cada vez más rentables (al menos si se está en el negocio de las armas o de la indignación algorítmica). Pero precisamente por eso la paz debe convertirse en una misión. Es demasiado importante como para dejarla librada al azar.

Ahora que Trump ha retirado a Estados Unidos de los marcos multilaterales basados en valores, Gran Bretaña debe pensar en grande por sí misma. Si Starmer quiere marcar el comienzo de una nueva era política, debe rechazar la ilusión de que las métricas económicas por sí solas pueden guiarnos a través de las tormentas geopolíticas y del declive interno.

De cara al 2026, debemos reflexionar sobre cuál es el verdadero propósito de la economía. ¿Se trata simplemente de generar cifras de PIB más altas o de crear las condiciones para que el ser humano florezca? Un nuevo año nos invita a imaginar futuros alternativos. Nuestras resoluciones deben ir más allá de las medidas estáticas de progreso para preguntarnos qué tipo de sociedad queremos. Copyright: Project Syndicate, 2025.

Mariana Mazzucato es profesora de Economía de la Innovación y el Valor Público en el University College London y autora, más recientemente, de The Big Con: How the Consulting Industry Weakens Our Businesses, Infantilizes Our Governments and Warps Our Economies (Penguin Press, 2023). Rainer Kattel es subdirector y profesor de Innovación y Gobernanza Pública en el Instituto de Innovación y Propósito Público de la UCL.

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